La mirada

Patricia Rivas Lis
quiasmo
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4 min readJan 29, 2017

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Con la palma de la mano se tocó varias veces la cabeza y después, con suavidad, se palpó el cuello. Cada pocos metros el mismo gesto inconsciente que le obligaba a darse cuenta de que era otra mujer. Mucho le había costado decidirse hasta ese momento en el que la peluquera le preguntó si estaba segura. La decisión estaba tomada y solo por un instante, justo cuando vio su melena negra esparcida en trocitos a sus pies, se arrepintió de haberse decidido. Ahora ya en la calle se sentía valiente y satisfecha. Mezclada entre la luz de la mañana y las prisas de la gente, caminó erguida y sonriente. La ciudad estaba hoy más limpia y en los árboles descubrió pequeñas hojas nuevas; disfrutó del roce del aire en las orejas y a cada paso se asombró del reflejo de su imagen flotando en los cristales de las tiendas. Esa sensación de mirarse y ver a otra mujer en el reflejo era nueva; tal vez un poco parecida a aquella otra lejana de la infancia que ahora regresaba, aquella de algún baile de disfraces, cuando en el espejo grande del pasillo se veía metida en otro cuerpo.

Compró flores amarillas y olvidó el pan. Paseó bajo el sol del mediodía pegada a la mujer nueva de las lunas y pensó que le apetecía más caminar en la mañana que volver a la cocina… pero miró el reloj y se acordó de él. Lo imaginó hambriento y enfadado. No creo que le importe —pensó mirando el escaparate y su imagen diluida entre zapatos— aunque, después de tantos años, tal vez no le haga gracia. Debería haberle dicho algo…..

Apuró el paso.

Subió corriendo las escaleras y, tras cerrar la puerta de la calle, se buscó en el espejo de la entrada. Nerviosa y con cuidado retocó la laca de sus sienes y con las flores apoyadas en la esquina de su brazo entró decidida en el salón.

Sentado en el sofá, tras el periódico, estaba su marido. Sin levantar los ojos preguntó dónde había estado, que esas no eran horas, que por un sábado en que se puede comer pronto en esta casa…. De pie, callada y sin moverse, esperó una mirada complaciente que no obtuvo. Tal vez sorprendido por el súbito silencio, él la miró y, sin decir nada, siguió leyendo.

Tras dejar las flores, la alegría y la chaqueta en una silla y olvidando su peinado ya en la cocina, cortando la cebolla ella lloró un poco más de lo normal. Mientras ponía la mesa odió un poco más su vida y a ese hombre.

Apoyado en el marco de la puerta él la observó mientras ella escurría la verdura y luego, ya en la mesa, continuó observándola como esperando resolver algún enigma.

—Estás muy guapa —dijo en voz baja mientras se ponía un poco más de vino.

—Y tú muy callado.

Él continuó comiendo, masticando lentamente la comida mientras la miraba, pero ella no reconocía aquellos ojos. Esos ojos no habían estado nunca en esa cara. Y cuando frente a la nevera se agachó para alcanzar unos yogures, sintió que de la espalda a las piernas, y en la nuca y en los hombros, dos ojos resbalaban por su carne. Al sentirse observada su cuerpo se tensó y, casi sin pensarlo, comenzó a calcular los gestos de su boca, el baile de sus manos. Y se demoró conscientemente en encontrar cucharas para el postre.

A la puerta cerrada del horno volvió aquella mujer de la mañana. Su marido miraba a otra mujer que no era ella y esa mirada nueva lo convertía en otro hombre. Él siempre traía en los ojos el color de la oficina pero ese hombre de la mesa, ese hombre que miraba a la mujer que ella había visto en los escaparates de la calle, miraba con los ojos de un niño que mira a través del agua a los peces de colores. Sintió celos de sí misma, o de la otra, y volvió a odiar a aquel que nunca la miraría a ella como ahora miraba a la rubia en la que se había convertido. Al mismo tiempo se sentía atraída por el desconocido que ahora compartía su comida. Le gustaba aquel hombre. No recordaba haber sentido nada parecido desde aquellos días primeros del amor en los que se sentía observada a cada paso. Pero esto era mejor, ahora eran cuatro. Imaginó el peso de aquel cuerpo sobre el pecho y esa cara moviéndose en lo alto y tuvo prisa.

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