Zorrito

Norber Tebes
quiasmo
Published in
4 min readDec 6, 2018

Un zorrito, hermoso, muerto, al costado de la ruta, es algo que no le interesa a nadie. Ya ingresado en la muerte, también ingresa en la indiferencia del mundo que se desplega a menos de un kilómetro, en casas, fábricas y gentes donde suceden otras indiferencias. Todos los días paso por donde fue atropellado cuando salgo a pasear y veo que cada vez hay menos zorrito, menos hermosura y más del mundo que ya conocemos.
Me acuerdo de la primera vez que lo vi.
Yo sacaba a pasear al campo a Forrest, con su bozal puesto, trotando junto a la moto, por el costado de la ruta y en un momento me tira de la correa y me doy cuenta de que quiere mear. Desacelero y mea. Hacia ambos costados se desplegaban los maizales, recortados casi prolijamente sobre el borde de los alambrados. Por ninguna razón visible, en realidad, miro a uno de los costados, un punto fijo, que es un punto que contenía el área por donde, de golpe, se asoma el zorrito, caminando y mirando el suelo, hasta que advierte nuestra presencia en la ruta. Se detiene como un zorrito, de una manera inigual, yo no he visto nunca algo así tan bello en esa inmovilidad repentina. Apoya la pata que le había quedado pausada en el aire y se queda mirándome. A mí me pareció un montón, pero no fueron más que unos segundos. Vi, me pareció ver, la desconfianza del animal, ajena a la desconfianza del individuo, o el temor del animal, el paladeo del peligro del animal, todo eso que el animal no sabe que tiene. Yo comprendí de inmediato que de él me separaban cosas como el lenguaje, la percepción acomodaticia que hemos armado para diferenciarnos del animal para soportar la incertidumbre, de él me separa nuestra prepotencia, las cosmovisiones, las abstracciones que construyen edificios y canciones con que se ama y armas con que se caza la inocencia en los campos, nuestra arrogancia, nuestra supuesta omnipotencia. Me miraba el zorrito y a mí me pasaba todo eso y sentí mucha tristeza, de golpe. Tenía los ojos marrones, circundados por contornos negros, el sol le caía sobre el manto casi anaranjado del pelaje. Me miró apenas unos segundos y luego, en un movimiento que no tuvo nada de brusco pero tampoco nada de displicencia pero sí mucho de elegancia, se volvió sobre sus pasos y se metió al maizal. Días atrás, durante el paseo de Forrest, lo había visto cruzar la ruta, de un campo a otro, con una liebre en la boca. De lejos, parecía un perrito mediano. Forrest lo vio y se inquietó y me tiraba de la correa. A veces, ya dentro del campo, Forrest alzaba la cabeza por sobre la maleza y se quedaba oliendo el aire, y yo pensaba que era el zorrito entre el maizal que andaría por ahí cerca. Desde la primera vez que lo vi, ocupaba un lugar en mi imaginario. Me gustaba pensar que mientras andaba por el campo con Forrest, el zorrito estaba cerca de nosotros.
Hoy pasé y ya casi no despide olor a podrido, que sería como la prueba de que pasó por este mundo; el pelaje va traspapelándose con la tierra que lo traga, que lo vuelve tierra; sólo quedan de él vestigios de lo que alguna vez fue, pero esos vestigios viven en mí ahora y yo no tengo nada que hacer con eso, y no hay mucho que pueda hacer para transmitir su belleza.
El zorrito no es una carga dentro de mí, se parece más bien a un ansia que no lucha por salir ni por defender su posición ni su lugar en un territorio que tiene bastante de acuoso o de fango, pero que, sin embargo, no amenaza su estadía. Si supiera el zorrito lo que es la soledad, si pudiera armar el concepto de soledad y luego adquiriera un peso comprobable, entendería que yo pensara lo solitario que es convertirse en una ansia dentro de mí que no luche ni se defienda ni necesitara dejar un peso dentro de mí. Qué soledad estar dentro mío, con otras ansias, incluso, pero qué soledad. Adentro andan Pedrito, la galguita negra con la pata podrida, tus ojos llorando y mirándome, tu cara cuando te dije que no, mi cara reflejada en el espejo cuando supe que Nana no iba a venir más. Y también Chocolate. Mi tío. Pero cuánta soledad veo en mí mismo cuando veo que cada vez hay menos zorrito y cada vez más mundo por el que pasó para quedarse en mi imposibilidad de escribirlo.

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