Un refugio en el rellano

…nos asustamos los unos a los otros hasta casi llorar de risa y cuando llegó la noche aceptamos de buen grado las ofrendas de ambas casas, vasos de fresco gazpacho, manojitos de boquerones y rodajas de sandía…

Pilar V
Retazos de historias
3 min readJul 4, 2017

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Caroline Hernández

No recuerdo cómo empezó, pero un día nuestros padres asumieron subir hasta el quinto para bajar andando un piso como si lo más normal del mundo fuese tener un campamento gitano en el descansillo del cuarto.

Quizás fue el calor sofocante de aquellos días de terral que nos obligaban a echar la siesta en el suelo, apenas vestidos con la ropa interior, aquellos días de tardes infinitas cuando todas las persianas permanecían bajadas provocando una penumbra que buscaba ser fresca y tan solo conseguía ser oscura.

El caso es que cuando nos quisimos dar cuenta habíamos instalado una precaria jaima entre nuestra puerta y la suya, sujetando telas en la forja que recubría la caja del ascensor y usando palos de escoba y sillas de la terraza para mantenerla en alto, dentro cojines, almohadas, juguetes e incluso una jarra de agua con peladuras de pepino que vertíamos con mucho cuidado en una dispar familia de vasos, resultado de nuestras rapiñas en casa de unas abuelas encantadas de que nos hubiéramos hecho amigos.

Las toallas de playa a modo de alfombras duraron poco, en parte porque se nos mojaron y en parte porque era mucho más agradable el frío del mármol sobre los cuerpos morenos y casi desnudos. Al caer la tarde y cansados de pulsar al tentón una y otra vez el interruptor que prendía la pálida luz del descansillo convencimos a mi padre de que nos prestase una linterna, o quizás lo decidió el mismo al descubrir a mi hermano pequeño con una caja de cerillas y la palmatoria de barro que teníamos en nuestro cuarto. Así jugamos a las sombras, nos asustamos los unos a los otros hasta casi llorar de risa y cuando llegó la noche aceptamos de buen grado las ofrendas de ambas casas, vasos de fresco gazpacho, manojitos de boquerones y rodajas de sandía que cenamos sentados como los indios a la cada vez más tenue luz de la linterna.

Agotados y felices nos acomodamos para dormir allí mismo tras pasar cada uno por su casa para lavarse los dientes y ponerse el pijama. Risas, historias y definitivamente sueños, sueños de niños felices y cansados apenas conscientes de la sombra que se había extendido sobre nosotros mientras jugábamos a indios y vaqueros, moros de las mil y una noches y aventureros del desierto.

A la mañana siguiente, muy temprano, nos llevaron a nuestras camas y fue mi madre quien retiró el campamento; desatando las sábanas, colchas y demás telas, repartiendo cojines, mochos de fregona y sillas de tijera, recogiendo restos de magdalenas sustraídas y pasando un agua por aquel suelo tatuado de pies pequeños que no sabían nada. Cuando despertamos mis vecinos se habían marchado con su abuela de regreso al pueblo del que sus padres habían salido pero del que no llegarían nunca.

Alguna otra vez pensamos en volver a montar el campamento, cuando vivieron nuestros primos unos días o cuando al verano siguiente volvimos a coincidir con los vecinos, pero habíamos perdido la inocencia que nos permitía imaginar aquel descansillo como un universo abierto y seguro.

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Pilar V
Retazos de historias

La vida es demasiado corta para pensárselo tanto. Publico y desvarío en: http://abaloriospvv.blogspot.com.es