Suerte

Saturnine
quiasmo
Published in
2 min readApr 12, 2017

--

Saqué de mi bolsillo esa raspadita maldita, en un manotazo desesperado. ¿Qué objeto tenía buscar algún premio, después de todo lo que pasó? No pude responderme, pero sentirla en mi mano me ayudaba a seguir moviéndome.

Sabía que era una decisión tomada; lo había meditado todas las mañanas durante un mes, junto a mi tostada y el café con leche. La idea me daba fuerzas y determinación. Podía decir y hacer cualquier cosa porque ahora yo tenía el control de los acontecimientos.

Caminé durante horas con el frío cortando mi cara y los pensamientos turbando todo a mi alrededor. ¿Estaba segura? Repasé las razones, una por una, y expuse todos los argumentos, colmando cada espacio de palabras, hasta quedarme sin aire.

Pero esa raspadita era mi ancla. Había invertido todo lo que me quedaba, entregándole al universo la última decisión. Algo asi como tirar una moneda.

Llegué a la estación. Estaba abarrotada de gente malhumorada, quejándose del frío. Me alegré de no ser ellos; me alegre porque sabía que nada de eso importaba.

Saqué el papel de mi bolsillo y busqué alguna moneda. Ya casi no se usaban, pero siempre alguna lograba escabullirse. Estaba raspando el premio, el gran premio, cuando escuché un grito. Todos giramos, desconcertados, buscando la procedencia. La curiosidad mató al gato, o eso dicen.

Una marea de gente corría hacia mí, amenazando con tirarme. Intenté correrme, siempre apretando con fuerza la raspadita. Intentando echarle una mirada rápida para asfixiar la última esperanza. Había ganado.

Todo desapareció. Todos y todo. Solo escuchaba ruido blanco dentro de mi cabeza. Luces y un sonido ensordecedor. Después, solo negrura.

El Universo había decidido.

--

--