Promesas sobre el toilette

Alexis Francisco
redbee
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8 min readJun 3, 2019

Cuando nos mudamos de las antiguas oficinas de redbee al coworking en el que actualmente estamos, no había carteles en los baños.

Hay varios motivos por los que los carteles tradicionales de los baños me parecen sosos, obsoletos y anacrónicos. A estos motivos se suma la realidad que cobra fuerza en nuestra sociedad y a la que no soy ajeno, a pesar de ser varón cisgénero: el cuestionamiento de la división binaria de géneros en «hombre» y «mujer» como categorías estancas. Esta taxonomía es particularmente forzada — pero también se constituye en un bastión — en un dispositivo que atraviesa transversalmente la cultura, las costumbres, la biología, la sexualidad y la arquitectura: el baño.

En las casas, donde los baños están equipados para soportar a una persona a la vez, la separación por géneros no existe. En lugares en los que coinciden muchas personas, por razones que tienen que ver más con pudores generados por morales heredadas y de naturaleza cultural, hemos tomado la nada económica y disfuncional decisión de separar a los únicos dos géneros que nos hemos tomado el trabajo de distinguir, en dos habitaciones distintas, como si las necesidades que fuesen a concretar en estos recintos fuesen radicalmente diferentes, o como si la sola existencia de una persona del otro género registrado fuese una amenaza a la privacidad mucho mayor que la que podría suponer una persona del mismo género.

Todo este divague epistemológico no alcanza para erosionar de buenas a primeras en una oficina (por buena voluntad que hubiere) la existencia de una costumbre tan arraigada: los baños están separados, las paredes hechas, okay.

Demoliendo carteles

Si lo pensamos bien, la única diferencia funcional entre un baño «de hombres» y uno «de mujeres» es la existencia de mingitorios, artefacto cuya utilización es mucho más práctica si se posee un pene. Dicho esto, si quisiéramos aceptar que los baños van a estar divididos, pero al menos nos permitiésemos cuestionar el criterio según el cual practicamos la distinción, podríamos pensar que un buen enfoque sería la existencia o no de este órgano, más allá del género con que se autopercibiera la persona en cuestión.

La cuestión es que, un poco para protestar contra lo aburrido de los carteles tradicionales, pero sobre todo para reírnos un rato, apoyado por mi equipo dibujé unos (no tan) provisorios carteles para los baños, que consistían en representaciones ASCII de un pene y una vagina.

8=D

{(!)}

Spoiler alert: la idea fue pésima. El 80% de las personas que intentaba utilizar los baños no entendía los carteles. Otro 10% se indignaba. Y el 10% restante era mi equipo. Sí, no lo pensé mucho.

Aprendizaje

¿Por qué cuento esta anécdota, que lo único que deja en claro es que una parte de mí jamás terminó la secundaria?

Porque me parece que hasta acá, pero sobre todo en lo que viene después, puede articularse una metáfora de algo que me gusta mucho del grupo de gente con el que trabajo.

Luego de este error estúpido, la historia continúa de la siguiente manera: acepté que los carteles que dibujé eran malísimos, pero expuse que, aparte de la motivación punk-adolescente de dibujar penes y vaginas, existía una crítica de fondo contra el criterio con que pensamos la separación de los baños, y me hice cargo de la tarea de hacer unos carteles mejores.

A más de un lector esto le parecerá una estupidez y se estará preguntando: “¿por qué no pusieron los carteles normales y se dejaron de joder?”. La respuesta es la misma que por qué nos distinguimos en muchas de las cosas que hacemos: porque somos curiosos, porque nos interesa mejorar, porque nos interesa cuestionar lo que existe por razones que no nos parecen buenas y porque no somos agnósticos a los cambios que existen en el mundo, en la sociedad y en la realidad que habitamos. Por el mismo motivo por el que quienes desarrollan en redbee empiezan a elongar los dedos ni bien escuchan de una nueva tecnología o de una nueva versión de un framework.

Y porque nos importa hacer las cosas bien. Y hacer las cosas bien no es solo hacer mejor código, si no ser mejores con las personas que están a nuestro alrededor.

Esos raros peinados nuevos

Entonces encaré los carteles como un laburo más de diseño de Experiencia de Usuario, y puse en marcha algo que usamos bastante para que las decisiones colectivas (o que afectan a muchas personas) no se estiren ad-infinitum: el «advice process».

Sobre el advice process hay mucha información en internet, pero se trata de tomar una decisión consultando a toda persona que pueda ser afectada por ella o tenga algo interesante para aportar; sin embargo, la potestad (y la responsabilidad) de la decisión final es siempre de quién lleva a cabo la ejecución de la tarea. De esta manera se evitan votaciones o reuniones infinitas que pueden bien dilatar el momento en que efectivamente sucede algo, o bien devenir en la famosa “pared cremita” de los consorcios: un resultado que no le molesta a nadie no porque es genial si no porque es absolutamente insípido.

Al encarar la tarea con un poco más de seriedad, me di cuenta de que se me había escapado una tortuga gigante, onda de esas de Galápagos: la cuestión de los penes y las vaginas era un enfoque completamente biologicista, y todo el asunto que me preocupaba iba por otro lado que aún no había podido transformar en un concepto de diseño.

