Mudanza
Cuando tocaron a la puerta, ya sabia que eran los tipos de la mudanza.
Me atreví a hacerles esperar lo suficiente como para que timbraran por segunda vez. No negare que guardé levemente la esperanza de que se marcharan. Aguardé detrás de la puerta mientras escuchaba las pesadas voces al otro lado, sin escuchar realmente lo que dicen. Abrí la puerta luego del tercer timbrazo.
El hombre que los lideraba se presento, me enseño unos papeles y me pidió que los firmara aprisa. Parecía estar bastante apurado, aunque seguro no era por el almuerzo, del bigote le colgaban aun algunos restos de sopa.
Firmé. Que mas remedio me queda, no hay necesidad de revisar los papeles de nuevo, se muy bien de que se trata porque yo estaba allí, el día que la corte me sentencio a perder.
Esa corte presidida por el juez de tus dudas y un jurado compuesto por tus mas sinceros remordimientos. Ante ellos desfilaron un mar de pruebas que me incriminaban, uno tras otro presentaste mis desdenes. Organizados como la más terrible lista, y allí mientras tu argumentabas sin cansancio y mientras contabas mi innumerables derrotas en la tarea de quererte, aguardaba yo en silencio la estocada final, en la que finalmente dijeras que me odias.
Pasaron horas de deliberación en solitario, horas y días de dormir en cuartos separados, en camas distanciadas por algo mas que una pared y dos puertas. Pasaron temporadas, y el veredicto seguía sin ser pronunciado, aunque los dos supiéramos a esas alturas la única e inevitable salida.
Te marchaste un día junto con el sol. Un taxi te llevo al aeropuerto y de ahí sabe dios donde fuiste a parar. Y a mi me tocó quedarme, a dormir entre las piezas de un naufragio, a recoger en las noches los pedazos de cielo que aún pueda recolectar para ponerlos bajo mi almohada mientras trato de conciliar el sueño.
Algunas temporadas después llego tu carta, y al ver tu nombre en el sobre, me pregunte desde donde la enviarías, no es tan lejos según parece, es algún sitio donde aún saben escribir y, hay papeles y sobres para enviar cartas, no fue tan lejos, es un sitio donde aún recuerdan como hacer llorar con las palabras.
Recogí mi compostura y la guarde en el cajón donde alguna vez guarde tus medias negras, y que ahora es solo una de las piezas de este abandonado museo al que quise llamar hogar y que ahora parece tratar de expulsarme como a una enfermedad infecciosa. Tendré que irme pronto, eso lo sé. Pero hasta el naufrago más osado pensará dos veces antes de soltar su última tabla y buscar hacer amistad con los tiburones. Por no mencionar que aun tengo que esperar a los hombres de la mudanza.
Pero ya están aquí, son tres, llevan ropa de trabajo naranja y todos se parecen entre si. Bigote espeso, brazos y piernas gruesas, entrenadas para el trabajo pesado que les espera. No hablan mucho y creo que eso está muy bien, no es momento para hablar de más, es debido dejar trabajar a los hombres de la mudanza.
Les indiqué el lugar donde estaba tu cuarto, les indiqué uno a uno el lugar donde estaban los elementos de la lista que he firmado.
El primer hombre entró y tras unos instantes confusos encontró en un baúl el primer objeto de la lista, una bola de cristal que hacia mucho tiempo había dejado de tener nieve y en su lugar la había llenado con poemas que te escribí. Si miras con detenimiento al cristal podrás ver las palabras moviéndose lentamente, como cayendo suavemente del firmamento ficticio, deslizándose hasta el fondo, donde permanecerán hasta que vuelvas a agitar la bola. Me pregunté para qué querrías aquella esfera de palabras de amor que alguna vez compuse para ti, y pronto recordé que alguna vez dijiste que las mismas palabras pueden usarse para configurar una despedida.
El segundo hombre de la mudanza entró en el cuarto, le indique donde estaba el libro de recortes. Un libro de pasta dura donde guardo los lugares en los que estuvimos, no fotos no recuerdos, los lugares. Pasa la mano por sus paginas y siente el susurro de la brisa del mar, el viento helado de los amaneceres invernales, pasa tus dedos lentamente por las ultimas paginas, siente el ajetreó de los centros comerciales y los restaurantes, vive el silencio de los parques y las carreteras infinitas conduciendo de regreso a casa luego de unas vacaciones en el páramo. Nunca supiste que en ese libro también guardo los lugares a los que me quedo pendiente el ir contigo. Llanuras pobladas por animales salvajes, atardeceres en ciudades europeas, visitas a palacios de antiguos reyes o humildes caminatas entre hojarasca de otoño, y tímidamente garabateada en una esquina, una iglesia donde pensé que te juraría mía para siempre. Espero no llegues a encontrarla ahora que te llevas mi libro.
Quedaba una cosa mas que llevarse. El hombre que los lideraba reviso la lista y tras frotarse la barba pensativo me pregunto donde lo guardaba. Le señalé bajo la cama, y así se agacho y de allí sacó el último de los objetos. Una caja de música muy vieja, esa la tengo desde antes de conocerte pero ahora no puedo alegar que no te pertenece también. Abre la caja de música para escuchar las notas de los sueños que alguna vez tuve, de como te soñaba antes de conocerte y como imaginaba el sonido de tu voz acompasada por música de cuerdas. Abre la caja de música, escucha como te imaginaba ¿te parece a lo que eres? ciertamente no, nunca te había imaginado como resultaste y también nunca había querido tanto. Llévate la caja de música, la de las ideas que alguna vez tuve sobre ti, las de las composiciones que arreglamos juntos una vez entendí que sobrepasabas mis antiguos sueños, la de las melodías funestas del día en que partiste, las de mi nombre alejándose del tuyo, disonante a cada paso, distante en cada intento de volver a amar.
Los hombres de la mudanza se despidieron y se marcharon. Me dejaron tan solo con el agua en los grifos, el gas en las tuberías, la electricidad serpenteante entre las paredes y un mercado fresco en la alacena. Todas esas cosas que necesito para vivir, pero ninguna de las razones para querer hacerlo.
Andrés H.
2019