La esquina de los opuestos

Tobias Chames
Radar UAI
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6 min readMay 2, 2019

El amor y la guerra, lo eterno y lo efímero, el presente y el pasado. Duelos antagónicos se dan cita en una plaza de Recoleta.

Se escuchan gritos de nenes. También se escucha el ruido del tránsito, leve, pero constante. Se escuchan palabras en chino, y segundos después palabras en ruso. De pronto se escuchan palabras mas cercanas, en argentino. Podríamos decir en español, pero no es lo mismo. El argentino siempre habla fuerte, como si se estuviera quejando de todo.

Las palabras salen de la boca de una mujer que camina con su marido. “¿Será con código o con tarjeta?”, le pregunta, mientras observa una de las 52 nuevas estaciones de ecobicis disponibles en la ciudad. En realidad solo mira los soportes, porque las bicis todavía no están. Unos soportes naranja fluor, muy llamativos, que llevan en su cabecera el logo de Mastercard. Se nota que son recientes, algunos todavía tienen papel transparente a su alrededor.

La mujer camina rápido, como si en realidad no tuviera tanto interés en observar la estación. Llega a la esquina y se para en el borde de la acera, dispuesta a cruzar. En frente suyo, en la otra vereda, hay un muro de ladrillos rojos. No es un simple muro, es coqueto y grueso. Con columnas que sobresalen cada escasos metros y finas terminaciones en su parte superior. En una de sus esquinas, justo antes de comenzar a doblar, hay un cartel azul que indica: “Vicente Lopez / 2000–2100”.

En el pasado, Vicente Lopez y Planes fue un escritor y político argentino del siglo XIX. En el presente, “Vicente Lopez” es también una calle del barrio porteño de Recoleta.

En su intersección con la calle Junín, Vicente Lopez divide dos espacios que presentan grandes diferencias, pero que al mismo tiempo crean en conjunto una representación a pequeña escala de la situación social, cultural e histórica del barrio. Del lado izquierdo se encuentra el Recoleta Urban Mall, del lado derecho el Cementerio de la Recoleta.

El Mall tiene cuatro pisos, setenta y siete locales, diez salas de cine y cuatrocientas veinte cocheras. Sobre su lado izquierdo, el que da a Vicente López, tiene una ancha vereda que se extiende durante toda la cuadra. La vereda representa una de las construcciones preferidas de los arquitectos en la posmodernidad; un espacio de consumo al aire libre que a fuerza de canteros con plantas de patio y algunos banquitos se camufla de espacio público. En este caso, la estación de bicicletas también forma parte de la ilusión.

Mientras fijo mi atención en la estructura externa del shopping, formada mayoritariamente por repetitivas placas de metal grises y grandes paneles de vidrio, una gran cantidad de personas pasa por la vereda.

Un hombre camina rápidamente con su enorme maleta negra. Camina pero sin saber a donde, se lo nota perdido, al igual que a su esposa, quien llama muchísimo la atención con su atuendo. Viste un elegante tapado negro acompañado por una fina bufanda bordo. Porta más maquillaje que dudas; dudas que ambos no intentan tapar como ella tapa sus ojos con unos lentes negros. Claramente son turistas; cualquier argentino sabe que si andás así por la calle sos cartera.

Cerca de los extranjeros un joven con una camiseta de los Cavaliers mira su celular mientras cuida a su hija pequeña. Sobre la manija del cochecito cuelga una campera Uniqlo con textura de camuflaje militar. Sobre su hombro el muchacho lleva una mochila con dibujos de flores. La imagen hace ruido, los conceptos antagonizan. Pienso en la década de los setenta, en hippies con flores y militares con bastones. Es una imagen contradictoria. Son muchos los que andan por la vida con contradicciones y no se dan cuenta; quizás esa también sea una moda posmoderna.

Vuelvo a tierra, y saco un rato la vista de la gente para centrarme en el lugar.

Cerca de la calle, un cantero se extiende a lo largo de la vereda por encima del nivel del suelo. Lo decoran mayoritariamente ligustrinas. Este tipo de arbustos parecen lograr el equilibrio perfecto para este tipo de ambientes: generan la sensación de espacio verde, pero son pequeñas y no requieren una mantención exigente. Simples y bonitas.

Grandes faroles antiguos y dorados son también parte de la escena, y parecen buscar una agradable simbiosis estética con el exterior del Cementerio, que influye mucho en el aura de la esquina. Es muy difícil no virar la mirada hacia el otro lado de la calle cada tanto.

