Una cerveza y una ronda de bitterballen por favor

Rutas con encanto en las que Bélgica y Holanda se disputan el protagonismo

Pablo Galavís
Recuerdos y viajes

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Por Pablo Galavís

Aterrizando en el aeropuerto de Charleroi me di cuenta de lo gastada que tenía mi inseparable guía de viaje, un pequeño libro que desinteresadamente me ofrecía información sobre los locales de moda y un poco de historia acerca de los sitios de mayor interés turístico de la ciudad. Nunca me han dado miedo los aviones, aunque he de reconocer que desde que vi ‘Lost’ me entra un ligero cosquilleo en el estómago cada vez que se enciende el indicador luminoso que solicita amablemente a todos los pasajeros que se abrochen el cinturón. Lo que sí me provocan los aviones es la necesidad de buscar algo que me entretenga y eso para mí significa que he de buscar algo para leer, por lo tanto una guía de viaje que me hablase sobre los países que iba a visitar me pareció una idea excelente.

Charleroi es una pequeña ciudad de poco más de 200.000 habitantes situada al sur de Bélgica en el municipio de Valonia. Habitualmente sirve de enlace con la afamada Bruselas, capital del país, hacia la que parten innumerables autobuses y trenes. En este viaje, Charleroi no fue una excepción. Sin apenas poner un pie en territorio belga monté en un autobús con parada en el centro de Bruselas, mi primer destino. Apenas 46 km separan el aeropuerto de bruxelles-midi, de la estación de tren principal del país, lo cual traducido a tiempo turístico significa una hora de trayecto en autobús sin poder pestañear y con la boca entre abierta, observando por las amplias ventanas las pocas similitudes que tiene este país con España.

Alojarse en el centro de cualquier ciudad suele ser habitualmente garantía de éxito en cuanto a comodidad. Esto cobra aún mayor importancia en una localidad como Bruselas, donde todo o casi todo lo que hay que ver se encuentra a un cómodo paseo del centro en un radio de no más de 30 minutos a pie. Conocida como la capital de Europa, tiene todo la vitalidad de una gran ciudad embutida en un coqueto centro histórico que desprende en cada rincón un intenso aroma a chocolate recién hecho. El carácter de los bruselenses no es excesivamente extrovertido, algo que choca radicalmente si tenemos en cuenta la adoración que sienten por uno de sus símbolos más preciados, el Manneken Pis, una pequeña estatua de poco más de 60 cm que representa a un niño desnudo orinando y que suelen vestirlo en fechas especiales. Un paseo por los alrededores de la Grand Place es indispensable, así como pararse 5 minutos a deleitarse con las impresionantes fachadas que conforman una de las plazas con más encanto de Europa.

Los golosos tienen en Bruselas el paraíso del chocolate, pero también hay un rincón para aquellos que tienen un paladar exquisito ya que Bélgica es el país europeo que acumula mayor número de restaurantes con estrellas Michelin por habitante. Eso sí, yo no tuve dudas de probar su plato nacional, Moules et frites, o lo que es lo mismo, una olla humeante con un kg de mejillones acompañados de patatas fritas, un auténtico manjar. Tras un largo día de turismo donde poder contemplar los alrededores del Palacio Real, así como su barrio europeo donde se alojan los principales edificios de la Unión Europea y sus grandes parques que son los pulmones de la ciudad, es de visita obligada la cervecería Delirium, con una carta casi infinita de cervezas, la bebida nacional. Para los más curiosos, cerca de este bar se puede observar la menos conocida Jeanneke Pis, la copia femenina del niño haciendo pis en un pequeño callejón. Otra opción para descansar y bastante más económica es comprar una cerveza en cualquier supermercado local y sentarse en el suelo de la Grand Place a disfrutar de la compañía de cientos de foráneos y bruselenses que la convierten en punto de reunión.

