¿QUIÉN LE PONE EL CASCABEL AL LÁTIGO?

Cuando de fútbol y aficiones se trata

A pesar de haber nacido el mismo año que Messi, vine a conocerlo en el pre, casi al mismo tiempo que me enteraba de la existencia de las Ligas y que Maradona, además de con Argentina había jugado en el Nápoles

Redacción Alma Mater
Revista Alma Mater

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Ilustración: Daniela Parera Monzote.

Por Nemo

Empecé como cualquier cubano nacido y criado en la capital: viendo pelota y defendiendo los Industriales. Claro, entiendo que esto de seguir un deporte e irle a determinado equipo, de la única manera que funciona es que existan otros que le vayan al contrario.

Tal vez por eso en la infancia y mi adolescencia los contrincantes por excelencia fuesen mi hermano Reisel y mi amigo Camilo, quienes le iban al legendario equipo Santiago, de Pacheco, Pierre y Kindelán.

Ya en el pre y la universidad comprendí que en Cuba viven dos tipos de personas: los que apoyan al equipo azul y los que se declaran, abiertamente, «antindustrialistas». A mi tía Marta, por ejemplo, que vive en Mayabeque y no tenía equipo para presentarse en una final, le servía desde Pinar del Río, Santiago de Cuba o la Isla de la Juventud, cualquiera menos los «indecentes de Industriales». Por suerte mi tío no entra en eso, él solo le va al equipo Cuba.

A lo que iba, nuestra generación, por cosas de la vida, la globalización e Internet, es más de fútbol que de béisbol. Y, como aquí también la rivalidad es necesaria, si uno le va al Barça, el otro le va al Madrid. Y esto sirve no solo para enemistarse: ¿quién no se ha valido de una discusión Messi-Cristiano para iniciar un flirteo?

Ahora, discrepo con esas personas que se declaran los súper fanáticos del deporte rey y solo les va la vida, únicamente, cuando es su equipo el que juega. Tampoco concuerdo con otros que, ante la obligatoriedad territorial de irle a un colectivo con muy bajo rendimiento, militan entonces en la fanaticada de cualquier selección que se enfrente a la que ellos consideran la «enemiga histórica».

Creo que tener sentido de pertenencia por un club es algo buenísimo, incluso, rivalizar con los parciales del contrario genera adrenalina, pero ojo, no hay que llegar a extremos. En la Eurocopa 2024, cuando CR7 se disponía a cobrar un penal contra Eslovenia, uno de los parciales eslovenos — en vez de una bandera o un cartel de su equipo — sacó una camiseta de Messi.

Tengo un amigo que ve fútbol hace mucho tiempo. En cada ocasión que viene el «clásico» me cita de memoria las estadísticas, y cuando encuentro tres o cuatro números que favorecen al Madrid, y se los explico para que intente comprender mis puntos de vista, se molesta, se cierra y usa un argumento irrebatible (para él): «tú piensas así porque no sabes nada de fútbol».

He visto personas incomodarse seriamente, parejas distanciarse y fanáticos irse a los puños por criterios encontrados. «A ti lo que te pasa es que el deporte no te apasiona tanto», me dicen. Es verdad que vine a seguir y a entender el fútbol bastante tarde.

De una adolescencia bien antideportiva, pero siendo a la par adicto a la tevé, veía y sabía de fútbol, de mundial en mundial. Con tan buena suerte, tras declararme brasileño con 11 años y perder «mi primera final» con Francia en 1998, me la desquité en 2002 con todas las de la ley.

No obstante, a pesar de haber nacido el mismo año que Messi, vine a conocerlo en el pre, casi al mismo tiempo que me enteraba de la existencia de las Ligas y que Maradona, además de con Argentina había jugado en el Nápoles. Mucho tuve que leer y aprender desde entonces.

Pero nada, aquí estoy, a mis 37 años, con algunas claridades como aficionado. Las menciono: el Madrid antes que el Barça, Cristiano antes que Messi, Maradona antes que Pelé; de mi continente: Brasil; del más allá: Portugal y España, en ese orden.

Ahora, esta manera de asumirme va desligada de forma absoluta de algún extremismo, y voy con algunos ejemplos en el que prima mi solidaridad y empatía con otros, porque a mí no me gusta un equipo, sino el fútbol.

Cuando Brasil queda en el camino, le puedo ir a Argentina sin complejo alguno. De hecho, en la final del Mundial de 2022 estuve todo el tiempo con los dedos cruzados en los penales y aplaudí a la Pulga, al Dibu y a Di María.

Soy de los que puedo apoyar a un equipo, solo con saber que nunca antes ha estado en cuartos de final.

Hace un año y unos meses que tengo una amiga londinense. Y el colmo de los colmos es que, al verla a ella ahí, toda ilusionada, siguiendo la Eurocopa, en vez de concentrarme solo en España — pues ya Portugal había quedado en el camino — , apoyé en las semifinales, como si fuera el mejor porrista del Reino Unido. Aclamé a Inglaterra, precisamente yo, que nací en Guanabacoa. ¡Ay, si Pepe Antonio supiera…!

Pero nada, fue un buen domingo: España, Industriales… ah, y Argentina, ¡qué más se puede pedir!

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