Red Apple, de leanforward_photos

Rojo

Le singe volant
quiasmo
5 min readJul 19, 2018

--

En el momento en que la manzana se volvió el tema de la conversación, el tono de su voz se tornó más violento.

— ¿De qué color es la manzana?

— Rojo — Dije, titubeando un poco. No supe si por los nervios o porque en realidad dudaba de mi respuesta. Supongo que un foco amarillento y una pistola pueden hacer que uno pierda la certeza acerca de los colores.

— ¿Rojo, eh? ¿Y cómo puedes estar seguro de ello?

— Pues… porque la estoy viendo.

Entonces apagó la luz. El incipiente sótano se oscureció de inmediato. De donde fuera que haya provenido, por fuerza de la invisibilidad sentí su voz junto a mi oído:

— Y ¿ahora?

— ¿Y ahora qué? ¿De qué diablos hablas?

— ¿Cuál es el color de la manzana ahora?

— ¿Cómo que «cuál es el color»? ¡Sigue siendo rojo! — grité, casi llorando. La sangre se me juntaba en las muñecas; él había apretado demasiado las cuerdas. Yo balanceaba de cuando en cuando mi peso sobre la silla, para que no se me durmieran las piernas, pero no había nada que pudiera hacer para liberar la tensión de mis ataduras. No podía ver mis manos, pero imaginaba que se iban poniendo moradas. De la misma manera en que imaginaba que la manzana seguía siendo roja.

— Déjame entender. ¿No dijiste recién que sabías su color porque la estabas viendo? De acuerdo con esta lógica, decir que aún es roja me parece aventurado.

¡Pues claro! Las manzanas no cambian de color. No porque deje de verla dejará de ser roja, ¡Maldito estúpido! Eso es lo que debí decirle, pero solo lo pensé. Me demoré con la respuesta porque también estaba ocupado pensando en cómo podríamos escapar. Por supuesto que a él no le gustó que lo hiciera esperar, así que cortó cartucho.

— Crees que estoy jugando, ¿verdad? Pues si esto es un juego, entonces vamos apostando algo. Tu vida y la de tu compañero por unas simples respuestas. Si respondes bien, entonces los dejo ir. Si respondes algo que no me agrade, entonces los mato. Y si te tardas demasiado, también los mato. ¿Entendido?

Enfrente de mí podía escuchar a Guillermo, revolviéndose en su silla; sus gritos ahogados por una tira de cinta adhesiva aislante me recorrieron como un escalofrío.

— ¡Sí, sí, por supuesto!… Yo… yo creo que la manzana es roja aún.

— Ahh, tú crees. ¡Muy bien! Ya nos estamos empezando a entender. ¿Y, por qué crees eso?

Sudaba frío, midiendo cada palabra. — Pues… pues porque la longitud de onda de los rayos de luz que rebotan de la manzana no cambia, y nuestros ojos siempre captan esa longitud de onda como el color rojo. Así que, si alguien la viera, seguro seguiría siendo roja.

— Si alguien la viera — Se quedó con esas palabras en la boca, como saboreándolas. — Entonces, si nadie la ve, ¿la manzana deja de ser roja?

Estaba desesperado, no sabía a dónde quería llegar este loco y mucho menos cuales serían las respuestas correctas. Traté de seguirle la corriente como pude.

— No lo sé, supongo…

— Muy bien, muy bien. — Su voz se oía ahora muy cerca de donde tenía atado a Guillermo. Supe que estaba junto a él porque tuvo que elevar el volumen para hacerse escuchar por encima de los gemidos de mi compañero. — Entonces vamos a hacer un experimento.

Rodeado de una densa tiniebla, mi mente se revolvía tratando de dar sentido a lo que oía: un ruido sordo, como de telas gruesas sacudiéndose; un tintinear metálico; unos pasos calmados y ligeros; la piel despegándose del adhesivo plástico; la súplica inútil; el forcejeo convulso; el metal entrando en la carne; el grito largo y horrible; un nuevo tintineo y por fin el maniático:

— Me dio curiosidad tu hipótesis y siendo un hombre apasionado por la heurística no podía perder la oportunidad de probarla. Ahora tu amigo, que ya no tiene ojos, nos puede ayudar a esclarecer la incógnita. Dime, por favor ,— dirigiéndose a Guillermo — ¿de qué color es la manzana?

Guillermo seguía gritando desaforadamente, así que supuse que lo que el hombre decía era cierto.

— ¡Ah, pero qué tonto soy! — continuó — En las mismas condiciones no puedo probar nada. Que ridículo debo de verme, presumiendo de ser un hombre de ciencia y cayendo en un error tan básico — Apenas terminó de decir esto y encendió la luz.

Cuando mis ojos se volvieron a acostumbrar al brillo pude ver la imagen borrosa de Guillermo, retorciéndose de dolor a unos cuantos metros de mí. En su rostro, dos agujeros ensangrentados donde hace unos minutos estaban sus ojos.

El hombre, con una sonrisa ansiosa, volvió a su interrogatorio:

— Dime por favor, Guillermo, ¿cuál es el color de la manzana?

Guillermo sólo podía gritar, no creo siquiera que haya escuchado la pregunta. Nuestro captor, sin embargo, llegó a sus propias conclusiones.

— ¡Felicidades! Tal parece que en efecto tenías razón. Tu amigo aquí, desprovisto de instrumentos con los cuales ver la manzana, ha dejado de ser capaz de conocer su color, por lo que no puede responder a una pregunta que para ti y para mí es tan sencilla que resulta ridícula. Para él la manzana ya no es roja. Es más, probablemente tu amigo no esté seguro de que lo está frente a él sigue siendo un manzana ¿Tiene acaso más maneras de corroborar que la manzana es aún manzana?

Me estremecí de terror.

— Calma, calma. Seré loco, pero no idiota. Aún tengo la capacidad de hacer juicios sintéticos a posteriori. No tengo que arrancarle la nariz, la lengua y la piel a tu amigo para saber que sin ellas también dejará de percibir la manzana por completo, al punto de poder dudar de la existencia de la misma. ¡Eso me frustra tanto! ¡Me rehúso a creer en una realidad tan frágil! ¡Es un insulto que la ausencia en el cuerpo de unas cuantas cosas destruya la certeza de todo lo que existe! No podía seguir viviendo si comprobaba que esto era cierto, y gracias a tus respuestas lo he logrado. Te agradezco mucho por tu ayuda.

De su maleta sacó una pequeña navaja que puso gentilmente sobre mis piernas. Acto seguido, tomó la pistola y se voló los sesos. Minutos después, cuando logré liberarme, tomé la pistola con la intención de vaciarle el cartucho al bastardo. Con enojo descubrí que la única bala que había en la habitación era aquella que ahora yacía despedazada en el suelo, cubierta de rojo.

--

--

Le singe volant
quiasmo

A veces me pregunto si, en los días aburridos, el clima se sienta a platicar de mí