Si Bruselas es la capital belga y el corazón de Europa, Brujas es el destino más turístico del país y de visita obligada si nos queremos transportar a una ciudad medieval en pleno siglo XXI. El medio de transporte más cómodo para casi todo es el tren, la oferta de trenes belgas es muy variada y en poco menos de una hora me planté en la estación de Brujas tras reponer fuerzas en el vagón. Brugge, como llaman los flamencos (gentilicio de Flandes y que poco o nada tiene que ver con temas musicales) a Brujas es una de las ciudades con más encanto de Europa. Atravesada por decenas de canales es conocida al igual que la vecina Ámsterdam como la Venecia del norte.

Brujas es una ciudad plenamente turística por lo que encontrar un alojamiento asequible es bastante difícil a no ser que seas amigo de Tom Cruise en una de sus afamadas misiones. Una buena opción es buscar algún hotel cercano a la estación de trenes. El paseo al centro es muy cómodo y en 20 minutos te da tiempo de sobra para disfrutar de las vistas. Cerca de la estación y camino del centro histórico de la ciudad, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco hace más de una década, es de visita obligada el Minnewater o lago del amor, uno de los paisajes más idílicos de la ciudad, en un enclave privilegiado donde los cisnes, el símbolo de la ciudad, campan a sus anchas entre los cientos de turistas que visitan el lugar.

Otro de los sitios imprescindibles para visitar en Brujas es la Grote Markt o simplemente conocida como la Markt, una especie de plaza mayor donde destaca por encima de todo el Belford, un campanario de 83 metros de altura y 366 escalones que se puede subir por un módico precio, sin ser recomendable para aquellos a los que no les gusten en exceso los esfuerzos físicos o padezcan de claustrofobia. Las vistas desde lo alto de la torre son simplemente espectaculares, haciéndote una idea de la composición completa de la ciudad. Para terminar de visitar Brujas lo más recomendable es deshacerte del mapa y perderte por sus estrechas callejuelas donde cada esquina será más bella que la anterior. Es bastante fácil encontrar un buen sitio para comer en Brujas. Una de las opciones es degustar una buena cerveza en las terracitas de la Markt, opción no excesivamente recomendable si no quieres salir con un agujero en la cartera. En los alrededores de la plaza principal hay muchos y buenos restaurantes, destacando la Bierbrasserie Cambrinus, con una excelente carta de comidas y un menú de más de 400 cervezas diferentes. No pude irme de Brujas sin acudir al pequeño bar familiar De Garré situado en un estrechísimo callejón entre el ayuntamiento y la Markt, un local donde se elabora una cerveza casera excelente, probablemente la mejor que he podido probar en Bélgica.

Tras Brujas y Bruselas era hora de abandonar Bélgica y de nuevo opté por el tren como medio de transporte. En un tranquilo trayecto de 4 horas regresé a Bruselas donde tomé un tren con destino a Ámsterdam haciendo una breve parada en Rotterdam. Pese a la cercanía de ambos países, rápidamente el turista se da cuenta de las diferencias entre Bélgica y Holanda, siendo este último un país mucho más verde y con un estilo de vida completamente distinto. El contraste entre Ámsterdam y Brujas o Bruselas es abismal, siendo la capital holandesa más del estilo de Londres o Berlín. Con una población de poco más de 750.000 habitantes y pese a ser la capital del país, Ámsterdam no es la capital política ni judicial de los Países Bajos ya que este privilegio le corresponde a la vecina ciudad de La Haya. La oferta hotelera es bastante alta con opciones para todos los bolsillos y gustos. Si se quiere ahorrar un buen dinero dado el alto nivel de vida existente en la ciudad, una buena alternativa es buscar alojamiento en la zona norte de Ámsterdam, tras la estación de tren, en la otra orilla de la bahía del IJ, un barrio tranquilo a unos 20 minutos andando de la Dam, la plaza central de la ciudad, con la peculiaridad de tener que atravesar la bahía en un ferry gratuito con una frecuencia de paso de unos 5 minutos y que te hará disfrutar de unas maravillosas vistas.

