La sangre jala

Todos cargamos dos apellidos.

Steven Salas Cajina
Relatos sueltos

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La ventana de mensajes se abrió justo segundos después de que aprobara la solicitud de amistad. No me pareció mal aceptarla, a pesar que no había ningún indicio que lo conocía con anterioridad. Pero en estos tiempos se supone que todos somos amigos, o por lo menos es una regla en el mundillo digital.

- Mae, todo bien?

- Pura vida, y usted?

- Muy bien, sorry por escribirle así de una, pero de casualidad su mamá se llama Floribeth?

Todo iba por el camino de la racional y lo convencional, un calentamiento para una charla que se dirigiría a otro tema, como un favor o alguna noticia con poca importancia, pero quién te pregunta por el nombre de tu madre, en ese instante cambia todo el tema. El caso aún era peor, el nombre de la cuenta decía Cheche y lo acompañaba un par de iniciales que ya no recuerdo. No había indicios de algún apellido, solo lo que parecía un sobre nombre. Puras letras sueltas.

Yo le doy un análisis en mi cabeza durante segundos que se estiran a minutos, pero se me cruza la corazonada y me atrevo a seguir la conversación. En mi caso con este tipo de corazonadas sean buenas o malas, siempre terminan ocurriendo justo como lo esperaba.

- Si, pero por qué la pregunta?

- Es que creo que somos primos.

Lo leí unas cinco veces, lo reflexioné y todo el asunto era cada vez más digno de estar en la televisión y a los ojos de un ejército de amas de casa. Todo era inesperado, sin sutileza, venía directo y no quería perder el tiempo en explicaciones. Yo por mi parte pensaba que a pesar de la situación tan jodidamente extraña para un miércoles, existía la posibilidad que fuera cierto.

Ahora la respuesta no cabía en un sí o en un no, pienso en la respuesta, y si debe de haberla. Me cuestiono si las energías y el ánimo se encuentran para darle pie a lo que sigue. Yo ya lo sé. No se trata de si todo es una broma, un mal entendido o si es verdad, es sobre si ¿yo lo necesito?

Pasan los segundos. Estoy conectado, debo de ser inmediato, es la norma en el mundo digital. Tomo la respuesta fácil para ganar unos minutos, y mientras yo ya lo sé con certeza.

- jajajaja, si, por qué lo dice?

- Su papá se llama Javier, si es así, somos primos.

Otra más, ya no hay vuelta atrás, ya no se ocupan corazonadas y tampoco pruebas de sangre.

Seguimos hablando, yo dejé de pensarlo y solo seguí respondiendo. Luego cuando la charla venía a su fin, me dijo entre risas que el resto me enviaría la solicitud, que serían varias, porque ya no era como yo lo recordaba. Ahora habían siete primos y tres tías allá afuera en el mundo digital, de las que yo no había vuelto a pensar desde hace mucho tiempo.

Lo curioso es que aún con las cartas en la mesa, yo no lograba ligar a Cheche con algún recuerdo infantil reprimido. No lograba asociar el rostro. Todo era blanco. Pero ahí estaba Cheche, mandado al frente, a quitar la duda si de verdad mi primer apellido nos ligaba.

El día siguió, y las solicitudes si llegaron.

Sol de marzo en el santuario del Morazán, la música calienta y la gente se acerca tímida. El telefono vibra en el bolsillo del pantalón, lo saco, deslizo el dedo en la pantalla táctil y abro el mensaje de texto, “Ya llegamos, estamos atrás”. Guardo el celular, volteo hacia atrás, no capto nada a simple vista. Vuelvo a ver hacia el santuario de la música, la banda que sigue aún se acomoda.

Suspiro fuerte, al inicio pensé que no iba a afectarme, pero el inconsciente siempre engaña en este tipo de experiencias. No sonaba para nada mal un rencuentro con un par de primas que se animaron a amenizar con música, pero me sentía como si fuera un primer día de clases, completamente perdido de cómo debería actuar. Ya no quedaba mucho tiempo, así que me encaminé.

Al fondo del parque estaban Tanya y Sofía, a ellas si las recuerdo, pero sobre todo a Tanya que tan solo me llevaba un año de más, entonces se me vienen a la cabeza varias horas de juego compartidas. Levanto la mano, y nos reconocemos. Me aproximo y las saludo. Sofía tiene en brazos a una pequeña bebé, una coincidencia que llega con el flashback de que era justo como yo la recuerdo en las últimas ocasiones que compartimos en la niñez.

Decidimos sentarnos atrás, lejos del sonido, porque Sofía carga a Sammy, quién tan solo tiene poco meses. Nos ponemos al tanto un poco de lo que hacemos, por allí salen las preguntas por el resto de los primos, y también por mi hermano. Atrás desde el santuario se escuchan los rugidos de las larvas salvajes. De repente todo signo de incomodidad se aleja del ambiente, no me siento entre desconocidos. Hasta me animo, y nos tomamos un par de fotografías, que es un gran gesto viniendo de alguien que es nulamente fotogénico.

Sofía decide retirarse por la bebé, fue un buen reencuentro pero Tanya tiene ganas de quedarse más, así que lo hace. Insistimos en acompañar a Sofía a la parada pero igual se va sola a decisión propia. “Son solo 200 metros” dice, mientras se ríe. Así que nos despedimos.

La tarde continua, Tanya me agrada, somos más parecidos de lo que podria esperar. Entre platicas me tira algunos datos que me parecen burlas de la vida, coincidencias dignas de una película de comedia.

Yo sigo pensando que fue un buen reencuentro. Y que mi primer apellido tiene algo de valor.

A los días, estaba en mi cuarto, me levanté y me dirigí a la sala. Mi abuela se encontraba sentada, viendo hacia el cielo y giró el rostro hacia mí como si ya se imaginara que le venía a contar las ultimas noticias de mi vida. Y así era.

La puse al tanto de como me contactaron, le explique que era Facebook, y también que ya había visto a un par de ellos. Ella me volvió a ver con esa mirada de que ya sabía que eso pasaría en algún momento. Lo único que me respondió, “la sangre jala”.

Yo me quedé callado y volví a mi cuarto. Solo se necesitaban más de sesenta años de experiencia en esta vida para resumirlo de ese modo.

Todo era culpa de un par de adolescentes a finales de los ochentas. Así que ellos y yo, nos merecíamos el chance.

No era un tema de resentimientos, ni tampoco de lo que yo necesitaba o mucho menos algo legal. Ni cabía el pensamiento de lo que yo quisiera o no. Siempre estarían ahí, después del Steven y antes del Cajina. Solo que ahora podría tener algo de valor real.

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Steven Salas Cajina
Relatos sueltos

Children illustrator and storyteller — Costa Rica. 🇨🇷 In love of watercolors, aventures and monsters.