El Rito

Aldo Plouganou
Recuerdos del futuro
5 min readOct 9, 2023

Era domingo y ya era de noche, 2002 daba sus primeros pasos mientras yo daba vueltas en la tienda de discos buscando algún tesoro, explorando hacia dónde tiraba mi corazón. Miré un rato algo en inglés, alguno de los Beatles, Yes, hasta que oficialmente compré mi primer CD con plata mía: “El último concierto: Lado A” de Soda Stereo.
Flasheé de colores, salía de la primaria, en el medio de la explosión de atracciones de una pubertad galopante caí rendido por el sonido de esa guitarra, el calor de los ritmos y los recovecos abstractos en las palabras de cada tema.
Con los primeros pesos que junté haciendo trabajos de jardinería, o lavando los autos de algunos familiares, me compré “Nada Personal”, luego “Signos” y así seguí; un cumpleaños, navidad, unos pesos que se juntaban, cada vez que podía: un disco más.

Me enamoré de Soda con una pasión demoledora, escuchaba todo el tiempo, todos los días, aprendí a tocar la guitarra para sacar los temas. En verano de 2004 me vino una idea –rarísimo que no me viniera antes, pero a la vez fue tan casual y aleatoria que bien podría no haber llegado nunca–, una noche me pregunté –¿Y Soda no tendrá página de internet?
Seguro ahí podía tener un poco más, un dato, una imagen, algo.

Www.sodastereo.com y apareció:

No me olvido más el peso de esa leyenda, “Esta página se mantiene sin actualización desde la separación de la banda en 1997” era un tiro al corazón, me los había perdido juntos, yo era tan chico cuando se separaron que todavía me quedaba lejos esa “música de adultos”. Del sitio web me hipnotizaba la foto, era como un retrato de una familia de 1800, algo entrañable pero devorado por el tiempo. Zeta con la paleta, Charly leyendo como queriendo dejarnos claro que ya no quería estar ahí. Y él, semi sonriente, casi fundido con el fondo negro, los dedos entrelazados, largos, tensos.

Ahí arrancó mi primer ritual, a partir de ese día, todos los días, entraba religiosamente por lo menos una vez a la página. A revisar, a ver si Dios o algún ser divino se habían apiadado de mi alma y la maldición de esa frase se había roto…

Esos primeros años del internet en nuestras casas tenían entre tantas, la particularidad de que la carga de las páginas era lineal, los servicios te vendían 10 o 24 megas de velocidad, línea por línea cargaba la página de arriba a abajo. Así que cada día el misterio se extendía hasta los últimos instantes de esa carga. Pero siempre estaba ahí, y poco a poco la media sonrisa de Gustavo empezó a sentirse como el reflejo perfecto de lo que era ver el sitio intacto, una pizca de melancolía entrelazada con resignación.

Pasaron años… Y un montón de Aldos: me enamoré 100 veces, aprendí a bucear, engordé, adelgacé, me mudé de regreso del conurbado a la ciudad, empecé a fumar. Mi primo Pablo, que es como mi hermano, intentó a toda costa que me calmara con Soda y me ponía a los redondos, a Fito, a Charly, a Bersuit, a los Piojos, a Calamaro, yo incorporaba todo, pero cada día regresaba a ese limbo negro con marco naranja. Soñando…

No sé de dónde me viene esa pulsión de creer profundamente, aunque todo parece imposible. Yo escuchaba a Gustavo en entrevistas y era tajante, fulminante, Soda no vuelve. No importaba, yo igual entraba creyendo; así descubrí que tengo ese superpoder, puedo creer en lo imposible como crees en la tela de la ropa que llevas puesta.
No me imaginaba nada, cualquier cambio era el signo, cualquier diminuta diferencia contaría como “actualización”, así pasaron años.

Mamá cumple años el 9 de junio, yo de adolescente era un insoportable y peleaba todo el tiempo con ella, así que su cumpleaños era uno de esos momentos que trataba de romper un poco menos los huevos, regalarle algo de paz. Por eso la noche del viernes 8 de junio de 2007 yo estaba en casa, fumando a escondidas en el balcón, después de chatear, boludear en MySpace escuchando un aleatorio descargado ilegalmente, tocando la guitarra…
Onda 3 de la mañana me preparé para dormir… y cómo todos los días puse la misma dirección que los últimos cuatro años: sodastereo.com

Lo supe desde el primer pixel, fue instantáneo, estaba rota. La maldición se había quebrado, mi corazón latía como si un rayo hubiera atravesado la noche hasta mi habitación bañando todo con su luz pero sin sonido. Se había quebrado como siempre lo creyó mi corazón.
–¡Vuelve Soda! ¡Voy a ver a Soda! –me dije una y otra vez por unos 45 minutos, llorando suave, sonriendo como un boludo frente a la pantalla; después de todo había recompensa:

A los dos días vino el comunicado, luego las fechas, la conferencia de prensa, las portadas de revista, las fotos de cada recital. Yo seguí entrando, saboreando la victoria, todos los días, hasta el 16 de noviembre. Ese fue el primer día en todos esos años que no entré a la página, el día que vi a Soda Stereo tocar en vivo; no entré porque fui la primera persona –con mi circulo íntimo–, en llegar al Foro Sol, para cuando volví a casa ya era 17.

Después de verlos en vivo, de sentir en la piel los acordes de los temas que me habían ayudado a construirme, el rito se había terminado. Entré un par de veces a ver las fotos de ese día, de los recitales siguientes, dejaba ir ese encuentro místico en una especie de fade .
La última vez que entré pasando las fotos como el eco reverberado de un tema lejano, me encontré ahí, nunca supe qué sentí con eso, aunque creo que lo digo porque en realidad no sentí nada; sólo estaba ahí, como si de tanto mirar algo, los milagros se hicieran realidad y un pedazo de mi alma quedara transferido en los unos y ceros de una impresión digital.
O más bien, como si todo ese tiempo la imagen de mi nariz, la cara alargada, siempre hubieran estado ahí escondidos entre los pixeles del tiempo.

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Aldo Plouganou
Recuerdos del futuro

Cineasta argentino-mexicano. No puedo vivir sin escribir, duermo con la persiana abierta para ver el cielo y mi patronus es un Daniel Ravinovich.