Ámsterdam es una gran ciudad, se aprecia en la velocidad con la que ciudadanos y turistas devoran las calles. Una ciudad cosmopolita con un ambiente muy alternativo, cuna del movimiento homosexual y mundialmente conocida por su Barrio Rojo y su permisividad para el consumo de determinadas drogas. La ciudad distribuye sus lugares de interés en dos grandes zonas, el centro, donde se puede observar la Dam con el Palacio Real en frente y el Barrio Rojo detrás, y la zona de los museos, con el Rijksmuseum y el museo Van Gogh como estrellas. El Barrio Rojo mezcla turismo, sexo y drogas, dicho de este modo puede parecer el argumento principal de una película de baja calificación digna de una buena tarde de sobremesa, pero nada más lejos de la realidad. Es un espacio único y tranquilo donde turistas y autóctonos se fusionan, para curiosear o consumir, no puedes irte de Ámsterdam sin pasear por las calles de este fantástico barrio mientras las luces rojas guían tus pasos hasta un coqueto Coffee Shop.

Para los que les guste pasear, Ámsterdam puede dar grandes satisfacciones. Una ciudad que va de menos a más cuando te adentras en las calles de Joordan, el barrio más romántico de la ciudad, rodeado de canales y casas-bote, donde vivió la famosa niña judía Ana Frank. Un paseo por los canales hasta llegar a los jardines del Rijksmuseum en la Museumplein es indispensable, como también lo es disfrutar de las vistas de la fachada del museo presididas por las conocidas letras gigantes I AMSTERDAM, reponiendo fuerzas en cualquiera de sus bancos. Muy cerca de aquí se encuentra el museo de una de las cervezas más conocidas a nivel internacional, Heineken y su Heineken Experience, un museo que visitan 1000 personas al día y que puede ser una buena alternativa para aquellos que busquen un museo original y divertido.

En cuanto a gastronomía, la comida holandesa no tiene muy buena fama y los restaurantes de comida rápida son los más visitados de la ciudad. Lo mejor es acudir a uno de los cafés marrones de Ámsterdam para degustar la comida local. Uno de mis favoritos es el café Hoppe, situado en Spui y considerado el más antiguo de la ciudad. Imprescindible pedir una cerveza y una ronda de bitterballen, unas pequeñas croquetas rellenas de carne y patata con un sabor fantástico, y una tabla de quesos holandeses. Para bajar la comida, nada mejor que alquilar una bicicleta por un módico precio y disfrutar del medio de transporte nacional por la ciudad de las dos ruedas y para los más sedentarios, un crucero por los canales siempre que haga buen tiempo puede ser una maravillosa opción.

Muy cerca de la capital y con un billete de autobús que podrás usar durante todo el día se visitan Edam, Volendam y Marken. La primera de ellas mundialmente conocida por el queso, es de visita obligada para aquellos que quieran llenar su maleta de quesos para la vuelta. Holanda es el mayor exportador de queso del mundo, con una producción de 650 millones de kilos de queso al año. Volendam es un pueblo muy turístico situado en la costa que da acceso al conocido poblado de pescadores de Marken, un pueblecito con casas de ensueño al que se accede gracias a un agradable paseo en barco de unos 30 minutos de duración. Para visitar estos sitios recomiendo firmemente recargar las baterías de la cámara, las vistas son impresionantes. Si se dispone de más tiempo, es posible visitar la ciudad milenaria de Utrecht o la pequeña Alkmaar en el norte de Holanda y conocida por su simpático mercado del queso, el mercado más antiguo del país donde se subastan los quesos en la plaza mayor ante cientos de turistas.

Regresar a Ámsterdam tras visitar las zonas de alrededor hacen más patente aún el contraste que produce la gran ciudad con la tranquilidad del resto de ciudades holandesas. Sin tiempo para más, me di cuenta de que la guía de viaje que traía conmigo estaba muy deteriorada, sinónimo de que había hecho bien su trabajo y de que me había desvelado con pasión los secretos escondidos de este maravilloso viaje. Apuré mis últimas horas de visita como no podía ser de otra manera, paseando por el Joordan a la orilla de sus canales mientras degustaba un cucurucho de patatas fritas y parándome en una de sus preciosas terrazas para pedirle al camarero por favor, una cerveza y una ronda de bitterballen.

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Pablo Galavís
Recuerdos y viajes

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