Cambiar
de Maia E.
La traición le comía el alma, la furia la enceguecía y le latían mil corazones en la frente. Las lágrimas salían golpeándose unas con otras, apresuradas, queriendo ser todas las primeras en tocarle las mejillas y caer al suelo.
No podía creerlo, ¿Qué había hecho para merecerlo?, ella sin duda, alguna culpa tendría… Ella no era capaz de pensar que la culpa era del otro. En su angustia melancólica ella era siempre la mala del cuento. No sabía disfrutar, no creía ser tan buena, no se permitía ser feliz.
Vivía sola hace cinco años, en una casa heredada, demasiado grande. Lo suficientemente grande como para albergar todos sus fantasmas. No tenía mascotas, no tenía plantas, y creía tener amigos… Creía…
De un tiempo a esta parte esos amigos a los que ella siempre les entregaba todo, habían comenzado a ignorarla. No sabía por qué, no sabía si la culpa era de ese lado ermitaño que le gustaba tanto. No sabía si era que era diferente a ellos, y eso era malo. En una época supo ser “popular” pero para ser popular, a veces, hay que ser mediocre. Y mientras ella trataba de ser el centro, su vida pasaba de largo. Decidió enfocarse en lo suyo, en lo que la hacía crecer, y la gente no lo entendió. No la comprendió. No le dio su apoyo… y de pronto empezó a quedarse sola.
Su soledad, era una amiga de siempre, que es tierna cuando es buscada pero cuando es todo lo que te queda, no es más que un mal recuerdo de que no le importás a los demás… Nadie te necesita, nadie te quiere.
Ella estaba segura de que algo fallaba, algo estaba mal. ¿Acaso el problema eran los demás? No, no lo creía así… Seguramente la falla era otra…
Ahora sentía la cortada fría de la traición, y se preguntaba en el fondo, en voz bajita, si realmente era traición o simplemente estaba buscando su lugar donde no le correspondía. Quizás no era traición, sino que una etapa había concluido, y ella no pertenecía más a ese lugar y dada su manera de ser y sus gustos, la verdad, el cariño y el amor la esperaban en otro lado.
¿Cómo ser objetiva con ella misma? ¿Cómo darse cuenta si era sapo de otro pozo y buscaba el amor donde jamás se lo darían? O en este caso, donde jamás se lo volverían a dar…
Sintió otra vez ese latido en la frente, y ese dolor naciendo desde el pecho hacia cada una de sus extremidades. No podía mantenerse de pie, no encontraba solución, no podía dejar de llorar…
Miraba por la ventana, y la calle le devolvía un paisaje totalmente ajeno a su realidad. El sol brillaba, los vidrios empañados le indicaban que el otoño había llegado para quedarse, los negocios abiertos y la gente con sus bolsas iba y venía. Le parecía estar siendo la espectadora de su vida. Le parecía mirar de lejos cómo las horas pasaban y ella quieta y acurrucada no era capaz de reaccionar.
Y de pronto, como un rayo de luz, recordó un mensaje. Un mensaje que le habían dejado en su celular hace unos días y que ella no respondió por “falta de tiempo”. Un mensaje dónde le preguntaban cómo estaba, qué era de su vida, tanto tiempo. Un mensaje de alguien de muchos años atrás. Se ve que antes hacía las cosas mejor…
Buscó el celular de entre las sábanas y releyó el mensaje, y se preguntó si esa no sería la respuesta a sus interrogantes. Era alguien que le escribía porque la recordaba, porque la extrañaba, alguien que la consideraba aún una amiga. Y por un instante se le cruzó por la mente toda esa gente que sí la buscaba, a la que no tenía que mendigarle amor y se dio cuenta de que tenía razón. El problema estaba siendo ella que buscaba una amistad donde ya no había ni cenizas, estaba dejando pasar a la gente que importaba por esa maldita costumbre de hundirse en su tristeza. Había que ser realista, le gustaba vestirse de víctima.
Decidió no dejarse estar. Salir a buscar la felicidad. ¿Qué circunstancias la habían condenado a ser lo que era? ¿Qué motivos la llevaron a aislarse y hundirse en su angustia y soledad? Lo que ella consideraba traición esa mañana, no fue más que un cachetazo de la realidad que le decía“despertate”.
Eran las once de la mañana, y todavía estaba metida en la cama. No era tarde para volver a empezar, decidió responder el mensaje, y escribirle a cada una de esas personas que de un modo u otro, este último tiempo habían querido saber de ella.
Al fin y al cabo, se dio cuenta de que tenía razón. El problema era suyo, el problema era que no sabía elegir bien. Y ahora estaba dispuesta a remediarlo. No podía permitir que la vida le pasara de largo. Si la vida no la invitaba a su fiesta, ella organizaría su propio festejo. Esta vez, se permitiría ser feliz.
© Maia E.