Pelos

Patricia Rivas Lis
quiasmo
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2 min readJan 10, 2017

Ahí está, como siempre, sentado en su sillón con los ojos bajos y las pupilas como liebres. Yo no le digo nada, aunque me gustaría que él sí me dijera. Que me contara esas cosas que hay en los libros. Yo no tengo esa paciencia, enseguida quiero saber qué pasa después y siempre termino saltándome tantas hojas que al final no entiendo nada.

Mientras él lee, yo me depilo las piernas; como lo hacía mi madre, con pinzas, que a mí esas modernidades de enchufar a la corriente no me van. Me gusta quitarme los pelos de las piernas, uno a uno. Me relaja y me sorprende, porque algunas veces, cuando arranco un pelo pequeño en mitad de la pierna izquierda siento un pinchazo en el hombro derecho (es como si todo mi cuerpo estuviera relleno de pequeños cables que se conectan).

Empiezo siempre por los fáciles, por los que están bien a la vista; esos bien negros que parecen decir, arráncame, arráncame. Pues toma. Y a veces, salen con raíz y todo. Pero lo mejor son los que no se ven, esos que notas al pasar la mano, que sabes que están ahí, bajo la piel. Esos que cuando los descubres te empeñas en sacar. Hay que escarbar un poco; levantar la piel con el extremo de la pinza. Duele, pero hay que sacarlo. Y escarbas. Y a veces sangra. Pero si salen, si salen, esos sí que te dejan satisfecha. Crees que no hay nada y, de repente, tiras y descubres que ahí abajo, escondido, largo y enrollado, estaba el pelo.

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