Un día cualquiera

Victor Vila Ases
Relateando
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2 min readSep 15, 2016

Suena el despertador. Doy un rápido vistazo y… ¡maldición! Ya son las 7:30, hoy volveré a llegar tarde. Aparto de un golpe las sábanas y me visto. Otra vez tengo los zapatos con los cordones abrochados, debo abandonar la afición a quitármelos de cualquier manera. El reloj marca ya las 7:40. En fin, hoy me marcho sin desayunar, ya me haré un café en la oficina.

Subo al coche, y le doy al contacto. ¿Otra vez estoy en reserva? Bueno, seguro que llego sin problemas. Paso el primer semáforo, cruzo la avenida, bajo la cuesta y, ahora, a buscar sitio para aparcar. Hoy parece que estoy de suerte, hay muchas plazas libres en el parking. Quizá todavía llegue a mi hora. Cruzo la calle sin esperar a que el semáforo se ponga en verde. Es extraño, pero no pasa ningún coche.

Una señora me mira con curiosidad desde la acera de enfrente. Quizá se pregunta que hace un tipo vestido de traje frente a un solar. ¿Un solar? ¿Desde cuándo hay aquí un solar? ¿Dónde está el edificio de oficinas más grande de la provincia? No entiendo nada. La señora se acerca con un simpático cachorrillo atado a una correa. Me pregunta que por qué he estado mirando a la nada durante más de diez minutos. Le respondo que yo trabajo en el décimo piso de la torre de oficinas. Ella, con una expresión triste, me informa de que el edificio lo derribaron hace ya un año, le da un pequeño tirón a la correa y se aleja con su cachorro.

Caigo sobre mis rodillas. Me duele la cabeza y empiezo a ver borroso, posiblemente por culpa de las lágrimas que inundan mis ojos. Me dijeron que esto podía pasar, que no debía interrumpir el tratamiento. De repente lo recuerdo todo: la quiebra de la empresa, el despido de cincuenta compañeros, mi esposa dejándome y llevándose a los niños… Todo en menos de un mes.

Me vuelvo a casa. Espero que mañana por lo menos no llueva.

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