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Los niños están bien

Fernando Doglio
quiasmo
Published in
10 min readAug 24, 2018

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Ella

- “Tranquilo amor, ya casi llegamos” — decía Claudia por cuarta vez. Su hijo, Ignacio, no paraba de llorar en el asiento de atrás. Con sus ojos llenos de lágrimas, cara de cansado y sus tres años, no entendía realmente lo que eso implicaba, solo sabía que aún estaban en el auto, lejos de casa y sus juguetes. Venían del super, una vuelta que normalmente no les tomaba más de media hora y eso era contando el tiempo que pasaban dentro, buscando lo que necesitaban.

Pero hoy era diferente, hoy las calles de todos los días estaban cerradas, tres accidentes había visto, dos en el camino de ida y uno a la vuelta — “la gente está cada día más loca” — pensaba Claudia — “con el día que hace, deberían ir más despacio”.

El día no ayudaba, eso era verdad, era mediados de Julio, y el clima lo sabía, hacía cuatros días que no paraba de llover, todo en la ciudad tenía un tinte gris: el cielo, las nubes, las calles, los edificios, incluso el césped en las veredas y de a poco incluso se iba filtrando a las casas, como un ladrón sigiloso, lento pero seguro la humedad del ambiente se colaba entre las aberturas, cada vez que los niños traían un poco de barro desde afuera, incluso las mascotas contribuían. Era una batalla que solo se terminaba con el cambio de estación y todos estaban contando los días para que pasara.

- “Tranquilo amor, ya falta menos” — repetía Claudia, Ignacio sentía también la influencia climática, y las promesas de su madre no parecían ser suficientes para calmarlo. Si bien este camino parecía estar tranquilo y libre de accidentes, la vuelta que implicaba había aumentado ya media hora el tramo regular, y prometía por lo menos otros veinte minutos antes de que pudieran llegar a su destino.

Ignacio no paraba de llorar, si bien de momentos disminuía su volumen, era solo para recuperar el aliento y luego continuar, como si fuera por primera vez, con su llanto constante.

Unos kilómetros más adelante, ya casi por llegar, Claudia divisó un nuevo accidente, este a diferencia de los que ya había cruzado era muy reciente, tanto que no había la clásica masa de personas a su alrededor, sacando fotos y explicando lo que había pasado a todos los que quisieran escucharlos. Tan reciente, incluso, que al acercarse vió como el conductor se arrastraba del auto, el cual había terminado dado vuelta. Sus ruedas aún seguían girando y se veía un líquido oscuro que parecía salir del motor del vehículo.

Claudia no lo pensó mucho, no podía dejar a ese hombre tirado, solo, al borde de la carretera, por lo que estacionó a unos metros de distancia, dejó a su hijo llorando en su silla, asegurándose de tomar las llaves de su auto y activando el cerrado automático al salir. Lo hizo de forma inconsciente, no pensó que alguien más fuera a entrar y llevarse su auto, lo hizo sin pensar, preocupada más por el accidente que por nada más.

Cuando por fin se acercó a socorrer al hombre , escuchó como gritaba, pero no de dolor, ni pidiendo ayuda, no, él estaba gritando un nombre:

- “¡MICA!” — gritaba sin parar, sus ojos recorriendo el entorno en donde había sido el accidente, pero, curiosamente, no en el auto, el auto dado vueltas y destruido no le llamaba la atención — “MICA!” — seguía gritando y cuando Claudia por fin se acercó lo suficiente, con lo que pareció un dolor insufrible en su pierna izquierda, se incorporó y le habló directamente a ella:

- ¿¡Está con Ud?! — parecía desorientado y un poco fuera de control, se dirigía a Claudia, pero miraba a su auto, el Chevrolet Spark negro que ella manejaba, estacionado a unos 50 metros de distancia y que parecía tener un niño encerrado dentro.- ¡¿Esta Micaela con Ud?! — le decía mientras seguía mirando el auto, ahora forzando ambas manos, fuertes a pesar del trauma del accidente, a cada lado de los brazos de Claudia.

Ella no estaba segura cómo contestar, no estaba segura de cómo reaccionar ante la desesperación en los ojos del hombre, ahora al tenerlo tan cerca podía ver como la sangre le caía por el costado izquierdo de su cara debido a un profundo corte cerca de su cien. Claramente necesitaba atención médica urgente y ella no tenía idea de como empezar a ayudarlo, así que dijo:

- “No… no tengo a nadie en el auto” — instintivamente protegiendo a su hijo, esperando no tener que involucrarlo de ninguna manera. Su hijo, que hacía ya cinco minutos estaba solo en el auto, solo, sin entender porque. Podía oirlo, aunque sabía que era su imaginación, gritando a todo pulmón, llamándola, a esta altura sus lágrimas estarían mojando su buzo rojo de IronMan, como lo hacían cada vez que lloraba de esa manera. Tenía que encontrar la forma de ayudar a este hombre rápido, para poder volver con Ignacio.

