Yo no pertenezco acá #gym

Steven Salas Cajina
Relatos sueltos
Published in
5 min readSep 29, 2015

Y ellos lo saben más que yo.

El estruendo de la máquina, solo es un sonido que aparece como signo de debilidad. Cuando el cuerpo no da más, el peso gana y las pesas chocan. El sonido es frío. La derrota es más fría. Te ganó la máquina.

La máquina siempre me gana los lunes.

Hoy es miércoles, son las 7: 35 p.m. y yo estoy en una rueda de hamster. “15 de cardio” lo describe en mi hojita de rutina. Ya llevo 8 hojas de rutinas, 10 meses de experimentos con mi metabolismo. Mi gran marca personal. La marca de un escritorio.

Esta es la tercera vez que me inscribo a un gimnasio. La que más he soportado. La clave de mi juego son un par de audífonos y un playlist en constante cambio. Hoy miércoles de fondo suena The Killers.

“I got soul, I’m not a soldier”.

El sudor comienza a fluir. La limpia del fin de semana aún se siente a través de la epidermis. Primero refresca, luego solo quema. Al lado mío se alista un tipo para montarse en la gran rueda de ratón. Es grande, muy grande. Es incluso más grande que la máquina. El más grande de este gimnasio. Veo su rostro y lo reconozco. Él es el tipo más grande de este pueblo y vive vendiendo hamburguesas, se llama Oscar.

Yo eso lo sé porque Oscar ha cocinado para mí, me ha servido muchas veces y parte de mi sufrimiento de los lunes es gracias a él. Oscar, es el tipo más grande de San Rafael, el que hace las mejores hamburguesas de este pueblo. Tal vez muchos no me crean, pero Oscar solo trabaja vendiendo sus hamburguesas, las vende durante tres días. Viernes, sábado y domingo, desde las 4:00 p.m. y con suerte hasta 9:00 p.m., eso si no se le agotaron primero los ingredientes. Oscar solo necesita de esos tres días para alimentar a un pueblo entero, viajeros y desconocidos. Oscar lo sabe, él vive por sus hamburguesas.

Solo recordarlo me comienza a rugir el estómago. Yo trato de seguir en lo mío a lado de Chino Moreno. Inclinación 7.5, velocidad 11.

“It’s like you never had wings. Now you feel so Alive”.

Oscar está sobre la banda, comienza a caminar con su camisa de los Chicago Bulls de 1996. La ropa le cuelga y se balancea con todo su ser. Aumenta la velocidad. Yo no escucho nada que no salga de ese par de audífonos que me hermetiza de todo ese mundo, pero es imposible no sentir como van las pisadas de Oscar aumentando su ritmo. Volteó la mirada y me topo a todo ese hombre corriendo. Vaya hombre. No lo puedo creer, me quedo ido en un va y ven de pisadas colosales. Acá solo hay dos posibilidades, gana Oscar o gana la máquina.

Pasaron dos minutos. Oscar sobrevivía el asalto. Yo no podía dejar de ver la lucha constante que tenía. En 10 meses nadie me había interesado en ese lugar, todos tan poderosos, tan sanos, todos lo hacían tan fácil. Y ahí estaba Oscar al lado mío muriéndose. Tenía la lengua fuera, lo que debería ser sudor era una especie de pasta gelatinosa de Plastigel de quien sabe cuántos meses atrás. Todo eso le chorreaba y le quemaba los ojos. Oscar se los restregaba y cuando lo hacía se tambaleaba hacia su derecha. Perdía el equilibrio pero de inmediato pegaba un pequeño saltito. La máquina crujía. El coloso se incorporaba y le daba al trote nuevamente. Mientras jadeaba, lo vi balbucear algo. Me miró directamente a los ojos, y se desplomó. Yo me acomodé los audífonos.

“I buried my heart in a hole in the ground”.

Oscar se fue hacia adelante, sus piernas colapsaron y se fue directo a chocar con el gaucho de la banda. Rebotó. La banda lo tiró hacia atrás, y se llevó a todo ese hombre deshecho como si fuera un trozo vacuno en un matadero. El cuerpo no se movía. Oscar murió. Yo detuve la máquina, continué con mis audífonos. Caminé hacia Oscar, lo vi moverse por su respiración descontrolada. Estaba agitado y pálido. Me quedé a sus espaldas, esperando a que Oscar encontrará de nuevo su corazón. Apareció con un gran suspiro. Le tire una mano al hombre, lo tire al suelo con la mirada perdida al techo. Tome su botella de agua y la derramé en su rostro. Tomé sus piernas y las alcé. Ahí me quedé.

Yo tenía mucha pereza de llamar al instructor, y que todo eso se convirtiera en la escena del miércoles. Oscar tampoco lo quería, pero tampoco se quería morir. Se veía en los ojos de ese gran hombre. Así que esperé tres minutos, si no ocurría ninguna mejora alguien debía llamar a emergencias. Yo no podía llamar, nunca llevo el teléfono al gimnasio. Entonces le subí el volumen al reproductor y me quedé atento al rostro de Oscar.

If it can be lost then it can be won, if it can be touched then it can be turned. All you need is time.

La canción acabó. Dejé los pies de Oscar en el suelo. Le pasé la botella de agua, estiró el brazo y la tomó. La vertió sobre sus entrañas hasta que la botella quedó solo con esas gotitas pegadas al borde. Esas que nunca salen. Yo me quité los audífonos. Oscar comenzó a tirar palabras cortadas por el jadeo que aún persistía. Yo no le entendí nada. Puras sílabas queriendo volver a la vida. Oscar se logró sentar. Le pasé un paño y se limpio el rostro de toda esa pasta azul que tenía mezclada con el sudor.

—Amigo. Es culpa de las hamburguesas. — me dijo el gran hombre.

—No amigo, es culpa de tu cocina. — Le respondí — Las hamburguesas no se hacen solas.

Oscar se tiró a reír. Le ayudó a tomar buen color y ánimo, rápidamente. Se levantó todo aquel hombre, ahora se sentía más cómodo para huir, me lanzó aquella enorme mano. Las estrechamos y mi mano desapareció por completo.

— Gracias por la ayuda. La próxima va por la casa. Nos vemos pronto amigo. — Oscar dio media vuelta, con todo aquel número 23 en su espalda y desapareció entre el choque del metal.

Yo sabía que Oscar no iba a volver. Él sabía que yo iba a volver. El domingo nos veríamos las caras nuevamente y nunca se daría cuenta que yo escribiría esto. Me puse los audífonos, y me eché a correr en la banda. Otra vez quedé solo en aquel lugar. Yo y la máquina.

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Steven Salas Cajina
Relatos sueltos

Children illustrator and storyteller — Costa Rica. 🇨🇷 In love of watercolors, aventures and monsters.