PAISAJE CON LÍO

Caso abierto

Ocurrió en La Casa del Electricista, tienda habanera especializada en venta de artículos para bricolaje, en moneda libremente convertible (MLC). La búsqueda de bombillos encontró, también, la escenificación de un juicio por un presunto caso de custodia — con participaciones infantiles incluidas — a todo volumen, en uno de los flamantes televisores de 43 pulgadas en exhibición.

Redacción Alma Mater
Revista Alma Mater

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Por Laura Serguera Lio

Fotos: Armando Franco

Mucho antes de que el paquete de la semana se convirtiera en fuente de divertimento nacional y más de uno acudiera a internet para descargar el último episodio de su serie de culto o la película de estreno, ya había penetrado en miles de hogares cubanos.

A veces mediante aquellas viejas caseteras, la mayoría de las ocasiones a través de la señal de televisión por cable que de manera ilegal se replicaba bajo el genérico de “la antena”, lograba concentrar a no pocas personas con su música pegajosa, su puesta teatral, sus historias truculentas.

De lunes a viernes en un horario ideal para quienes se quedan en casa ocupándose de las labores domésticas, en un formato hecho por y pensado para latinos — desde Estados Unidos — no importa en cuántas oportunidades se critique la ficción que intentan colar como verdad, el poco apego a las leyes o la grosería que ejerce la autoridad en cada entrega, aquí también cuenta con un nutrido auditorio, capaz incluso de reconocer su calidad con frases del tipo: “todo eso es mentira”, “pagan 150 dólares por ir”, “he visto a ese mismo hombre tres veces haciendo diferentes personajes”… y sentarse a disfrutarlo.

Más de 20 años al aire y cerca de 2000 capítulos después, Caso Cerrado puede llamarse a sí mismo — dentro de los cánones del consumo — un programa exitoso. No es esta, por tanto, una avanzada contra el espectador que en Cuba responde a los resortes milimétricamente calculados para crear, aderezar y finalmente estandarizar una idea, de forma tal que millones de televidentes de una misma comunidad se sientan identificados. No es, tampoco, una diatriba elitista que busca “depurar gustos” y satanizar la llamada “televisión latina”, cuando nuestros propios canales públicos incluyen en sus parrillas contenidos que dejan mucho que desear, no solo en cuanto a calidad artística, sino debido a la validación de patrones y estereotipos violentos y/o discriminatorios.

Llevaba años sin pensar en ese programa hasta hace un par de semanas. Ocurrió en La Casa del Electricista (Galiano y Neptuno), tienda habanera especializada en venta de artículos para bricolaje, en moneda libremente convertible (MLC). La búsqueda de bombillos encontró, también, la escenificación de un juicio por un presunto caso de custodia — con participaciones infantiles incluidas — a todo volumen, en uno de los flamantes televisores de 43 pulgadas en exhibición.

Se trataba de la única pantalla encendida, seguramente con intención de que posibles compradores pudieran ver la nitidez de la imagen y el sonido emitidos por el aparato. Tal vez, a falta de antenas para replicar la televisión nacional, algún dependiente brindó su memoria flash, con los audiovisuales que consume en la intimidad de su casa; es probable, además, que las secuencias de Caso Cerrado le siguieran otros materiales distintos.

Mas, ¿hasta dónde puede llegar la iniciativa personal, la buena voluntad ingenua en un espacio público? ¿Qué cualidades promueve una transmisión como esa y cuántas de ellas coinciden con los valores de nuestra sociedad? ¿Es que las personas a cargo de esa tienda — estatal, enfatizo — desconocen el potencial legitimador de sus pantallas, es que no llegan a atisbar problema alguno en que se difunda por ellas Caso Cerrado o, lo que sería peor, es que les da igual?

En realidad, trasciende el ejemplo. Pudo ser Caso Cerrado, pudo ser un videoclip con imágenes cosificadoras de las mujeres o un producto con mensaje racista u homofóbico. ¿Quién determina qué se anuncia? ¿Quién determina qué no? En cualquier caso, no debería ser algo fortuito… si comulgamos en algo con la gastada sentencia de que “educar es tarea de todos”, intentemos, al menos, mantenernos coherentes.

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