- Es mi hija, si no está con Ud, tiene que estar aquí en la vuelta, desapareció hace unas horas, no puede estar muy lejos. Nosotros vivimos a unos diez minutos de acá y he estado dando vueltas llamándola… no vi el perro que se me cruzó y …. y ….. — Más que intentar explicarle a Claudia lo que pasaba, el hombre parecía estar tratando de recordar los eventos que lo había llevado a esta situación.

Entendiblemente — pensó Claudia — estaba desorientado, ya que tenía un fuerte golpe en la cabeza, así que intentó terminar la frase por él:

- … y probablemente dió un volantazo y se le dió vuelta el auto, ¿no?. Está bien — continuó, al ver que el hombre aceptaba la historia de Claudia en lugar de confirmarla, claramente no podía dejarlo solo. — Llamemos a la emergencia y ellos lo van a ayudar — era lo mejor que ella podía hacer en el momento, así que intentó sentar al hombre al borde del camino, y se decidió a llamar al 911.

- Ya vuelvo — le dijo al hombre, mientras se alejaba caminando hacia su auto — tengo el celular en mi coche. No no, quédese ahí, ya vuelvo .

Unos metros más tarde, Claudia ya estaba corriendo hacia su auto, no por el apuro de ayudar a este pobre hombre, sino por la desesperación de ver a su hijo, que ya a esta altura estaría sin voz de tanto llorar. ¿Había dejado el freno de mano puesto? Los nervios estaba nublando su juicio, no podía recordar qué hizo al bajar, y lo peor era que no sabía qué esperar. Tal vez Ignacio se habría soltado el cinto y estaría tratando de abrir la puerta. Suelto en el auto podría hacer cualquier cosa, realmente no había pensado mucho al bajar así y ya a esta altura la desesperación que sentía Claudia le estaba jugando en contra, las distancias parecían agrandarse, el tiempo corría más lento. Los 30 segundos que le llevó alcanzar el auto fueron los más largos de su vida.

Al llegar al vehículo, sus objetivos eran dos: por un lado, abrazar a su hijo para calmarlo y por el otro, agarrar el celular que sabía que tenía en el bolsillo de la puerta del conductor, pero cuando por fin llegó, dos cosas sucedieron a la vez, sus piernas perdieron toda capacidad de mantenerse erectas, no por falta de fuerza, estaban entumecidas, todo su cuerpo lo sentía igual, con la excepción de su estómago. Este se le endureció, por un segundo, luego esa sensación comenzó a subir, primero la sintió en el diafragma, como un golpe que la dejó sin aire, luego pasó por su pecho, congelado sus pulmones. Su garganta la sintió después, ese grito ahogado de desesperación ante lo increíble, y por último su cerebro, despertandola y dandole claridad sobre lo que estaba pasando.

Él

El velocímetro marcaba 180 Km/h, pero la realidad es que desde que Mica había desaparecido, el tiempo parecía moverse en cámara lenta. El reloj del auto marcaba las 13:10, así que ya habrían pasado unas dos horas desde que se dió cuenta que no estaba. Había buscado por todos lados, al principio dentro de la casa, pensando que no contestaba sus llamados porque estaría conversando con algunas de sus amigas en snapchat como era la moda ahora.

Después, cuando recorrió la casa dos veces y el fondo a gritos, empezó a preocuparse. No logró encontrar el celular de Mica, pero al llamarlo, le antedió la contestadora sin siquiera sonar una vez, señal de que donde estuviera estaba apagado.

El siguiente paso fueron los vecinos, Mica realmente no era de frecuentarlos, pero tal vez ellos la vieran salir. Nada, nadie la había visto en todo el día.

La desesperación a este punto estaba llegando a niveles que nunca había sentido, cada minuto que pasaba, ella había sido raptada, estaba siendo golpeada, abusada, la habían dejado tirada en algún campo para que nadie la encuentre. No, tenía que dejar de pensar así, concentrarse en la realidad, no habían señales de lucha, ni entrada indebida a su hogar, él no había escuchado nada y había estado todo el día ahí. Nadie se había llevado a su hija, ella había salido sola.

El llamado a la policía vino después, discar esos tres números lo hizo sentir que pisaba sobre seguro, era la primera idea razonable que había tenido desde el inicio. Pero la respuesta no había sido lo esperado.

