Juan Manuel VII

Norber Tebes
quiasmo
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2 min readJul 24, 2018

Cuando conoció la correspondencia entre Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre, Juan Manuel estuvo amansado como para enamorarse de alguien que le escribiera algo, ya no una carta, capaz un email, un poema por whatsapp aunque sea, algo que supiera a descuido o a espontáneo, pero amoroso. Ser la razón para que otra persona escriba le generaba un deseo de vivir esa situación, que, mientras tanto, imaginaba de diversos modos, ángulos y enfoques. Él, por otra parte, se ejercitaba como podía en la escritura para que, llegado el momento, tuviera algo que devolver: pensaba que el sentimiento amoroso, sumado a un concienzudo ejercicio de la hipérbole, la metáfora, la antítesis, el adverbio terminado en mente, lo iba a catapultar a un deseable estadío poético.
Sus dos primeras novias no escribían. Ni siquiera leían. Él les escribió poemas, que, aunque malísimos, fueron bien recibidos; para él, igualmente, esas recepciones tuvieron gusto a poquito.
Hasta que llega Agustina. Entre otras cosas, se enamoró de Agustina porque escribía, ciertamente mejor que él. Fue ella la primera en dedicarle un poema, encima por Facebook, en modo público, hermosísimo en su estética y en su ritmo, pero el poema lo dejaba mal parado y recalcaba sus miserias y cualquiera entendía que Agustina lo había escrito luego de dejarlo.

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