She won’t always love me “No matter what”

Santiago Beitia
quiasmo
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7 min readMay 2, 2019
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Rubia otoño, piernas largas y los ojos más oscuros que conocí. Daba pena verla entrar del brazo de un tipo que no era yo. Por suerte sé que nunca estuvo atada a ningún brazo, pero esta vez la ví… no sé… distinta. Lo recibieron a él con cierta distancia, en mi favor. No podía esperar menos de mis amigos, aunque pronto se acostumbrarían a su presencia. Sin irme lejos, Mati, sentado enfrente mío, salía con Cris hacía dos meses, y ya tenía la confianza suficiente como para echarme una mirada cómplice cuando el monigote nuevo le pasó una mano alrededor de la cadera a Patri.
Llegó el turno de saludar y los besos no pudieron ser más incómodos. Un dulce aroma de su perfume que me ató a su pelo de nuevo. Su sonrisa de ¿disculpa? No, de pena, me siguió hasta que choqué con otro perfume, más ácido y traicionero.
La casa de Cris, la agasajada, no era lo suficientemente grande para tenernos en espacios separados. Se sentaron a dos sillas de Mati. La picada ya estaba sobre la mesa y me dediqué a engullir la mayor cantidad posible de frituras y quesos que pude manotear. Escuché al vuelo la conversación que se mantenía alrededor de Patricia. Tuvo el agradable detalle de omitir con delicadeza las respuestas a las preguntas chismosas de Cris sobre su relación actual.
Me tomé algunas miradas para estudiar al nuevo. Creía saber que se llamaba Brian, pero no me importaba estar seguro. No lo conocía, pero tenía la idea de haberlo visto antes. Y creí saber de dónde, pero debía confirmarlo. Saqué el celu y me metí al instagram de Patri. Era un balazo suicida, pero llevaba tres fernets de antibalas.
BrunoJulian. No pude resistir una risita que, para mi retorcida satisfacción, llamó la atención de la mesa. Las miradas hoscas me resbalaban, estaba en mi derecho. Mis sospechas se confirmaron al hurgar en sus seguidores. Coti Estevez. Amiga del gimnasio y muñeca de moda en los boliches de la costanera. Por suerte me encontraba entre las pocas personas a las que la señora se dignaba a responder. Le mandé un mensaje, pero su última conexión tenía dos horas de caducada y me impacienté. Con la excusa del baño me fui al patio a fumar.

— Max, bombón, ¿Cómo estás?
— Hola bella. Todo bien, ¿y vos?
— Genial, en una fiesta, no vi tu mensaje, perdón.
— No hay drama, perdón pido yo por molestarte.
— Para nada, me salvaste de un pesado, le dije que eras mi novio.
— Ojalá — le dije risueño, y la hice reír — . Tenía que preguntarte ¿Conocés a un tal BrunoJulian de Instagram?
— Mmm…
— Blanco, morocho, ojos claros, barbita prolija.
— ¡Sí! Ya sé, el sábado pasado. ¿Por qué? ¿Cómo sabés quién es?
— Porque llegó al cumpleaños de una amiga del brazo de mi ex. Están hace un mes.
— ¿Posta? ¿Ese es? — se rió — . Bueno, me tenés que agradecer
— Te tengo que llenar de besos.
— Jajaja, mi amor.
— Bueno, tengo que volver, gracias bombón.
— Gracias a vos por llamar. Nos vemos, ¡Muá!

Tiré la última bocanada de humo con bronca. Estaba bueno pero también no estaba bueno. Volví con tres respiraciones hondas. Esta vez al lado mío estaba Pancho. Lo miré y me entendió a medias. Conocía a Coti así que solo le mostré el celular con el mensaje que le mandé y susurré “Me dijo que sí”. Me contestó cerrando los párpados.
La fiesta pasó al living después de la cena. Tragos y música, la gente empezaba a moverse. Me distraje un poco bailando con una de las amigas de Cris. Una de esas bellezas extrañas por las que el alcohol y la semipenumbra acostumbran a votar. Pero llegaron los lentos y, a pesar del cuerpo caliente que se pegaba al mío, los ojos se desviaron hacia los recién emparejados, que buscaban disimuladamente tocar sus labios.
Mirando recordé.

El ultimátum había sido entregado y cumplida su condición terminal. Un año de que nada fuese como era. Jirones de cariño en el colchón, lo único que veía. El pasado. La secuencia de imágenes más terrible que podía imaginar, o peor, recordar. Por primera vez distinguir su silueta, la voz desconocida, una guerra de miradas. Los soles, el calor, la indefensa piel. La cama, la casa, los futuros. Nada, para siempre.
Severa se fue quitando de encima todo lo que a mí concernía, salvo por los recuerdos que mantenían, en mí, viva la esperanza. Pero no. Decisión tomada, mejor para los dos. Habíamos inventado algo, y ese algo no funcionaba. Y nosotros, que tuvimos el poder para inventarlo, no pudimos hacer nada para salvarlo. Pero el golpe final me lo dio tomándome del rostro. “A pesar de todo, te amo sin importar qué pase”.

