¿QUIÉN LE PONE EL CASCABEL AL LÁTIGO?

Apellidos de periodistas

Si se trata de un nombre de moda en el gremio, tiene que ir obligatoriamente acompañado. Y no solo pasa con las Claudia — que es un nombre popular — también con las Karina: del Valle, Marrón, Sotomayor; o las Lisandra: Chaveco, Durán, Fariñas, Gómez, Sexto.

Redacción Alma Mater
Revista Alma Mater

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Autor: Nemo

Ilustración: Forges

Por estos días de celebraciones gremiales he reparado en la singularidad de nombres y apellidos de algunos periodistas cubanos. Detrás de su voz, de sus letras, se esconde un crédito, una firma que queda registrada en la mente de los públicos. Lo peculiar es que, a diferencia de otros escenarios donde basta un apodo o un nombre; en esta profesión resulta vital, al parecer, una buena combinación.

Algunas son tan efectivas que la mayoría podría percibir que no llevan ningún otro complemento en su carné de identidad: Talía González, Julio Acanda, Diana Valido, Rolando Segura,Cristina Escobar. Otros, por el contrario, han sido partidarios de combinaciones más largas: Fritz Suárez Silva, Wilmer Rodríguez Fernández. Y hay quienes han decidido intencionalmente hacer omisiones y, por ejemplo, se quitan un Paulino (Darío Alejandro Escobar) o un Aymara (Yohana Lezcano).

Cuando el apellido es atípico también genera conflictos. Anisley Torres en más de una ocasión ha debido aclarar que a su Santesteban no le falta ninguna i. Una difícil pronunciación no obliga a su poseedor a desecharlo, al revés, se le puede sacar el provecho de ser único: Diana Rosa Schlachter, por ejemplo. Y si de autenticidad se trata, István Ojeda merece más de un lauro, aunque en este caso es por el nombre.

Incluso, con apellidos comunes las personas se trastocan. Leí del inolvidable Enrique Núñez Rodríguez la anécdota de cómo, en una ocasión, lo confundieron, y no solo de nombre, con Antonio Núñez Jiménez. Y comprobé como, aun cuando Guillermo Cabrera siempre aparecía con el Álvarez detrás, varios entretenidos lo confundían con cierto «infante».

Hay quien es inmune a esas confusiones y, por el contrario, tiene el privilegio de solo portar nombres propios, como el admiradísimo profesor Roger Santiago Ricardo Luis.

Cuando el asunto va de apodos, la cosa es más compleja. Personas allegadas que conocen de mi hermandad con El Licen, ignoran que José Gabriel Martínez es la misma persona. Recientemente mi amigo Charly Morales me solicitaba que él debía aparecer así, tal cual, en la cubierta de un libro porque a Carlos Morales lo conocían en realidad poquísimas personas.

Si se trata de un nombre de moda en el gremio, tiene que ir obligatoriamente acompañado. Y no solo pasa con las Claudia — que es un nombre popular — también con las Karina: del Valle, Marrón, Sotomayor; o las Lisandra: Chaveco, Durán, Fariñas, Gómez, Sexto.

En cambio, otros colegas pasan a la historia casi anónimos. Recientemente en una entrevista en el programa humorístico «El motor de arranque» muchas personas escucharon por primera vez el nombre del muy conocido comentarista deportivo Hernández Luján.

Si tu apellido tiene «competencia» puede acarrear malentendidos. Hace unas semanas, en Facebook, un usuario aseguraba que el director de Alma Mater era Omar Franco, a lo que otro intrépido, queriendo corregir el error asignado al conocido humorista, aparentemente lo rectificaba: «No, no, ese es Luis Franco». Y mientras, nuestro jefe Armando veía como ninguno de los dos daba pie con bola con su nombre real.

Esto de los apellidos también permite identificar si estamos en presencia de una familia de periodistas, aunque la técnica tiene cierto margen de error. Obviamente Ania Terrero es hija de Ariel Terrero y Lisandra Ronquillo, de nuestro presidente de la UPEC. Sin embargo, ¿no es similar el parentesco entre Alejandra García y Rosa Miriam Elizalde?

Nada, que hay que pensárselo dos veces antes de andar por ahí poniendo el nombre de uno. Hace poco supe que Abdiel firma con sus dos redundantes apellidos por una exigencia de tipo familiar-comunitaria, cuando algunos desentendidos pensaban que solo firmaba con uno de los Bermúdez porque de forma deliberada quería eliminar de su registro el apellido de uno de sus dos padres.

En mi caso, debo confesar que firmo con el nombre completo, y no precisamente para presumir de las tres erres — que han derivado en seudos como Triple R o R al cubo — , sino para ser consecuente con el reclamo de mi tío. Hermano de mi mamá y fanático de sus sobrinos, la primera vez que publiqué una nota — en primer año de la carrera — , en vez de una felicitación, recibí un llamado «a lo cortico», casi en tono de regaño:

— Mire, compay, yo necesito que para la próxima usted exija en Granma que le pongan su segundo apellido, porque la gente aquí en Jaruco, cuando les enseño el periódico, y ven Rodolfo Romero, así, sin más nada, no tienen cómo saber que usted es mi sobrino, ¿me oyó?

Y desde entonces lo pongo en todo lo que escribo, para que mi tío, agricultor mayabequense por adopción, de vez en cuando, vea su apellido Reyes en la prensa cubana.

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