Hermoso monstruo

Una pequeña historia sobre apariencias

Gabriela Urquizo
3 min readFeb 9, 2014

¿Desde cuándo habían estado esperando? La mañana parecía interminable. Sentados, parados, apoyados, de cuclillas; ya no había posición que diera descanso al cuerpo. Caminaban de un lado para el otro, cámaras en mano, como niños aburridos y frustrados, los músculos tensos y hastiados de estar allí, en la puerta del hotel, tratando de adivinar cuál sería la ventana de su habitación.

A las once todos acordaron que tenían mucho hambre y como Bernardo era el más jóven le regalaron la oportunidad de ir a comprar algo de comer. Guardó su Nikon y mochila al hombro caminó hasta una cafetería cercana donde una señorita bastante coqueta le entregó diez sandwiches de lomo en dos bolsas de plástico y diez botellas de gaseosa en otras dos más. Pagó, devolvió la sonrisa y regresó a la puerta del hotel donde nueve fotógrafos hambrientos esperaban.

Repartió rápidamente la comida y como todavía no tenía mucha hambre se dedicó a experimentar un rato con su nuevo lente mientras los demás devoraban el lonche: unos confiados y con gusto, otros apurados por el miedo de que ella hiciera su aparición justo en medio de un bocado.

El trabajo de los reporteros gráficos suele ser bastante agotador y muchas veces emocionante, y aunque esta vez era la excepción, no podían negar que estaban ansiosos por observarla de cerca. No aguantaban las ganas de verla caminar hacia el auto negro de lunas polarizadas que la esperaba, de tomar mil y una fotos de su atuendo, su sonrisa, su cuerpo espectacular; de usar los seis disparos por segundo de sus Canon. ¿Sería tan bonita en la vida real como lo era por televisión? ¿Se acercaría tal vez a conversar un momento con ellos y agradecerles por el trabajo que la mantenía famosa, en boca de todos, día a día? Bernardo hubiera dicho que no, si alguno le hubiera preguntado. Estaba seguro de que la chica era igual a todas esas actrices, presumida y altanera, y no tenía ningún interés en conocerla. Sólo quería tomarle un par de fotos, preferiblemente una en la que se le viera ridícula y que se vendiera rápido a las páginas de chismes o con la que pudieran hacer un meme viral. Quería regresar lo más pronto posible a casa para almorzar bien, bañarse y cambiarse. Leticia lo esperaría en el bar a las cuatro.

Le contaría que hoy pasó un arduo día de trabajo persiguiendo a esa actriz que tanto le gusta y le enseñaría alguna foto para impresionarla. Había estado saliendo con Leticia durante casi cuatro meses y era hora de que el asunto avanzara, tal vez una imagen ayudaría.

De repente escuchó un barullo en la oscuridad más allá de la puerta y automáticamente las cámaras cubrieron los rostros de cada uno de sus colegas, el suyo incluído. Todos avanzaban rápidamente hacia el ruido, disparando desde ya. Era ella, esta vez sí era ella.

Los agentes de seguridad se interpusieron entre los fotógrafos y la mujer que todavía no salía y les pidieron amablemente, pero con fuerza, que le dieran espacio para caminar. Todos se colocaron en dos filas creando un túnel de cámaras y flashes. ¡Por fin! En un par de horas Bernardo tendría algún material para consolidarse como fotógrafo de estrellas en la mente de Leticia.

En ese momento la vió, las puntas de su rubia y larga cabellera brillando con los pocos rayos de sol que se colaban por entre los árboles gigantes de la calle. Iba vestida con ropa de diseñador, toda negra con excepción de una blusa roja como la sangre. Zapatos de taco, tan altos que sólo verlos provocaba dolor, hacían que sus piernas se vieran kilométricas. Lentes oscuros, boca pintada del mismo tono de rojo que su blusa, cejas finísimas y dos cuernos verdes y rugosos que salían de su frente y se ocultaban bajo un sombrero negro de ala ancha. Donde la tocaba el sol su piel parecía grisácea, más bien tornasolada, como las escamas de un pez recién sacado del agua. Todos disparaban furiosamente, mientras ella caminaba, impávida.

Una, dos, cuatro, diez fotografías. Esto definitivamente impresionaría a Leticia.

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Gabriela Urquizo

Photographer in bloom, lover of all stories and ways of telling them. Obsessed with school supplies (bouquets of newly sharpened pencils).