Martes y jueves

Las historia vuelve a repetirse.

Sam Roddy
4 min readJan 5, 2014

Berenjenas a la Parmesana
Crema de calabacín
Cuscús con verduras a la plancha
Huevos rellenos con bechamel
Etc., etc., etc.

Dos veces a la semana entro a comer en un bar de la Gran Vía. Me queda de paso entre el psicólogo y lo que queda del día de trabajo. Es un lugar básico, con pocas pretensiones y atendido por una panda de amargados que no saben muy bien a qué se dedican; como yo. Cada martes y jueves me siento, me traen la carta y yo la acepto como si no supiera lo que voy a pedir. Lo hago por vergüenza y por pensar que abriendo la carta también abro mi mente a lo desconocido, a un mundo de sabores exóticos y a una explosión oral que está esperando mi decisión para que juntos disfrutemos de una locura culinaria erótica.

-Perdón; un tostado de jamón y queso y una Ginger Ale.

Después de unos segundos en los que nos cruzamos miradas sin decirnos nada, uno por incredulidad y el otro porque soy de poco trato, el incrédulo se da media vuelta y se va. Además de la cercanía y a pesar de la mala atención, solo vengo por la Ginger Ale, una bebida tan difícil de encontrar en Barcelona como de explicar su sabor.

Como ya es costumbre, cada martes y jueves cuando salgo de la terapia siento que soy un hombre nuevo, con fuerzas para cambiar mis formas y con ese puto mundo del que tanto te hablan en la adolescencia, ahí adelante, esperándome. Pero dura poco, exactamente hasta que llega el tostado de jamón y queso. Es en ese preciso momento cuando me doy cuenta que sigo siendo el raro de la Ginger Ale, el mismo que cada martes y jueves entra por esa cuidadosamente descuidada puerta con ganas de sentir la suave y cremosa textura de la bechamel para que me transporte por calles adoquinadas llenas de antigüedades y olor a incienso, pero siempre acabo perdido en acera de enfrente.

Fue en ese momento de fijación perdida cuando escuché su voz.

-Huevos rellenos con bechamel.

Y fue en ese momento cuando la vi, no con los ojos porque ella estaba sentada detrás de mí, pero supe con esas cuatro palabras, que era una “triple S”: una chica sensible, sincera y sexy. Una combinación con la que siempre me sentí atraído. Es una fuerza extraña, una tormenta perfecta, una certeza con la que tropiezo una y otra vez con la constante frustración de no ser capaz de cruzarla.

Hacía mucho tiempo que no estaba tan cerca de una “triple S”, tanto como el tiempo que empecé a hacer terapia, y mientras fijaba la vista en las pequeñas burbujas de mi vaso, mi mirada estaba en ella, recorriendo cada curva y cada rasgo de su persona. Entonces fue cuando me di cuenta de la responsabilidad que es cruzarse con una chica como ella, es como tener un superpoder y no usarlo; como tener un don y descuidarlo; o como ser tan imbécil de no querer pasar el resto de mi vida en sus manos. No me imagino a Clark Kent masturbándose compulsivamente mientras Luisa es sodomizada por un grupo de gorilas en la niebla; o a Messi y su locuacidad trabajando de teleoperador. Todo tiene un tiempo y un lugar y estaba claro que ese era mi momento y algo tenía que hacer; esa era mi responsabilidad.

El problema radica en que mi responsabilidad no está a la altura de mi poder. Yo solo puedo comer un tostado, pedir una Ginger Ale con la mayor naturalidad del mundo y algunas cosas más, pero un fuerte impulso en mis entrañas me decía que tenía que saltar de mi zona de confort y enfrentar la situación con decisión, tranquilidad y quizás con una pequeña dosis de estúpido humor irónico. En otras palabras, tenía que tratar de ser al menos por un momento, alguien que no soy. Esa era la fórmula, pensar como otra persona, ser otra persona. Como el bueno de Hank y su capacidad de acostarse con más mujeres en un capítulo que yo en tres reencarnaciones; o como el gran DeMarco, un seductor natural conquistador de mil mujeres que en una simple conversación y con solo tomar la mano de una desconocida, transformaba aquella inocente reunión en “Las Mil y una Noches”, y a la mujer tomada en la mismísima Afrodita. Estaba dispuesto a todo, así que pedí otra Ginger Ale.

Con la segunda Ginger a medio tomar, pensé que todo estaba medianamente calculado; los dos estábamos solos, en el lugar había poca gente –eso se traduce a poca vergüenza– y los camareros, como suelen hacer siempre, ni siquiera nos miraban. Fue entonces cuando hicieron su entrada triunfal “Los cuatro jinetes”, siempre lo hacen y en ese segundo todo se derrumbó. Hank volvió a la cárcel, DeMarco al neuropsiquiátrico y yo volví a ponerme mi traje de luces, con todas mis dudas, mis miedos y mi taquicardia. Me hice a un lado y mi vida se tomó lo último que quedaba de la fucking Ginger Ale.

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Sam Roddy

El sarcasmo es la mejor cara de una verdad de mierda