ASIMETRÍAS

Andrés Cabrera o escribir como un acto de liberación

Contar historias resulta una extensión del cuerpo para este joven narrador y poeta holguinero. Un ejercicio en el que se desnuda, se entrega…

Yoandry Avila Guerra
Revista Alma Mater

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Diseño de portada: Annelis Noriega.

Por Yoandry Avila Guerra

Personaje en no pocos de sus textos, Andrés Cabrera (1995) escribe primero para sí. Contar historias es un acto de liberación para el joven narrador y poeta holguinero, una extensión de su cuerpo. Un ejercicio en el que se desnuda, se entrega…

Para su prosa, marcada por el realismo mágico, encuentra materia prima en las emociones y en los impulsos del momento; de igual modo, el dolor le ha servido de sustrato poético, confesó en reciente entrevista al portal Cubasí.

Licenciado en Derecho, Andrés es miembro de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y egresó del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, en 2019.

Entre otros, ha sido ganador de la Beca de Creación «El Caballo de Coral»; del Primer Concurso Internacional de Gerontoliteratura con Perspectiva de Edad (Córdoba, Argentina, 2020), con la obra El viejo Cusidó; del Gran Premio del XIII Concurso de Minicuentos «El Dinosaurio» (2020) con el texto Camomila; y de la Beca de Creación Frónesis de la AHS (2021).

Textos suyos han sido publicados en revistas y boletines nacionales e internacionales, así como en las antologías La Joven Luz. Entrada de Emergencia (Ediciones La Luz, 2019); La vejez es cuento (Nuvia Ediciones, Argentina, 2020); Camomila y otros minicuentos (Editorial Caja China, 2021); y Decamerónicos, cuentos aislados (Ediciones La Luz, 2021).

Hoy compartimos un fragmento de Musita el muy maldito, obra ganadora del Premio de Novela Bustos Domecq 2021.

Musita el muy maldito

Como quisiera regresar a aquellos días de verano cuando era chico; días en los que la abuela se subía al alero, amenazaba con tirarse y formaba bullas, bajo las miradas de los vecinos habladores y las mujeres chusmas, quienes pensaban que estaba loca porque subía a media noche al techo y gritaba palabras que solo el cielo entendía.

¡Padre Nuestro!

Solo el cielo.

¡Santa María!

Solo el cielo.

¡Dios te salve!

Solo el cielo la entendía.

Mi abuela no estaba loca; una noche me despertaron sus geringoncios y maldiciones, la seguí hasta la placa y vi como en su escoba salía volando y les fui con el cuento a las vecinas; pero esas chusmas no me creyeron y se fueron a la esquina a tomar cerveza y a formarles chusmerías a los machos.

Suena la música y las chusmas bailan y toman cerveza.

Suena la música y bailan con más fuerza y toman más cerveza.

Suena la música y se matan a machetazos.

Chazzzzz.

Chazzzzz.

Chazzzzz.

Chazzzzz.

¡Pero que siga sonando la música!

En aquel entonces sí que éramos felices; cuando el sol calentaba la placa y había que echarle tanquetas de agua para enfriarla porque el ventilador ruso no alcanzaba para calmarnos el sofoco.

Ahora la abuela ya no vuela ni intenta volar, porque se le ha roto la escoba y la escoba se está muriendo, y ella llora todas las noches escondida en el baño porque le duele verse sola y enferma, y se mira al espejo y se ve vieja y muerta, con los huesos por fuera y la cara llena de arrugas.

¡Ay, mira lo vieja que estoy!

Y se rompe un espejo.

¡Ay, mira que vieja y muerta!

Y se rompe otro.

¡Ay, mira!

Y la casa parece el cielo lleno de diamantes.

La Vieja Bisabuela fue la reina de la casa, todo el mundo la respetaba; y me obligaban a besarle la cara podrida a aquella vieja que olía a jabón cuajado de tanto lavar ropa sucia para matar el hambre de sus hijos, los muy malditos. Pero con el tiempo me enamoré de la peste a jabón cuajado, que me llegó a oler a detergente del bueno, porque la Vieja Bisabuela cuando acababa de lavarles la ropa a los pudientes se bañaba, se untaba talco y agua de colonia.

A esa vieja la quise mucho porque me hacía pudines y dulce de toronja, me enseñaba la Biblia y las cosas de viejas. Y yo también quise ser vieja y sentarme a rezar a la Virgen, echarle agua a las matas, darle pan a los gorriones y hablar con la perra negra, y decirle a la perra descará y puta: «Negra puta y descará, que andas buscando machos». Y mandarla para el patio, darle comidas, reírme de ella y que me hiciera compañía por las noches cuando mis hijos se han ido ya y me han dejado sola a ver si me muero.

Un leñazo pa’ que hagas caso.

Pafff.

Un leñazo por perra maldita.

Pafff.

Un leñazo por ser negra.

Pafff.

Un leñazo porque mis hijos se han ido y me han dejado sola.

Pafff.

