Escribir la angustia de escribir

Rubén
quiasmo
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5 min readJul 19, 2018

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Un joven escritor que solo se considera joven escritor él mismo y tal vez su mamá, se sienta a escribir sin saber qué escribir.

Piensa en escribir un cuento. Algo más largo tal vez nadie lo leería. Duda entre escribir a mano o en el computador, se queda mirando sus libretas, abre su computador, piensa que es un buen inicio para un cuento.

Un hombre abre su computador, hace años que nadie los prende, solo los viejos apagan los portátiles, y él no se considera viejo.

Se queda mirando el computador mientras piensa en cómo seguir. Busca una libreta para escribir un nudo y un desenlace, o más bien un inicio, un nudo y un desenlace, su personaje no ha hecho nada, peor su personaje aún no es nadie. Busca un trabajo para su personaje mientras se pregunta por qué se le hace tan difícil escribir si escribe todo el día, o bueno, eso creen los clientes que hacen los copies en las agencias de publicidad. La verdad es que la mayor parte del día está sentado pensando en cómo ganarse un león o un lápiz o cualquier estatua de un metal cualquiera pintada para parecerse a un metal precioso. Se da cuenta de que en realidad, aunque escriba todo el día, escribe para que nadie lo lea. Hace comerciales que el público ignora, redacta párrafos que la gente no lee en las revistas y piensa en posts que las personas odian tanto que pagarían por un timeline libre de marcas.

Cuando se mete a Facebook a buscar la respuesta a una pelea iniciada en un post sobre política, escucha a una mosca volar sobre él. El hombre comienza a escribir una respuesta que está seguro dejará a su interlocutor callado, o por lo menos enfurecido. El hombre es suficientemente viejo para creer en la utilidad de una pelea en Facebook.

Ya tiene dos puntos para moverse, tiene una mosca y puede hacer un cuento de hombre vs mosca, algo simple pero con tonos divertidos. Aunque el joven no está seguro de escribir divertido, nunca se ríe con lo que escribe. Martillea con los dedos, mira lo que lleva escrito, piensa que tal vez deba escribir el comentario político de Facebook con errores de ortografía, mayúsculas, insultos. Sería una buena idea relacionar las ganas de matar una mosca con las ganas de matar a un adversario político digital. Pero no le gusta hablar de política y decide centrar el cuento en la mosca.

Martillea con los dedos. Le gustaría tener uñas para que sonara más fuerte. Por alguna razón piensa que esto lo tranquilizaría.

La mosca tiene el valor de pararse en el borde de la pantalla del computador, pero el hombre está escribiendo tan rápido como su mala técnica de mecanografía le da para escribir. Va por el tercer párrafo, que en Facebook es algo así como medio párrafo, siente que tiene la verdad en la mano y que la mosca quiere burlarse de él. Para. Le manda la mano a la mosca que huye, dejando un rastro de grasa en su computador.

Llega el momento en que no sabe cómo continuar. No entiende por qué siempre le pasa esto, llega a un punto, tiene algo así como un inicio y un nudo, pero al momento de escribir el final se paraliza, piensa que tal vez escribió algo bueno y podría quedar como algo malo al tener un mal final. Se queda mirando lo que lleva. No entiende por qué no logra hacer un final, ha visto cientos de finales en películas, ha leído cientos de finales de libros, ha ido a talleres y tomado cursos, pero en casi todos lo que le enseñan de cierta forma es a empezar. Él no siente que alguna vez haya sentido miedo a la página en blanco, más bien miedo a la media página, al párrafo inconcluso, al final que no deja claro nada. Sospecha que todos los miedos son así, les dicen de una forma pero no son exactamente eso. Cuando llega a ese punto en el que no sabe cómo escribir un final siempre lo invade algo más parecido a la angustia que al miedo. No entiende cómo, si sabe cómo escribir. ¿Sabe cómo escribir? Le puede pasar eso, o siente que está llegando a ese punto en la curva de Dunning Kruger en el que se da cuenta de su propia mediocridad. Recuerda que cuando era un adolescente tenía la certeza absoluta de poder escribirlo todo y escribía sin miedo horas sentado al frente de su computador, sin minutos de corrección. Ahora que cree que sabe escribir se siente paralizado por lo que cree que sabe.

El hombre responde la cuarta respuesta de su interlocutor que tiene una mano con algo así parecido a las moscas como foto de perfil. Lleva dos respuestas pensando que será la última, que por fin lo dejará en su sitio. Espera paciente, ve los puntitos de Facebook saltando. La mosca vuela cerca de su oído. El hombre tiene miedo de que se lance como un kamikaze y tenga que ir a urgencias. Espera la respuesta. La mosca sobrevuela su cabeza, se posa en ella, tal vez hace ese movimiento con sus patas como si tramara algo. El hombre se pone de pie, la mosca vuela, y se para sobre la pared contraria a su computador, el hombre busca algo, toma uno de esos folletos de muebles que envía Homecenter después de tomar la mala decisión de pedirles algo a domicilio, lo toma en forma de cilindro y se acerca a la mosca con pasos lentos, tranquilos. La mosca lo mira, él no lo sabe. La mosca escapa del golpe seco, el hombre la sigue con la mirada, se marea un poco, no está acostumbrado a mover los ojos tan rápido, tal vez sí está algo viejo.

Su problema, acaba de descubrir, es que se distrae mucho. ¿Qué lo hace pensar que sus comentarios en Facebook van a cambiar la vida de un cuarentón que probablemente piensa que gritarle cosas a las mujeres en la calle es una forma de halago? Lleva cuatro respuestas y tampoco sabe cómo terminarlas. Se da cuenta de que está siendo autobiográfico y piensa en toda esa gente que dice que todo lo que se escribe es autobiográfico. Suspira. Martillea con los dedos. Borra su comentario y lo cambia por un GIF.

La mosca vuela esquivando cada golpe, el hombre la sigue, su esposa le pregunta con un grito qué es lo que pasa, el hombre responde que hay una puta mosca en el estudio. La mosca se posa en diferentes partes entre golpe y golpe como para frustrar más al hombre que está a punto de olvidar la rabia que le producen esos malditos marihuaneros de Facebook. La mosca se posa en su computador. La respuesta a su comentario es una de esas imágenes que se mueven. Por fin lo dejó callado.

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