Dos días en París

Patricio Nuñez Fernandez
quiasmo
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5 min readJan 26, 2019

Había vuelto a soñar con ella, pero no importa. Además su rostro comenzaba a convertirse en otro, pero eso hoy no importa. Estoy en París, disfrutando del viaje que me había obligado a asistir el laboratorio para especializarme en los nuevos productos dermatológicos. Ayer fue la primera disertación, luego tuvimos una interesante cena. Hoy por la mañana fue la segunda y última conferencia. Mañana a primera hora tendría que estar volviendo. La ciudad de París fue el destino elegido por ella para nuestra luna de miel, yo me incliné por Londres, una semana en cada una de las ciudades. Hacía solamente dos años de ese viaje de enamorados.

Almorcé en un restaurante en el barrio latino, luego recorrí varios lugares de interés turístico, decidí comprar una cerveza en un pequeño local de productos alimenticios atendido por un argelino que retaba a sus hijos por comerse las uvas puestas en venta. Fui al jardín de Luxemburgo, tomé asiento en una de esas sillas verdes dispuestas junto a la fuente Médici. Un señor tocaba insistente mi hombro para indicarme que el jardín cerraba. Al parecer me había dormido profundamente. Todavía entre sueños (eran sobre una mujer, pero no creo que sea mi ex mujer) llegué hasta el bulevar Saint Germain. Comencé a caminar siguiendo el ritmo de la mayoría, con la noche París se convirtió en otra ciudad, un laberinto de luces y sombras. Noté que la iglesia del santo que daba nombre al bulevar estaba abierta, recordé la insistencia que mi madre hacía en mis primeros viajes, siempre que puedas visita todas las iglesias, son museos secretos. Sentada en los peldaños de la escalera había una señorita que me resultaba familiar. Me observó fijo, le dediqué una sonrisa. Recorrí la iglesia, la sentí lúgubre y, como suele suceder con la mayoría de las iglesias, fría, distante, pero abrumadoramente propia. Algo me detuvo en la capilla dedicada a san Benito, una modesta escultura de madera lo representaba, en esa misma capilla había una placa funeraria que mencionaba a Descartes, pero el santo fue lo que capturó mis pensamientos. Mientras cavilaciones internas me ahogaban, un cura rollizo me indicaba, si nuevamente lo mismo, que el templo cerraba, la única puerta abierta era la lateral. En la vereda de enfrente estaba fumando un cigarrillo la señorita de la escalinata. Me resultaba atractiva y conocida. Pasar la noche acompañado me caería bien, pensé, un regalo de san Benito.

-Por favor Patricio, acompáñame. Estoy aguardando hace un rato y comienza a refrescar.- Ante mi rostro anonadado, concluyó, — nos conocimos ayer durante la cena del laboratorio, estabas cortejando a mi compañera.- Además de lo directo, me sorprendió su acento, no parecía ser natural, como si el español fue una vez su lengua materna, luego lo olvidó y ahora lo estaba retomando.

-Perdón, ayer tenía unas copas de más, no recuerdo tu nombre, pero si tu rostro.- traté de excusarme.

-Nunca lo dije, no importa, me llamo Eva. Por favor vamos a un bar así hablamos tranquilos. Aquí está helando.

Entramos a un bar llamado Le petit Polin, a pocos metros del museo estudio de Delacroix. Ella fue a la barra, cuando me quité el saco ya estaba el mozo con dos vasos cortos con algún destilado incoloro y dos vasos más grandes con cerveza.

No lograba comprender bien la situación. Esta señorita me vio en tratativas con una colega suya, luego me esperó en una iglesia a la que llegué por casualidad, no se ofende por mi total desconocimiento de su persona y ahora me invita a tomar unas copas. Es verdaderamente atractiva, no entiendo porque ayer fui por su compañera y no por ella. Su rostro es bien familiar, parece algo completamente desconocido, pero cercano a la vez. Sin embargo no es necesario hacerse tanto problema, ella parece dispuesta a aventurarse conmigo. La ventaja de los tiempos en que vivimos. La vida moderna que tanto critican.

Ella comenzó a hablar luego de haber bebido el destilado.

-El asunto es simple Patricio, nosotros nos conocemos hace algún tiempo, no me interrumpas. Por favor. Si, más tiempo del que crees. Tus ojos dicen demasiado, tienes que ir con cuidado. Ayer, mientras intentabas seducir a mi colega, los tenías del mismo color que una almendra, es más, hace simplemente un instante, también, ese color te delataba. Ahora, que evidentemente estás extrañado por la situación, se están tornado verdes, y los entrecierras. Es increíble que hayamos coincidido después de tanto tiempo, pero ni bien me percaté de tus movimientos, supe quien eras. Después de descubrirte pude dormir, me acosté y caí rendida por primera vez en muchos años.

-Nunca te vi en mi vida.- dije imperativamente, luego bajé la guardia.- Te pido disculpas si ayer te ofendí con mi comportamiento, no fue mi intención. Pero no creo conocerte.

-Siempre disculpas, igual que antes. Te disculpas por todo. Estoy agradeciéndote y surge la palabra perdón. ¿Todavía no me reconoces, Demetrio? Soy yo. Nos conocimos en Oimbra. Debes hacer memoria, recuerda el Entroido, el carnaval.

Aquí es válido aclarar mi asombro. Demetrio era mi abuelo, a quien nunca conocí, puesto que falleció antes siquiera de mi concepción. Él era de Galicia, del pueblo que refirió Eva. Llegó a Buenos Aires siendo un joven de casi veinte años. Todos destacan nuestro parecido.

-Soy Patricio, como ya me nombraste. Quizá estés confundida, no te preocupes.- dije con la intención de huir del lugar.

-Adoro el tono porteño que tienes al hablar. Es distinto al acento que tenías al partir.

-Continúo sin comprender de quien estas hablando. Es posible que me confunda con otra persona. A mi también me pareces conocida.

-Ya que te parezco conocida, tómate la molestia y dime, entonces, ¿Quién es o era Demetrio?, imagino que el nombre te es familiar.

-Era el nombre de mi abuelo, pero murió antes de que pueda conocerlo.

-Adoro tus ojos verdes Demetrio. Los tenías así la primera vez que nos vimos y cuando fui completamente tuya. También en el puerto. Yo todavía espero, siempre lo voy a hacer. No desconfíes de tu sueños, son lo único real que posees.- Se levantó y me besó en los labios, su lengua estaba gélida, pero su beso fue demasiado conocido, como si lo hubiese esperado.- Tus sueños Demetrio, ahí está tu pasado, tu presente y tu futuro. Siempre como sombras.- dijo a mi oído para luego volver a besarme y marcharse.

Después de un rato largo salí del bar por pedido del mozo, que me avisaba que estaban cerrando. Caminé por las calles de París como un fantasma. No podía volver a dormir. Recién pasé por el hotel para recoger mis valijas e ir al aeropuerto.

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