Y por eso se me pasaban las ganas de ser vieja y de tener muchos nietos; porque las viejas se mueren solas y lloran en sus camas porque no quieren morirse, y se acuerdan que en esa cama murió su madre, y ahora se muere ella porque es madre de otras madres que también tienen que morirse.

Por aquellos días de verano yo jugaba con la Prima Dientipartía; eran días en los que la abuela me agarraba sujetándole la muñeca y me caía a golpes por mariquita y me mandaba a jugar con los machos. Entonces me cogía haciendo puercás con los machos y yo le decía que no, que lo que estaba era jugando a los pistoleros; pero ella me partía a golpes, la muy bruja maldita, que no entendía nada.

Pafff.

Para que aprendas.

Pafff.

Para que te hagas hombre.

Pafff.

Para que no juegues con hembritas.

Pero aquello me daba igual y hacía lo que me daba la gana. Las pelas no me dolían porque decía la bisabuela que yo era un sinvergüenza, una hembrita y un malcriado. Y yo le decía vieja puerca; y ella buscaba un machete y me abría la cabeza en dos tapas para que aprendiera a respetarla.

Chazzz.

Luego nos sentábamos en el portal a leer la Biblia. Y yo con la cabeza destapada, que podía sentir el fresco de la tarde entrándome al cogote. Y la vieja decía que era bueno que tuviera la cabeza abierta en dos tapas para que me entrara mejor lo de ser cristiano.

«Padre nuestro que estás en los cielos».

Pero al rato se nos olvidaba aquello de la cabeza abierta y lo de ser cristianos, y sentados allí juntos nos poníamos a hablar de cosas de viejas esperando a que la abuela llegara del trabajo con la jolonguera y nos trajera dulces. Éramos felices cuando la abuela llegaba y le daba un polvorón a la vieja y a mí me daba un beso.

Por ese entonces le hacía jaulas a los curieles en el patio, les ponía a todos el mismo nombre y me hacía mi jardincito. Pero la Vieja Bisabuela, la muy maldita, no me dejaba cargar piedras para el jardín, y me decía que vivía haciendo cosas de hembritas y me criticaba las matas. Y cuando me ponía a leer cualquier libro debajo de la mata de zarzafrá, la vieja no me dejaba leer vigilándome, la muy serpiente; porque decía que la mata era de ella, que curaba el estómago y era milagrosa, y no quería que me le acercara porque sabía que le daba los gajos a los curieles para que mearan rojo.

La Vieja Bisabuela contaba las hojas de la zarzafrá porque decía que el vecino se las robaba; y mientras ella inventariaba la mata, yo comía pan con aceite y café con leche.

El día de la Virgen encendía velas en el altar de la casa y luego me escapaba en la noche para los bembés de los negros brujos. Los bembés olían a abrecaminos, a bateas con yerbas, cera derretida, tabaco, ron, miel, dulces, a felicidad por todos lados. Sí que se gozaba en aquellos días en los que la gente del barrio bailaba frente a las estatuas de yeso, y los brujos hablaban y adivinaban y torcían los ojos y se volvían más locos que mi abuela.

Suena la música de los tambores y los negros bailan y gozan.

Eyeife.

Suena la música de los tambores y los negros fuman, toman y escupen.

Eyeife.

Suenan la música de los tambores y los negros se revuelcan y viran los ojos y gritan juntos y bien alto:

¡Eyeife!

La bisabuela me decía que la brujería era una fainera, porque a ella le impusieron la cruz en la frente desde chiquita. Cuando no era vieja ni apestosa, su padre la ponía a quitarle granos a las mazorcas, y por cada grano de maíz era un santo, y por cada mazorca un Padre Nuestro. Pobrecita la bisabuela, por eso fue tan odiosa; pero la quise porque en el fondo era buena, y todo fue culpa del hambre. Cuando éramos tan pobres que ni la harina con leche nos calmaba, la vieja nos decía que nos tomáramos el jarro con agua y nos acostásemos a dormir para olvidarnos.

La vieja se hartó de agua esa noche ante mis ojos y en la mañana me despertaron los gritos de la abuela y yo me rajé en llanto y en temblores cuando vi a la bisabuela tiesa, que se fue al cielo y no me dijo adiós ni me dio un beso. Y se la llevaron en un carro negro, y la abuela tirada al suelo maldecía al cielo por llevársela y quería que se la llevaran a ella también y que se acabara el mundo. Y cuando en la tarde llegó de enterrar a su madre le abracé las faldas, ella me abrazó la cabeza y las lágrimas me empaparon el pelo.

Esa madrugada, descalzo y desnudo, subí al techo, donde el agua aún empapaba mis pies; y deseé mirando al cielo que la Vieja Bisabuela no se hubiese muerto nunca, y que volviera para que hiciéramos, por siempre juntos, cosas de viejas.

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Yoandry Avila Guerra
Revista Alma Mater

Periodista, fotógrafo. Redactor-reportero en Cubaperiodistas. Colaborador de la revista Alma Mater y del periódico Ofertas. Blogger en Yo ando por ahí