Piedras y flores

Le singe volant
quiasmo
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4 min readJan 22, 2019

Llegamos a un claro en el bosque, en la base de una de las tantas montañas que nos rodeaban. Un agujero natural se abría a las faldas de la misma, con enormes rocas rojizas fungiendo como las paredes de un rudimentario auditorio. Yo descendí por uno de los costados, apresurándome al sitio. El maestro dio la vuelta hasta la entrada y por ahí procedió hacia el centro.

En el suelo había una serie de filas hechas con piedras dispuestas de manera circular. Frente a cada fila de piedras había un trecho desgastado sobre el cual no crecía la hierba, señal clara de que fue transitado por los adoradores de manera continua (no quisimos detenernos a pensar si todavía lo era).

El maestro se quedó estudiando los patrones de las hileras, pero yo me dirigí a lo que me pareció la pieza más interesante: una columna de piedra tallada sobre la cual se erigía la estatua de una niña pequeña, con sus manos juntas al frente como en actitud de oración. Sobre la cabeza de la niña crecía una hermosa flor blanca de pétalos grandes y extendidos que desprendía un ligero brillo, como el de una vela encendida. Sus raíces se extendían y escarbaban adentro de la estatua. Yo me quedé mirando absorto por unos instantes, perdido en la hermosura de aquella flor y en la fineza de los detalles en el tallado de la estatua. Era muy distinta al pilar donde estaba colocada, sobre el cual era obvio que los elementos habían hecho algunos estragos. Estuve a punto de tocar la flor cuando el maestro me llamó en voz alta. Me sobresalté, pues casi había olvidado que estaba allí conmigo y no me percaté del momento en el que se paró a mi lado.

— Es muy bella, ¿Verdad? —

— Así es maestro. Es casi hipnótica —

El maestro sonrió. — Ven, quiero mostrarte algo aún más impresionante —

Me alejé de la figura y me acerqué al maestro, que había arrojado una esfera de claridad sobre el suelo. Cuando se quebró, el campo perceptivo se expandió hasta que cubrió la gran mayoría del auditorio. Nos quedamos unos segundos en silencio, analizando la escena, hasta que el maestro habló.

— Creo que ya llevamos suficiente tiempo juntos como para que puedas interpretar lo que estas viendo. Dime ¿Qué notas que sea digno de tu atención? —

— Pues… — me detuve a escoger bien mis palabras, pues no quería quedar mal en mi primer conclusión — Me parece que todas las piedras del auditorio provienen del mismo periodo espacio-temporal… excepto la estatua de la niña —

— Muy bien, aunque eso sería normal en un espacio de adoración como éste. Lo más lógico sería pensar que el ídolo proviene de alguna otra región y que fuera tallado por artesanos distintos a los que construyeron el lugar, usando distintos materiales y técnicas más refinadas que permiten el nivel de detalle que se observa en la figura.

— Así es — concluí, orgulloso de mis habilidades de observación.

— Pero es incorrecto. Si te concentras, podrás ver que el campo de percepción que hemos abierto nos revela un par de cosas mucho más interesantes. La edad de la estatua y la de las piedras difiere por varios miles de años. Además, hay un rasgo leve de otro asunto más escalofriante — y luego guardó silencio.

Me acerqué, esta vez concentrándome tanto como pude para evitar quedarme embelesado con la flor. Al cabo de unos minutos, me asaltó una idea que me sacudió. Casi susurrando me atreví a hacer una última observación— La piedra de la estatua… alguna vez tuvo voluntad — .

— En efecto.— Respondió el maestro.— Aún quedan vestigios muy débiles de espíritu dentro de la piedra. Voy a ayudarte con el último detalle, el más terrible de todos. Esos vestigios parecen estar fluyendo, y lo hacen la dirección de la flor —

— Es decir que esa flor… ¡Esa flor está robando la voluntad de la estatua! ¡De la niña! Pero, ¿Cómo es esto posible, maestro? —

— No estoy muy seguro. Pero, si nuestras conclusiones son correctas, ésta es una especie muy peligrosa. No sé en qué clase de ritual fue utilizada, pero debemos de tener mucho cuidado a su alrededor. No creo que nada de lo que estamos viendo aquí en este altar en medio de las montañas haya sucedido por accidente. Hace 100 años esta niña pudo estar corriendo y jugando como cualquier niña normal, paro ahora está apunto de ser devorada por la flor —

— ¿Aún podremos hacer algo para salvarla, maestro? —

— No lo sé. Tendríamos que hacer que la voluntad que le fue robada regrese a ella, y el transporte de voluntades es una proeza que escapa por mucho a mis habilidades. Tal vez en alguna otra ocasión, si no llegamos demasiado tarde —

Nos fuimos de ahí, no sin antes anular el campo de percepción. No queríamos andar dejando pistas regadas. Yo me quedé intranquilo; la mirada de la niña y el brillo de la flor me persiguieron por varias noches.

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Le singe volant
quiasmo

A veces me pregunto si, en los días aburridos, el clima se sienta a platicar de mí