Ojo

Davichuan
quiasmo
2 min readJan 7, 2017

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Llamé a la puerta con un par de golpes.

De la habitación mugrienta asomó un niño, la luz de mi vela se reflejó en su piel negra y pude ver su remera ajada y sucia. No pude ver su rostro hasta que me acerqué lo suficiente y noté su extraña deformidad. Su cuenca ocular izquierda era enorme y estaba casi centrada al rostro, la nariz estaba desviada a la izquierda, pero su boca se mantenía en el centro. Vinieron a mi mente imágenes de personas afectadas por hidrocefalia y de cráneos estirados que practicaban algunas civilizaciones como los Paracas de Perú. Sin embargo, nada se comparaba a lo que me tenía atónito por el momento.

Un gruñido que quizás pretendía ser una palabra me sacó de mi asombro para meterme en uno aún mayor. Atravesé la vieja puerta y a mi derecha había un hueco en la pared, una celda abierta, de allí se estiró un negro brazo. Pude ver que pertenecía a una mujer. Sostenía un bebé contra su pecho desnudo. Le susurró al niño algo que no pude entender y él se acercó a ella. Sus largos dedos le abrieron con delicadeza el párpado izquierdo, que dejó ver lo que parecía un ojo enorme, blanquecino y ciego. Lo pellizcó y comenzó a tirar, el ojo empezó a salir de la cuenca con un sonido crepitante, pero no era lo que parecía, no era un globo ocular, sino un trapo enrollado, un mugriento y húmedo harapo. Su gigante párpado caía como una cortina sobre la concavidad vacía.

Al girar y alumbrar con la tenue luz noté que del bebé supuraba un hilo de líquido oscuro que nacía en su ojo izquierdo, me estremecí al notar que su párpado también colgaba flojo. Continué alumbrando, ya podía sentir el terror subiendo por mis pies, el hormigueo de mis brazos y un zumbido que, leve pero implacable, se apoderaba de mis sentidos. La vela dejaba distinguir el seno de la mujer, su hombro y cuello, su pelo enredado y su mentón. Me detuve ahí, petrificado del miedo, no quería mirar lo que suponía mi mente. Cuando el zumbido fue tan fuerte que me ensordeció y la vista se me nubló, un desgarrador grito, gutural y áspero, me sacó de mi obnubilación. Con un movimiento nervioso e involuntario de mi brazo la vela voló y segundos antes de apagarse pude ver una enorme y ciega cuenca ocular que se abalanzaba sobre mí.

La puerta se cerró, caí de espaldas y ruidos de grilletes y cadenas me dieron una tranquilidad momentánea.

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Davichuan
quiasmo
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Programador disperso/Enmarañador de palabras y otras cosas