ALMA DEPORTIVA

Deporte cubano: De la cumbre a la crisis en Juegos Olímpicos

Cuba es fuente inagotable de deportistas de nivel. Eso sí, verles triunfar con otros himnos en sus labios enorgullece, pero duele. Cambiar de casa no es pecado, es entendible y sobre todo si como razón se persigue la estabilidad en todos los aspectos

Redacción Alma Mater
Revista Alma Mater

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Por Arián Alejandro Rodríguez

Cuba es una potencia deportiva, quien lo dude no entiende de esta materia. Ahora, lo cortés no quita lo valiente y la realidad del deporte cubano ha dado un giro radical durante los últimos 20 años. Una rápida mirada a lo ocurrido en los Juegos Olímpicos Atenas 2004 así lo confirman.

Por aquel entonces la delegación caribeña de 151 representantes quedó en el onceno lugar entre todas las naciones participantes. Con 27 medallas en total (9–7–11), la mayor de las Antillas mantuvo esos puestos de privilegios que arrancaron en Múnich 1972.

En la tierra donde nació el olimpismo, el boxeo resultó, como era costumbre, el motor de los nuestros al acaparar cinco de los nueve metales dorados: Yan Bartelemí, Yuriorkis Gamboa, Rigoberto Rigondeaux, Mario Kindelán y Odlanier Solis hicieron sonar el himno nacional.

Mario Kindelán en Sydney.

Fue el cierre de lo que comenzó en la edición alemana a inicios de la década del 70 en el pasado siglo. Nuestra isla culminaba hace 52 veranos en el puesto 14 junto a Finlandia. Con tres oros, una plata y cuatro bronces, claro, que el contexto bajo los cinco aros era diferente, pero se logró.

Cuatro años más tarde, en Montreal, se mejoraba el rendimiento global. Cuba terminó octava por países con 6–4–3, siendo el deporte de las doce cuerdas nuevamente el más destacado. Si en Múnich vencieron Orlando Martínez, Emilio Correa y Teófilo Stevenson; en Canadá, además del último, se sumaron Ángel Herrera y Jorge Hernández.

Toda esta panorámica «antigua» es para mostrar las evidencias del protagonismo de los atletas cubanos dentro del concierto olímpico. No se hace necesario detallar lo sucedido en Moscú 1980, pues en aquellos juegos se ausentaron grandes potencias, aunque sin restar mérito a la actuación de Cuba.

De vuelta al siglo XXI una condicionante no se debe obviar al momento de valorar el bajón del deporte nacional en Juegos Olímpicos. Ojo, no es cuestión ya del puesto final en el medallero, es también la reducción de clasificados, así como la cantidad de figuras bajo otras banderas.

Esa pérdida constante del talento, causas más que conocidas, desconfigura cualquier tipo de planificación a mediano y largo plazo con esos atletas cuyas capacidades son ideales para ofrecer altas prestaciones en más de un ciclo. Y sin trasladar el comentario a otra arista, a Cuba le afecta como a nadie.

Claro, si se mira la historia del lado contrario, son comprensibles las insatisfacciones de los deportistas y entrenadores. Basta con escuchar las declaraciones de quienes se han mantenido en la isla caribeña, pues resulta casi imposible gestar una preparación con recursos escasos.

La actividad del músculo a todos los niveles necesita de una fuerte inversión. Eso sí, no se requiere de conocimientos exquisitos sobre la economía para concluir que en Cuba dicha cuestión pasa por el camino donde las cuentas no dan. De ahí las imperiosas bases de entrenamiento fuera de fronteras.

Ya no alcanza con el tan mentado deporte de laboratorio, tampoco con las condiciones físicas de los nacidos en archipiélago caribeño. La tecnología en el desarrollo de planes para terminar de pulir las capacidades, la actualización en la metodología a la hora de aplicar conceptos necesarios para las competiciones y la especialización de las disciplinas adyacentes en la construcción del atleta son parte de una modernidad distante para Cuba.

Tras Atenas llegó la edición de Beijing donde lo cualitativo hizo descender a la nación caribeña hasta lugar 27 en la tabla de preseas. No obstante, lo cuantitativo dejó rastro de país con potencialidades pues nuestra isla acumuló 30 medallas, una menos que las conseguidas en Barcelona 1992.

