PAÍS MÍO

Amiga del camino

La veo bamboleante, con el sudor a mares, asida a su bastón. Ella pregona lo mismo mangos que aguja de mano. Por el asfalto viene y por los trillos va

Redacción Alma Mater
Revista Alma Mater

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Foto ilustrativa: David Estrada Rodríguez.

Por Reinaldo Cedeño Pineda

Mi amiga del camino vende lo que puede, lo que le caiga: lo mismo mangos que agujas de mano. Ella baja de bien arriba, de por allá. Por el asfalto viene y por los trillos va. Toma el muro del puente como su puesto, bajo la fronda de la anacahuita, o se echa a andar ―ella y su bastón―, pregonando con su voz aguda, inconfundible.

Cuando no está, el día no sabe igual, porque su saludo es noble y hermoso.

«Lo importante es luchar… ¿verdad, mijo?», me ha dicho más de una vez. «Siempre honrada», eso sí, «siempre», remata estirando la e. Y a su filosofía le acompaña una sonrisa, o el intento de serlo.

Ella es madrugadora, dicharachera, limpia. A veces, me recuerda a la Benina, un personaje de la novela Misericordia, de Benito Pérez Galdós, por la «gracia borrosa, manoseada ya por la vejez», por el color moreno, por ese afán de surcar, con dignidad, un mundo que se desmorona.

Mi amiga del camino no tuvo hijos de su sangre, no tuvo hijos de su carne. Propios si fueron, porque aquellos que adoptó de pequeños, hallaron cobija y amor a manos llenas, hasta que un día oyeron las voces de otros caminos y de otras aguas.

Ella no escucha a los agoreros, a los que quieren barrer su espera inquebrantable, esa que intuye los pasos de vuelta, que adivina los abrazos en el aire.

Sus manos se parecen al poema que me leyó una tarde mi madre después de fregar, de secarse meticulosamente los dedos con el pañito que colgaba del clavo: «Miro mis manos rugosas /cual hojas envejecidas/ están mustias, no dormidas /siempre activas y afanosas…».

Esta tarde me llamó con una sonrisa en los labios:

―Mi amigo… ¡hoy me harté! Me he comido un plato hasta arriba de arroz con boniato y una tortilla con… ¡dos huevos! y mortadella.

(Es parte de lo que recientemente ha llegado, después de las ausencias, a la canasta normada. Sus ganancias de supervivencia, su modesta jubilación, no le permiten adquirir mucho más).

Me río, pero no me río. Trato de puntuar lo impuntuable. Lo que habría que escuchar, el gesto que no puedo atrapar. La inocencia-la resignación-la tristeza-la ironía-el júbilo pobre… todo mezclado, como diría Guillén.

No sé el nombre de mi amiga, no lo recuerdo. Tal vez no me lo ha dicho nunca. La veo bamboleante, con el sudor a mares, asida a su bastón. Ella pregona lo mismo mangos que aguja de mano. Por el asfalto viene y por los trillos va.

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