Vidente a distancia

AdorableMuffin
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Celestina, Celes para los amigos, seguía una estricta rutina a rajatabla todos los días, de la cual no se salvaba ni en fin de semana. Se trataba de un castigo auto impuesto por no ser como los demás de su generación, con trabajo y contrayendo matrimonio, o a las puertas de ello. Al principio, ese retraso vital generado por la mala suerte le preocupaba. Pero desde que encontró el canal en YouTube de Madame Zodiacal, estaba por encima de eso. Tal era el poder que daba a conocer el futuro, aunque fuera de manos de terceros. El precio a pagar por semejante ventaja era una ganga. Celestina aportaba mensualmente una generosa donación mediante paypal a su pitonisa, de modo que, a cambio, tenía derecho a lecturas de Tarot personales, tiradas de runas y rituales de buena suerte.

Mucha más gente contrataba los servicios de Madame Zodiacal. Cuando se acercaba la Noche del Walpurgis, la adivina organizó un sorteo para una sesión por videollamada muy especial. Celestina fue una de las ganadoras, junto a otras dos personas más con quienes alguna vez había coincidido en uno de los chats en directo con la vidente. Una semana antes de la fecha, recibió un PDF con materiales que iba a necesitar. Presa del nerviosismo, Celestina procuró mantener la calma y seguir con su rutina como si no pasara nada. A sus padres, bajo cuyo techo vivía, no les gustaba un pelo su afición. No la entendían. Además, estaban mayores. Celestina temía que, si se enteraban, les diera un ataque.

Lo dispuso todo con cariño y esmero. Sus padres dormían en la habitación contigua. Su santuario sería sagrado de entonces a adelante, sin intromisiones.

La llamada invadió la ventana de su portátil cinco minutos antes de la hora. Contó hasta cinco antes de contestar. No quería parecer una obsesa. Se fueron uniendo a la llamada con segundos de diferencia.

— Buenas noches, elegidos — saludó Madame Zodiacal.

Su acento cantarín delataba su procedencia. La pitonisa era la única que mostraba su rostro a través de la webcam. La rodeaba un aire místico. Su edad era difícil de determinar, con tantas arrugas de expresión y pecas en las mejillas.

A Celestina le recorrió la espalda un escalofrío. Una multitud de figuras de santos, dioses y budas miraban por encima del hombro de Madame Zodiacal a los asistentes virtuales de la reunión.

El resto usaban avatares, imágenes que no se asemejaban para nada con sus aspectos de verdad. Uno de ellos, «Señor X», tenía de avatar a un encapuchado con grafitis superpuestos en colores fosforescentes. El otro se llamaba «Abel1981» y se escondía tras la máscara de un avatar de videojuego. Celestina hacía un chiste sutil con su propio nombre al usar la portada del libro homónimo como retrato.

Nadie pareció captar la gracia. O, al menos, nadie hizo comentarios.

Devolvieron el saludo de forma escalonada, en el mismo orden en el que habían entrado en la llamada.

— ¿Recibieron el archivo con instrucciones que les envié?

Asintieron.

La tensión inicial se esfumó poco a poco. Los que estaban allí comprendieron de pronto que tenían un interés en común. El silencio dejó paso a una charla trivial que relajó los ánimos.

Dieron las 03:00.

— Enciendan las velas, por favor.

Se escuchó el chisporroteo de las cerillas y mecheros prendiendo los cirios.

— Muy bien. Apaguen las luces y, con la vela en la mano izquierda, sosténganla frente a ustedes y cierren los ojos.

Madame Zodiacal aguardó un par de minutos a que obedecieran. No tenía duda de que lo harían.

Celestina se sintió embargada por una profunda dicha. Aparte de sus padres, aquella gente era el primer contacto humano que tenía en meses, quizás años. Se los imaginó en sus respectivas casas, imitando su postura. Se propuso grabarse a fuego esa experiencia. Su corazón brincaba azuzado por una multitud de sensaciones que no conseguía desentrañar.

— Puedo ver que ya están unidos — Celestina se sobrecogió ante la demostración de Madame Zodiacal. Leer la mente y los sentimientos era la más sutil de sus artes, pero a ella le impresionaba todo de aquella mujer — Sus destinos serán uno ahora y la suerte, compartida.

¡Una comunión! Celestina estuvo a punto de echarse a llorar, pero logró contener las lágrimas. El mar de sentimientos que albergaba su pecho se hinchaba y quería desbordarse, inundar el espacio virtual que compartían. Después de aquella noche, nada ni nadie podría romper lo que Madame Zodiacal había unido.

La llama de la vela se revolvió, inquieta.

— Son los primeros de algo grande que se avecina. Lo verán venir desde una posición privilegiada. Mis elegidos. Cabeza, corazón y alma.

Esa parte también la explicaba el PDF. Los tres se enfrascaron en la letanía a coro:

— Somos la cabeza del rebaño. Sus elegidos. Cabeza, corazón y alma.

— La cabeza no cederá cuando la falsa ciencia intente separarla.

Celestina achacó el sonido de un tijeretazo que emitieron los auriculares a un fallo de éstos. Le siguió algo que caía bruscamente y un gorgoteo, un «glugluglu». Después, un tintineo musical indicó a los asistentes a la llamada que alguien acababa de abandonarla. Celestina no pensaba desobedecer a Madame Zodiacal por nada del mundo y mantuvo los ojos cerrados, aunque la salva de ruidos la intrigaba. Tragó saliva, suplicando que la pitonisa no hubiera sufrido un corte repentino de conexión. Suspiró de alivio al volver a escuchar su voz:

— El corazón no cederá cuando la traición lo atraviese.

En contra de su voluntad, Celestina abrió los ojos de par en par al oír el golpe seco, el gruñido y la musiquita de abandono de la sala de chat.

Ni « »Señor X» ni «Abel1981» estaban presentes en llamada. Eran ellos quienes se habían marchado. La agradable sensación que hasta entonces la envolvía se convirtió en despecho. ¿Cómo podían ser tan desagradecidos, despreciando una ocasión como aquella para formar parte de algo más grande de lo que podía alcanzar su entendimiento?

Madame Zodiacal tosió para llamarle la atención. Celestina no sería como ellos. Se quedaría hasta el final, porque las predicciones de la adivina la habían ayudado en sus momentos más bajos. Cerró los ojos de nuevo. Con la mano libre, acarició la empuñadura del cuchillo de cocina. El último requisito del ritual.

— El alma no cederá cuando la desgracia la desgarre.

En un movimiento brusco y torpe, Celestina empuñó el cuchillo y se desgarró el estómago. Sin miedo. Su fe, la magia de Madame Zodiacal la protegería del frío que poco a poco se apoderaba de sus miembros. Del tacto pegajoso que se le adhería al pijama y caía al suelo, formando un charco. Del dolor que empezó siendo una punzada y se fue expandiendo poco a poco. Porque Madame Zodiacal, su médium, jamás le haría daño.

Una brizna de duda se encendió en su mente.

¿Por qué la echó de la llamada entonces?

La vela se desprendió de sus dedos entumecidos y cayó al suelo.

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AdorableMuffin
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Reseño libros para desayunar y leo cafés. Escribo cosas. Caótica por defecto. Le doy vida a peluches de Amigurumi para que me hagan compañía en mi locura.