A inicios de la última década del pasado siglo una flecha encendió en pebetero de los que aún muchos consideran los mejores Juegos Olímpicos de la historia. Debate a un lado, el recuerdo para Cuba de Barcelona 1992 es imborrable y, no solo por el quinto puesto en la tabla final de medallas.

La ausencia de la mayor de las Antillas en Los Ángeles 1984 y Seúl 1988 privó a varios atletas de comenzar a labrar grandes historias en el escenario olímpico. La estancia de los caribeños en la Ciudad Condal puede considerarse más que un renacer, una reafirmación de todo crecimiento de la isla en lo deportivo.

Disciplinas como el boxeo fueron implacables, con siete metales áureos, siendo uno de ellos para el gran Félix Savón, el primero de tres en estas citas. Además, el judo también contó gratas historias encima del tatami y ahí estuvo la inolvidable Driulis González.

Driulis González.

Otros deportes con larga tradición olímpica en la isla se sumaron a la fiesta caribeña. Sin ir tan lejos, Javier Sotomayor saltó más alto que nadie, aunque siempre nos dejó la expectativa de verle ganar otro oro bajo los cinco aros. A ello, un esgrimista legendario como Elvis Gregory acaparó par de preseas. A la plata por equipo agregó el bronce individual, siempre en el Florete.

Tanta luz se mantuvo hasta la también eterna Atenas. Desde entonces el resultado se apegó más a la calidad de figuras de renombre mundial que a la verdadera continuidad de un proceso en el cual se evidenciase la importancia de una masificación existente, pero quizás no bien organizada del todo.

Y claro que los entrenadores no dejan de encontrar en el lugar más recóndito de nuestra isla a ese niño o niña con las capacidades de futura estrella. Ahora, esa no es la cuestión a analizar en primera instancia, sino las condiciones en las cuales se va a desarrollar ese atleta en pos de exhibir todas sus potencialidades.

Por causas como esta, así como la consabida partida en busca de otros horizontes, es que muy a mi pesar, denomino el estado actual del deporte cubano como situación de crisis. No niego que la frase suena fuerte, pero después de lo vivido en París 2024 los habituales análisis no alcanzan. Urge actuar.

Si bien el lugar 28 en la cita del gigante asiático quedó en la sombra y se prefirió no tomarlo como alerta, tras despedir a la Torre Eiffel la comparación es inevitable. Claro, los lugares 16, 18 y 14 en Londres, Río y Tokio respectivamente, desvirtuaron lo que era el verdadero presente del deporte en Cuba.

No solo comenzó a descender la cantidad de atletas clasificados hasta llegar a los 69 que estuvieron en tierras niponas, sino también fue disminuyendo el número de medallas totales. En 2012 y 2021 se lograron 15, mientras que en el 2016 la cifra se frenó en 11.

Otro detalle significativo es la reducción de disciplinas a las cuales la mayor de las Antillas se agarra para subir al podio. La espada se hizo quimera, en las piscinas solo el orgullo de Atlanta y ni mencionar los deportes colectivos. Béisbol aparte, entre Londres y París apenas el elenco masculino de voleibol nos representó en la cita brasileña.

Lo de Yoanka, Pupo, Serguei junto a Fernando y más reciente Cirilo son hazañas loables, pero forman parte de esas sorpresas con las cuales nuestra isla cuenta cada vez menos en Juegos Olímpicos. El grueso pasa por los deportes de combate donde luego de la capital francesa algunas de nuestras grandes figuras dicen adiós.

El guantanamero Dayron Robles en los JJ.OO. de París.

El Atletismo, espacio indisolublemente ligado al éxito para los cubanos no aporta un oro desde la cita en Beijing. No son menores las actuaciones de Leonel Suárez, Yarisley Silva, Denia Caballero, Yaimé Pérez o Juan Miguel Echevarría… aunque se extraña el metal áureo, siendo el triple femenino en este instante la única opción.

Reitero, Cuba es fuente inagotable de deportistas de nivel. Eso sí, verles triunfar con otros himnos en sus labios enorgullece, pero duele. Cambiar de casa no es pecado, es entendible y sobre todo si como razón se persigue la estabilidad en todos los aspectos. Es por ello que ahora recuerdo una frase de un gran amigo y colega: «El problema no es por qué se van, sino por qué no se quedan».

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