1820

Kaze Wo Atsumete

Diego Delfino
El Laboratorio de Letras

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Me diste la espalda y hablaste de todo lo que quisieras dejar de ser, como quien procura sacarse la sombra de encima de un escalofrío. Volteaste con la mirada turbia, todavía abrazada por ese celaje lila de una tarde a la que las luces de la ciudad ya devoraron. Y me pediste fuego.

Mientras escarbaba el encendedor de la bolsa no te quité la vista de encima: quería capturar aquel momento para no perderlo junto a tantos otros que ya se me fueron por el desagüe de la mente. ¿Cómo empezar a recuperarlos todos? Da igual: el más elaborado material para el recuerdo que todavía sostengo sigue destilando tu nombre.

Te fumaste tu último cigarro por última vez. Y encendiste otro. Diría que entonces tus ojos desafiaban la atmósfera, que trazaban su propia órbita. ¿Pero cuándo no ha sido así?

Por un segundo te asfixió el apremio, te angustió la urgencia... de cara al miedo se te eclipsó en-un-instante el entusiasmo. Te dije “el tiempo es el tiempo cuando es el tiempo” y pensé que había dicho algo inteligente. Traté de sonreír, de celebrar mi frase oportuna, de pensar que a veces, además de escribir, puedo hablar. Y que vos, a veces, además de hablar, podés escuchar.

Escuchame pues: entiendo el agobio porque habito en él. Lo mastico día y noche, me consumo resignado en ese eco suyo que lo diluye todo. Pero incluso desde su penumbra me sostiene una sola constante: te quiero.

Y con eso me basta.

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