Abrazados. Ella a su pareja, yo a una mujer que no conocía. Nos miramos unos segundos. Nuevamente esa sensación. No podía dejar que esos ojos lloraran. El imbécil que la abrazaba tenía de bueno solo esa fachada que ostentaba frente a nosotros, frente a mí, frente a ella. Alrededor nuestro, la música sonaba sin entenderlo, los invitados bailaban distraídamente. Él, sin saber que rompía una mirada, buscó su boca y la besó. Yo dejé de bailar. Cuando las luces se encendieron de nuevo, ellos seguían con sus labios cerca. Evidenciada, me miró con pena, pero sonrió cuando el imbécil le dijo algo al oído. Después de un rato apareció al lado mío.

— ¿Cómo estás?
Me moría por largarle la verdad.
— Estoy bien. Ya me voy a acostumbrar. ¿Vos? ¿Están bien?
— Sí. Con Bruno es… Bueno, estamos hace poco, pero es lo que necesito ahora.
— Me hace bien verte bien.
— Gracias — me dio la mano — . ¿Es mucho presentártelo?
— No, vamos.

Nos habíamos saludado, pero no hablamos nada. Ahora me paraba frente a él y charlábamos con sonrisas falsas. Falsa de mi parte porque no soportaba su fachada. Falsa de su parte por la misma razón. Ahora me contaban como se habían conocido. Omitieron la parte del boliche con un “Nos cruzamos una vez y la siguiente nos reconocimos”. En ese momento ya no entendía su necesidad de presentármelo. Es cierto, pasamos mucho tiempo juntos y de alguna manera ella siempre me mostró todo. Lo cierto es que yo también les di lugar a hablar.

— ¿Y hace cuanto que es oficial?
— Un mes — contestaron al unísono.

Pasó la conversación y le pedí otro favor a Coti. “Llamalo, por favor”. A los diez minutos se escucha sonar el teléfono. Lo saca del bolsillo, lo mira, y vuelve a guardarlo. Eso era algo que Patri siempre odió. Sonó dos veces más, pasó lo mismo. “Listo”, le dije a Coti cuando la mirada de mi ex tensaba toda la habitación. Cuando Mati llegó con la torta y todos nos envolvíamos alrededor de la mesa, los vi alejarse un poco. La discusión empezó como un murmullo molesto y terminó sonando en el silencio que todos hicieron.

— Me dijiste que eso no pasaba más.
— Y no pasó más, me llama pero yo no la atiendo.
— No, esta es otra, no es Florencia.
— …
— Ves, me estás mintiendo.

Se dieron cuenta que los mirábamos. Los dos, en un momento, cruzaron sus ojos en los míos. Ella con vergüenza, él con desafío. Me debatía entre la angustia de verla mal y la excitación de ver como todo se iba a la mierda. No me resistí a decirlo.

— Coti no es Florencia.
Una cara lloró y la otra me reveló furia.
— ¿Cómo…? ¿Fuiste vos?
— Pará. No discutan por favor. ¡Basta! — dijo Patri algo congestionada.
— No, no, no. Estoy cansado de que esté siempre en medio. Y vos defendiéndolo. Me cansé de escuchar de él, de que lo nombres, de que compares. Superalo de una vez, ahora estás conmigo…

Siguió hablando, pero no lo escuché más. Hay algo atractivo en no decantarse jamás por la violencia, pero creo que hay algo más interesante en la persona que sabe la cantidad y el momento justo para aplicarla. Creí ser esa persona cuando me acerqué despacio y lo toqué en el hombro. Giró y yo lo ayudé con un gancho que terminó por rotar su cuerpo, tirándolo al suelo inconsciente.

— ¿Qué hacés? ¿Estás loco?

La reacción de Patri no fue la que esperaba. Se agachó al lado de Bruno, que no reaccionaba. Mis amigos me miraban raro, con miedo. Ella no mostraba miedo, pero sí pena. Fui el único que entendió todo, la conexión entre Coti y yo, los llamados. Creí que todos estaban al tanto, pero al parecer no fue así. Me subí al caballo y lo volteé de una piña espectacular. Era un héroe en mi cabeza, pero Patri no me miraba como a un héroe.

— Se estaba pasando. Y aparte te engañó. Coti es amiga mía — traté de excusarme.
— ¡No! ¡No, no, no! ¿No entendés? — se paró y se acercó — . ¿No entendés que esto es lo que nos separó? Sos un bruto, un violento.

Miré entonces su rostro lloroso y la pena. Miré la mesa y el vaso vacío que se había llenado y vaciado… ¿Cuántas veces? Miré a mis amigos. Miré a Cris y a las velas todavía prendidas, a Pancho y su decepción cómplice y tristona. Volví a Patri.

— ¿No entendés? — ahora lo preguntaba sinceramente.

La puerta, miré la puerta. La vergüenza cayó arriba mío como una montaña de mierda. Empecé a dudar. De mi conversación con Coti, del baile, de la charla con ellos dos. Quizá todo pasó en mi cabeza, quizá su discusión no fue como la ví. La puerta. Corrí hacia la puerta y salí. No podía conmigo, no podía con mis amigos. Corrí y corrí, no sé cuánto. Llegué a una plaza y me senté en un banco. Y pensé. No sabía quién era, no sabía nada. Una frase daba vueltas en mi cabeza. Y tuve miedo. Porque no podía ser, porque no siempre iba a amarme sin importar qué.

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