Empecé entonces como empiezan la mayoría de los procesos de diseño: con una query en Google. Esto no es ocioso: una buena parte del proceso de diseño implica conocer qué hicieron otras personas antes, investigar otras soluciones posibles al problema presente.

Carteles «divertidísimos» y «creativos». Desde el «oh, qué práctico, voy a maquillarme mientras defeco», pasando por el «ah, qué divertido, burlémonos de cómo la imposición social sobre los cuerpos de las mujeres hace que se sientan siempre gordas y que eso sea algo malo» hasta el «lo siento amigo, si hoy decidiste afeitarte el bigote o bien no te crece, este lugar no es para ti: mejor que te hagas encima».

Desde luego no me sorprendió que la mayoría de las soluciones, algunas más creativas que otras, fuesen descaradamente machistas.

Hurgando entre estas posibilidades estaba aún en mi cabeza el tema de los mingitorios, la diferencia funcional, pero pocas propuestas exploraban este aspecto, tan central para mí, como criterio no sexista de separación de baños. Me puse a pensar entonces que mi enfoque era insuficiente: el criterio que separa los baños, como este acervo de carteles sexistas evidenciaba, poco tenía que ver con lo funcional de los baños: se trataba de una cuestión de identidad.

El problema es que la manera en que venimos construyendo identidad de género en nuestra cultura es una mierda.

Fue decantando en mi cabeza entonces que lo que tenía que hacer no tenía que ver con forzar una visión funcional en gente que de todas formas no evaluaba ese parámetro al momento de elegir qué puerta cruzar, si no apelar a la identidad. Mi desafío era recurrir a un rasgo identitario que no aludiese a ninguna de las formas de construir los géneros que son nocivas en nuestra sociedad, que estigmatizan y estereotipan. Ni vestiditos, ni pantalones, ni bigotes, ni tetas, ni conductas «masculinas» o «femeninas».

Inconsciente colectivo

¿Qué me quedaba, entonces? ¿Sobre qué elemento de construcción de identidad de género podía basar una propuesta vacía de prejuicios y estereotipos?

La manera que encontré de resolver el diseño tuvo que ver con el rasgo quizá más abstracto de todos: el lenguaje. El símbolo es arbitrario, ¿verdad? Somos quienes lo cargan de sentido. Retomé en un último instante la idea de mingitorios e inodoros, pero habiéndoles dado un giro primero que les quitaba del centro de la escena: la verdadera protagonista era ahora la palabra, el artículo, ese que tanta incomodidad genera en el lenguaje inclusivo.

Propuesta final de los carteles para los baños de redbee. Se utilizó la tipografía Asap Condensed, de Omnibus-Type.

¿Cómo debemos entender a los carteles de los baños? ¿Como prohibiciones, señales que suprimen un espacio como transitable, que nos impiden pasar a un lugar en virtud de lo que no somos? ¿O como avisos de qué es esperable que encontremos adentro para que lo consideremos y podamos definir si ese es el espacio en que nos sentiremos en una situación más cómoda con nuestra persona y con lo que allí existe? ¿Un cartel que restringe, o un cartel que habilita un espacio, que lo explica y lo expone, que informa?

Cerré la puerta pero abrí

Los baños de redbee no son inclusivos, como bien señaló alguien en el feedback que recibí. No fue mi intención forzar la idea de que todos los géneros convivieran en un mismo baño cuando la separación arquitectónica y nuestras costumbres ya marcaban una separación en la práctica.

Pero, aunque es un intento tímido, creo que generamos carteles que corren el foco de los estereotipos habituales e introducen a la palabra como una declaración de la persona que se autodefine, que profesa su género de manera asertiva, en un acto que no se reduce a la mera aceptación de un símbolo cargado de sentidos obsoletos y sobre todo que centra la definición de qué puerta elegir en la persona que se identifica activamente con una palabra u otra más que en un estereotipo impuesto y anacrónico.

Como sistema gráfico, una tercera puerta espera para abrirse, y es la puerta LES. Entiendo a esta puerta como una deuda que tenemos con la sociedad, con un montón de gente que vivimos invisibilizando o forzando a existir en una u otra categoría cuando no encajan en ninguna de ellas.

Hoy en día hay un montón de pibes y pibas trans, de personas que no se identifican con algún género en particular de los únicos dos que nos tomamos el trabajo de distinguir en un espectro casi infinito, y estoy seguro de que de entre todas esas personas hay varias que son cracks programando, creando interfaces y experiencias, o coordinando equipos.

Probablemente estas personas no tengan muchas ganas de interactuar con grupos humanos que, a veces por pura crueldad, a veces por simple torpeza o desconocimiento, les son hostiles. Me encantaría hacer que mi lugar de trabajo sea amigable para esas personas y para cualquiera que tenga ganas de laburar aquí.

Obviamente, este problema no se resuelve imprimiendo carteles para baños, como no se resuelve una buena Experiencia de Usuario asegurándonos tan solo de que tuvimos en cuenta las guías de accesibilidad (WCAG). Sin embargo, hacerlo es un paso en esa dirección, que manifiesta que nos importa construir un producto responsable y de calidad.

En este caso, ese producto, es nuestro ambiente de trabajo.

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