Canna

Andrés H.
Tempus edax
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5 min readJun 30, 2019

— Vamos llegando ya, debes despertar.

La brisa entraba por la ventana a medio abrir del auto rojo modelo 2012. Rafael dormia con la cabeza apoyada contra la ventana, su cabello corto y liso ligeramente aplastado contra su frente, bañado en sudor.

En la parte delantera del auto su madre conduce con diligencia mientras lo vigila utilizando el espejo retrovisor y esa habilidad de observar de reojo, que aprendió de largas caminatas nocturnas desde la parada del autobús hasta su casa. Se prometió nunca volver a ese barrio.

— Despierta cariño, es hora de que conozcas tu nuevo hogar

Rafael obedeció con velocidad somnolienta, abrió los ojos para encontrarse por primera vez con las casas de los suburbios de Canna.

Canna es un pequeño pueblo situado a mitad de camino entre la capital, la ciudad del Reloj y la Ciudad de los Últimos Mártires. Su clima cálido le hace perfecto para la explotación de caña de azúcar y flores de Aliento Rojo, famosas alrededor del mundo por su particular perfume.

Allí nadie les espera. No hay una cálida bienvenida, ni siquiera una tasa de té caliente. De allí solo uno podrá salir.

—¿ Y bien? —

el pequeño Rafael no dijo nada.

— Esta bien esta bien si no quieres hablar, seguro estas cansado.

Rafael, se limitaba a observar por la ventana, con los ojos perdidos y unas ojeras pronunciadas sobre sus pómulos, la sombra de algún árbol le pasaba por encima y le daba un aspecto aún mas agotado, como a punto quedar dormido; mientras su madre disminuía la velocidad a causa de algún reductor en el camino, o una señal escolar.

“En Canna puedes encontrar buenas escuelas,esta la escuela X de donde egreso Y , y de seguro te van a ascender pronto, asi puedes llegar a pagar Z para el niño”

— Pronto vamos a llegar a nuestro nuevo hogar ¿no te emociona pensar como sera?

De nuevo sus palabras fueron respondidas con silencio. Rafael ya no miraba por la ventana sino hacia al frente, hacia el retrovisor que encontraba directo a los ojos de su madre. Y sin decir una palabra, o asentir, solo la miraba.

— Esta bien que no te cause una buena impresión… yo también tenia mis dudas de venir aquí.

Pero así es el trabajo, así es la vida se dijo cuando finalmente acepto la oferta he hizo sus maletas.

Es una buena oportunidad dijeron algunos.

Te vamos a extrañar dijo otro grupo mas reducido.

Te amo. No lo dijo nadie.

Hizo sus maletas y junto con su hijo dejo atrás la infeliz vida de siempre, tal vez para sustituirla con una infeliz vida nueva. Nunca había sido diferente, ¿porque Canna seria la excepción? … Bueno mientras tuviera a su hijo y el aumento de suelto que le ofrecían, supuso que estaría bien.

Sin embargo no seria así, porque … ¿Quien menciona las maldiciones al ofrecer un empleo? ¿Quien sugiere que Dios ha dejado de tocar con su mano la tierra de Canna? y que allí, anidan males extraños, antiguos y siniestros. que la sombra que se dibuja sobre el rostro de su hijo no es solamente la sombra de un árbol, es el espectro de un pasado tormentoso de una angustia continua y un miedo voraz.

Canna.

Look for me in Havana.

La tarde caía sin prisas, las casas comenzaban a iluminarse con sus luces interiores. Las ventanas comenzaban a ser adornadas con siluetas. Los observaban.

Aun tendría que conducir por dos o tres millas mas antes de encontrar la casa que la empresa le asigno. Andaba muy despacio pues cada tanto se encontraba con una zona de paso peatonal o escolar.

Que comunes son las escuelas en este sector. Los conductores deben saberlo, los niños están a salvo, mi hijo esta a salvo.

Redujo la velocidad una vez más y tomó otro reductor.

Las casas adelante se hacen mas densas, más y más luces de hogar van reemplazando la luz del atardecer que va muriendo en el horizonte, despojando a las cañas del color anaranjado del crepúsculo. Y las siluetas, se detiene a observar y se siente irremediablemente observada, desde cada ventana dos o tres siluetas, desde cada ventana dos o tres rostros inmóviles, ocultos tras cortinas. Sombras expectantes, vigilantes sin nombre. Verdugos en el futuro.

Rafael aun no dice nada. Su mirada vaga por el interior del auto, como buscando la salida mas rápida. Los vidrios empiezan a empañarse. Es otro reductor en el camino.

Ya no no son dos ni tres, juraría que ahora una docena de rostros la observan desde las casas. Y también desde los arboles y bosques que va pasando.

Imposible.

¿Que hacen esos niños en los arboles?

¿Porque sus rostros son todos tinieblas?

Le sudan las manos. La caja de cambios protesta ante un paso mal dado. Traga saliva y vuelve a reducir la velocidad. Zona Escolar de los Niños olvidados de Canna.

Salta sobre su vehiculo un hombre con el rostro de sombra. Ella grita y gira bruscamente el volante, aquel hombre sale a volar y va a parar debajo de una de sus ruedas, el ruido de los huesos quebrándose y un aullido lastimero finalmente despiertan de su trance a Rafael.

Aunque solo para gritar. Grita con las fuerza que ha estado guardando, mientras ella trata de recobrar el control y volver sobre la pista, por sobre el asfalto, las marcas ensangrentadas de neumático.

— ¡Por el amor de Dios que ha sido eso! — las lagrimas le resbalan por el rostro, arrastrando consigo un maquillaje destrozado — Calma amor mio, deja de llorar Rafael que pronto estaremos en casa… mañana explicaremos a la policía…

Un nuevo anfitrión salta sobre el vehículo y otro mas, desde los costados. No puede ver sus rostros, no puede distinguir ninguna de las caras, solo presume que son humanos, por la forma en la que todos cargan en sus manos bates, picos y palas.

Esta rodeada.

Las luces del carro le permiten verlos, aunque no sus rostros que siguen cubiertos por sombras. Guardan su distancia, a uno o dos metros del vehículo.

¿Que son?¿Que quieren? se pregunta mientras sabe que no le darán tiempo de contestar a sus preguntas.

El niño grita, llora. oye su llanto con una claridad desgarradora, quiere hacer que se detenga, quiere acabar el sufrimiento, pero sus suplicas no son escuchas y los monstruos se abalanzan sobre el vehículo.

Las picas golpean las puertas, los bates destrozan los vidrios, la multitud se arroja entre gritos salvajes, aullidos horribles y una carcajada única. Entre balanceos de martillos, entre vidrios destrozados y sangre derramada.

Pronto se ve rodeada de una multitud de brazos, piernas y sudor ajeno. Pronto le cuesta respirar y gritar de dolor al mismo tiempo. Están sobre ella, sobre ellos, la masa sanguinaria, la multitud enloquecida, los vidrios destrozados se le clavan en la carne. El llanto del niño es apagado por el aluvión de sombras y dolor.

Despertó de la horrible pesadilla, despertó en el mismo hospital en Canna, donde hace un año diera a luz a un hijo muerto.

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