El último gladiolo

Quizás, un primer paso para la conservación de la flor, constituya entender que los estímulos morales cuando se regalan dejan de ser estímulos, y se vuelven pantomimas. Al convertir lo que debería ser el colofón de los esfuerzos individuales y colectivos en mero protocolo, desvirtuamos dichas acciones y gastamos gladiolos que a los que pudiera dárseles un uso más inteligente, y menos ornamental.

Redacción Alma Mater
Revista Alma Mater
4 min readFeb 8, 2022

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Por Guillermo Carmona Rodríguez

¿Qué sucederá cuando se acaben los gladiolos en Cuba? Cuando llegue alguien del Citma y diga que se encuentran en peligro de extinción, entonces qué se dará junto a los diplomas en cada acto; y es que un diploma solo, sin su correspondiente planta, no va más allá de un pobre y endeble papel o una porosa cartulina: la tristeza cuadriculada.

Quizás, un primer paso para la conservación de la flor, constituya entender que los estímulos morales cuando se regalan dejan de ser estímulos, y se vuelven pantomimas. Al convertir lo que debería ser el colofón de los esfuerzos individuales y colectivos en mero protocolo, desvirtuamos dichas acciones y gastamos gladiolos que a los que pudiera dárseles un uso más inteligente, y menos ornamental.

La vox populi, ese chismoso inconsciente colectivo, tiene una frase que recoge esta sobresaturación: «Aquí todo el mundo ha recibido un diploma». Tal vez, esta frase dé una idea de la concepción del sistema de estímulos que se ha establecido a través de los años en el país. No planteamos que estén de más, sino que necesitamos quitarnos costumbres, vicios, para que ellos tomen su verdadero valor y utilidad.

Desde primer grado donde te entregan la condición «Ya sé leer, ya sé escribir» hasta cualquier trabajo voluntario, conmemoración de una fecha histórica o actividad colateral, parte de su diseño y programa siempre consta de la entrega de un papel acrediticio, como si fuera parte de un sistema inviolable, que en vez de enriquecerlos como actividad los vuelve una obviedad.

Incluso, en ocasiones estar en el momento y lugar correcto resulta lo único necesario para, de repente, verte subir a un estrado y estrecharle la mano a un funcionario o a una personalidad, y regalarle una sonrisa a alguna cámara extraviada. La voluntad y la acción real de las personas se vuelven un elemento secundario, y eso es triste.

Si todos ganan una competencia, entonces no existió un ganador; esto resulta un razonamiento muy sencillo. No se malinterprete que es un intento de azuzar la competitividad insana, corruptora de las buenas intenciones, sino que podemos decir -a través de otro razonamiento muy sencillo- que si alabamos el trabajo de todos, al final no alabamos al de nadie.

Ernesto «Che» Guevara, en El Socialismo y el Hombre en Cuba, escribe: «De allí que sea tan importante elegir correctamente el instrumento de movilización de las masas. Ese instrumento debe ser de índole moral, fundamentalmente, sin olvidar una correcta utilización del estímulo material, sobre todo de naturaleza social».

Por desgracia en estos momentos, lo material -si de persuasión se habla- es más buscado que lo moral. Sin embargo, ello se entiende por el contexto económico que transita el país. Así que al segundo, como plantea el Che, hay que saber elegirlo bien porque si lo empleamos de forma errónea pierde su valor simbólico: tanto para el que lo recibe, que lo comprende como un reconocimiento a su trabajo; como para el resto de sus iguales, quienes deberían encontrar en el ganador un espejo donde mirarse, una meta a sobrepasar. Así se crea una emulación de real camaradería.

«Como ya dije, en momentos de peligro extremo es fácil potenciar los estímulos morales», prosigue Guevara. ¿Y qué momento más arduo para el país que este, crucificado entre dificultades económicas y el virus que nos ha hecho replantearnos términos tan aceptados como normalidad?

Por ello, es más importante que nunca el empleo correcto de los reconocimientos, sobre todo cuando entendemos que esta coyuntura atípica y caótica será nuestra nueva realidad por un periodo que se vaticina extenso.

En lugar de derrochar gladiolos en intentar que las personas se aferren más a sus labores, deberíamos trabajar más en la construcción de una conciencia individual que nos haga comprender que la sociedad y la nación son una construcción colectiva y continua; que solo con la ayuda de todos, con las buenas maneras e intenciones de todos, podremos avanzar.

Cuando la última persona reciba el último gladiolo, que se le hinche el pecho de orgullo. Eso necesitamos.

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