Wacha
Wacha te cuento
a vos que te gusta
saber mis trivialidades
saber de mí quiero decir
me levanté y vine a laburar con lagañas
saludé a los chicos de administración
prendí la pc y abrí el Corel
y me quedé mirando la pantalla
gris clarita
recostado en la silla giratoria.
Así estuve un rato largo.
Pensé en poner la pava pero no me pude mover.
Sentía como un sistema de pliegues
viscoso
atado a la espalda
que iba en dirección a casa.
Que venía, quiero decir,
de esa dirección.
¿Tendrá algo que ver el contraste
para que aparezcas vos partiendo esta nada
en partículas de sentido?
Ya tengo 40 wacha.
No sé qué me viste.
No sé por qué insistís en desarmarme
casi todas las noches
abrir ventanas a la luz
investigar los cajones y buscar alguna remera que te quede
ir a retar a las nenas que ladran afuera
quién sabe a qué.
Cada vez que te miro caminar
sonriendo con el pucho en la boca
las dos manos intentando reacomodar tu pelo
pienso que esto no puede durar.
Vos no conocés a Dolina
pero a él le escuché decir que hay momentos
de magia que conviene dejarlos trabajar
en la urdimbre de una fe poética
y no romperlos con filos o verdades.
Por eso no te dije nada anoche.
Pero lo sentí.
Esto no puede durar.
¿Será que uno está viejo y empieza a pensar en caducidades,
utilitarismos?
Por esto de la edad
acumulé bastantes ojos desilusionados
cuando me vieron realmente
es decir
ya desalojada la fe poética
la idealización inevitable
pareja de la calentura
cayéndose
ante un yo evidente.
Y decidí que no quiero más de eso.
Por eso fue que esa vez que nos conocimos
en la comilona del Rafael
te dije que no puedo construir nada
que me falta habilidad.
Wacha
no te importó.
Te sonreías como si desafiaras todas mis experiencias
“ma qué” dijiste
y tomabas
y bailamos
o bailaste y yo miraba casi quieto y te hacía girar.
Tenés coraje, wacha,
qué querés que te diga.
Fuimos a casa
y empezaste a mandar
amorosamente
yo entendí que de nada valían más advertencias.
Aparte, pienso ahora, ¿advertencias de qué?
¿Contra qué?
¿A esta altura uno va andar pretendiendo no lastimarse?
¿Quiénes nos hicieron creer eso?
Sí, ya sé.
Me dijiste que ya sabías cuidarte de payasos como yo
que se deshacen en advertencias y
aburridas etiquetas parental advisory.
“Dale, guacho, dale, besame y callate”.
Besame y da la vuelta.
Las nenas ladraban y hubo que ir a saludarlas al patio
acariciarlas
hacerles saber que adentro papá tenía visita
para que entendieran que
había tormenta con demolición más o menos controlada.
Tenías gusto joven de cerveza Brahma.
Me acordé de cuando era joven
sabés
y todo
y todos tenían gusto joven de cerveza,
No te lo dije, obviamente.
Para qué.
Me acuerdo que
mientras me sacabas la ropa
pensaba en las propias ficciones que uno se arma
incluso sin querer
para esquivar el zarpazo
de las muchas caras de la soledad.
¿Quién había dicho eso?
Que la única responsabilidad es con la propia soledad.
No me acuerdo.
No te lo dije, obviamente.
Para qué, wacha.
Estabas ganosa,
poderosa estabas,
haciéndote cargo pero de tu calentura
conduciéndola por entre los sillones
y el piso mal lavado el día anterior.
Todavía me duele el pie
por haberme llevado puesta
la cómoda
que sí
que está muy cerca de la puerta.
No importó, dije “ay! la puta!”;
no me escuchaste.
No sé qué me viste.
Qué me ves
qué ficción abrazable te armaste.
Después de acabar,
me hice el boludo
y fui a buscar un vaso de Terma a la cocina.
Vos querías cerveza.
Me seguí haciendo el boludo
para tomar aire
y te leí un poema del libro de Casas que estaba
a mano
ese es el detalle
en la mesita de luz.
“No entiendo una mierda, boló. Dale, vení, no te pongás pesado”
Todavía escucho la risita.
Hay algo de tu insolencia que me cae bien
aunque parezca extranjera
dentro del círculo demasiado serio
con que te recibo todas las veces.
Te cagás en eso.
Eso es lo que me cae bien.
Luego de que te fuiste
me di cuenta de que hicimos todo lo que vos quisiste
como lo quisiste.
Te lo escribí por whatsapp.
Me contestaste “ovio wahin”.
“Wachin”, corregiste luego,
carita con lengua afuera.
No me podía levantar luego.
Ni anoche.
Ni todas las noches
ni todas las mañanas,
me da la sensación de que cargo con esta pesadez
de toda mi vida.
Esta sensación de tener que estar luchando contra algo,
siempre,
en todo momento,
incluso durante el peso aterrador del ocio.
Incluso cuando intento liquidarte la calentura
con retorcimientos
con benevolencia.
Te vas a ir, wacha.
Te vas a cansar
lo sé
cada que me escribís para vernos
te vas a cansar de tan poco
de que me cueste tanto ese poco.
Lo pienso cada vez que aparecés por la puerta
sin avisar
y te reís de que me cueste lavar el piso
sin dejar las marcas del secador,
cada vez que pretendés disolverme la angustia
ya cada vez más compañera
con los años.
Abro la caja de texto del Corel.
Escribo “te. Vas a. Ir”
que es como lo escribirías vos
por whatsapp
elijo la tipografía Bookman Old Style
centro apretando la tecla p
y me quedo mirando eso.
Le pongo un fondo degradado
de cyan al blanco
que es el único que uso cuando diseño sin marcaciones
de parte de los clientes.
Además
ese “te. Vas a. ir”
es un texto muy fuerte
y como tal necesita un fondo suave.
Espero tu mensaje
en algún momento de la mañana
con una ansiedad que no entiendo bien
colaboro con esa ansiedad
respirando con fatiga
haciendo como si hicieras cosas.
Espero que hoy no
que no te vayas hoy.
Voy a poner la pava
para empezar a laburar
wacha.
Escribo algo de esto
para contártelo
solapándolo con matices estudiados
a destiempo
sin oficio
se va a notar igual
para el ojo que ya sabe leer la causa
y la ontología.
No me gusta lo que escribí.
Te mando un mensaje
wacha linda
como preparándome para tu afán de exagerarlo todo
miro cómo el celular
que tiene a las nenas de fondo de pantalla
se apaga de a tramos para bloquearse finalmente.
No sé por qué me meto en estos quilombos
sin tener lo necesario
de verdad no sé.
Pienso en un poeta de Varela que cada tanto dice
qué lindo quilombo esto de amar.
Dejarse amar también lo es.