La huida
Al otro lado de la ventana, el viento, el cansancio, el polvo del camino, la sed. El flaquear de las piernas que se mezcla con la emoción al ver, tras varias semanas andado y tras agotar sus reservas, una casucha con luz y molino en medio de la estepa castellana. El niño pica a la puerta sin acabar de distinguir si es sueño o vida. Le duelen los labios al tocar el agua que le ofrece la señora, le duele el abdomen al recordar su huida.
— ¡No voy volver! —afirma.
Y al mismo tiempo, en susurros, pide a un Dios que no escucha, que por favor le vengan a buscar.