Debido a la gran cantidad de árboles, la pared que protege el sector izquierdo del cementerio casi no recibe la luz del sol. Sobre los límites del muro miles de cruces de distintos tamaños y formas combinadas con esculturas dibujan el horizonte del cementerio. La dedicación arquitectónica que demuestran los viejos panteones contrastan fuertemente con la simpleza del shopping.

Creado en 1822 bajo el mandato de Bernardino Rivadavia, El Cementerio de Recoleta se convirtió en el primer cementerio público de la ciudad. Hoy es uno de los puntos mas visitados de la misma, debido a la combinación de su belleza arquitectonica con la presencia de importantes figuras de la historia argentina; figuras, políticos y empresarios que en vida fueron enemigos acérrimos hoy comparten lugar de sepultura.

Siempre que uno observa las tumbas desde la calle, encuentra algo nuevo. Quizás lo mas llamativo es un panteón que tiene sobre su parte más alta dos pequeñas torres medievales, emulando un castillo. O un molino de viento metálico que destaca entre musgosas cruces y una virgen que sostiene un clarinete, girando constantemente y rompiendo la calma y la eterna quietud de la muerte.

Música electrónica comienza a escucharse levemente, y la situación me resulta graciosa. Del otro lado de la pared descansa gente que murió décadas antes de la invención de la música electrónica, incluso que de las computadoras.

Vicente Lopez y Planes se encuentra enterrado en Recoleta, por ejemplo. En 1813 escribió las estrofas del Himno Nacional Argentino. ¿Qué pensaría hoy sobre la música electrónica? ¿le gustaría o diría que eso no es música? la respuesta lamentablemente no la podemos saber. El periodismo no ha encontrado la forma de entrevistar a los muertos todavía.

Un joven sale del McDonalds con un buzo militar. Dos a Uno.

Una pareja pasa caminando de la mano, y ella lleva flores en la otra mano. Dos a dos.

“¡Vamos Marce!” grita una mujer. Un hombre automáticamente se sale de la fila del McCafe y comienza a charlar enojado con quien parece ser su madre. Se quedó sin helado. Otro hombre pasa rapidamente hablando por telefono en un tono fuerte, y yo comienzo a observar los locales.

De izquierda a derecha: McDonalds, Pani, Le Pain Quotidien, Starbucks. Todos tienen mesas en la calles, todos tienen nombres extranjeros. Por momentos parece que todas las cosas lindas en este país tienen nombre en inglés. Comienzo a pensar si realmente estoy en Argentina. En ese momento un tachero se olvida que es feriado y presiona furiosamente su bocina. Si, estoy en Argentina.

Un joven pasa con un buzo militar. Tres a dos.

Un niña pasa al rato portando una campera con flores. Tres a tres.

En el medio de la batalla entre flores rojas y telas verdes me percato de algo inusual. Algo que ocurre todos los días en esta plaza hoy no sucede: faltan las cajas amarillas y naranjas. No veo bicis, ni jóvenes sentados, ni mochilas de Rappi y Glovo. ¿Los rappitenderos se toman feriados?

El empleado de seguridad del McDonalds toma un par de cajitas felices vacías de la mesa y las lleva para adentro; seguridad y limpieza. Un abuelo lleva a su nieta en cochecito de juguete; “mas fuerte”, grita ella. A mi lado una madre le dice a su hijo: “Es muy grande pibe ¿te lo mandás todo?”. Multitasking, mas velocidad, escalas cada vez mas grandes. Mundo posmoderno.

Un joven pasa caminando con una mochila militar. Cuatro a tres.

Otro joven sale del McDonalds con una mochila parecida, y el juego se termina. Knock out.

Todo el mundo parece feliz. Hasta las palomas que picotean en parvada las sobras del suelo. Este momento es mi pie de entrada para salir. Pero no me voy a ir de allí sin que antes se rompa la ilusión.

Hago dos pasos y un hombre de aspecto dejado pasa por al lado mío con su mochila rota y cartones bajo el brazo. En la esquina un repartidor aparece con su bici y su caja naranja. Ambos se encuentran en la misma, y caigo a la realidad otra vez. Al menos a la realidad que estoy más acostumbrado a ver.

La situación transcurre pero nadie lo nota. Contado así suena como algo aburrido. Quizás era mas interesante si les contaba que un delivery boy y un homeless se encontraron en la esquina de un Mall.

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Tobias Chames
Radar UAI

Creativo. Fanatico de la musica. A veces miro cine. Estudiando periodismo. https://twitter.com/tobiaschames