Al parecer el policía que lo atendió le intentó explicar algo sobre que estaban sobrecargados de llamadas, algo estaba pasando, pero él había dejado de escuchar cuando se dió cuenta de que no lo iban a ayudar. Así lo que siguiente que podía hacer, era salir a buscarla, no sabía a dónde, así que iría recorriendo todas las calles cercanas, y luego de a poco alejándose hasta encontrar alguna pista, algo relacionado a su paradero, sino a ella misma.

Con la desesperación manejando sus actos conscientes, le tomó tres intentos meter la llave en el encendido de su Hyundai Accent plateado. Una vez que lo logró, limpió las lágrimas de sus ojos, lágrimas que no había notado hasta el momento y salió.

Media hora después, las opciones se terminaban, el barrio no era tan grande, y las calles ya las había recorrido dos veces. Empezó a ampliar el radio de búsqueda, perfilándose hacia al centro de la ciudad, con la esperanza de que por alguna razón, su hija hubiese ido hacía ahí. No podía pensar en ninguna, realmente, pero la desesperación no necesitaba de la razón para dirigir.

Unas vueltas después estaba por la carretera, camino al centro de la ciudad, a 180Km/h prestando más atención a los bordes del camino, esperando ver algo relevante, que a lo que tenía en frente. Y fue así como no vió al perro, ¿no era muy grande para ser un perro? Hasta que lo tenia arriba y con la fuerza con la que intentó esquivarlo y la velocidad a la que venía, perdió el control del auto.

Para cuando despertó, su mundo estaba literalmente de cabeza, todo le dolía, sentía un pinchazo muy molesto debajo del pectoral derecho y una vez que pudo zafarse y empezó a arrastrarse lejos del auto, notó que algo mojado y tibio recorría su cara del lado izquierdo.

Estaba sangrando, muy dolorido y sin auto, inmediatamente sus chances de encontrar a Micaela habían bajado a cero, no había forma, tal vez fuera a morir aquí mismo y ella volviera a casa sin entender porque él la había abandonado. No era justo, quería gritar de rabia, pero solo lograba llorar de frustración.

Fue en ese momento cuando se acercó una desconocida, no la había visto llegar, pero ahora que veía, tenía un auto, ¿sería posible? ¿Podría ser esta la solución? ¿Estaba Mica en ese auto, había sido encontrada por esta mujer y la estaba devolviendo a su casa?

Trató de explicar lo sucedido, trató de preguntar por su hija, pero estaba aún muy aturdido como para entender y recordar todo hasta el momento. La desesperación había desaparecido, la mente consciente estaba de vuelta regida por la razón, pero eran como dos caminos paralelos, lo que pasa en una vía no se registra en la otra

La desconocida parecía querer ayudar, pero él no entendía lo que ella decía ¿ estaba Mica en el auto? Ella lo llevó al borde del camino y lo ayudó a sentarse para luego salir corriendo a su auto, seguro que iba a buscar a su hija, que estaría como loca queriendo salir y venir a abrazarlo. Por fin todo había terminado, llamarían a la emergencia, y después de unas suturas a su cabeza, que no dejaba de sangrarle, estarían de nuevo en casa. La iba abrazar hasta que cumpliera los 18 años. La simple idea de hacerlo le había puesto una media sonrisa en su boca. Sonrisa que se borró en el instante en que la mujer llegó al auto, por un motivo que él no podía entender, al llegar al auto, ella se desplomó, llorando y gritando , no podía entender qué decía pero el tono le era muy familiar, ese mismo miedo había salido de su boca unas horas antes.

Ella estaba buscando algo, no, no algo, a alguien más y como su Micaela, ese alguien también había desaparecido.

En medio de sus gritos, la mujer volvió corriendo, él intentó ponerse en pié, cada vez que lo hacía, le dolían más partes de su cuerpo y para cuando ella por fin lo alcanzó, ambos escucharon una tercer voz.

No era de alguien ahí, porque ellos estaban solos, y él sabía que ella también lo escuchaba porque su rostro se había desfigurado en el momento en que comenzó a escucharlo. La voz no era de un hombre, pero tampoco de una mujer, tenía uno de esos tonos que pueden venir de cualquiera, y sin embargo, sentía como si ya lo hubiera escuchado antes, en un sueño que recién ahora estaba recordando. El mensaje de esta persona incorpórea era corto, pero conciso, no dejaba lugar dudas sobre el destino de su hija, ni el de la persona que la mujer estaba buscando. Era claro, corto y seguro:

Los niños están bien, nosotros vamos a ocuparnos de ellos de ahora en más, gracias por su colaboración.

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Fernando Doglio
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