FAMILIAS: HISTORIAS ORIGINALES

La familia de Dachelys es real, existe y tiene derechos

«Si tuviera que colocarme en algún lugar, te diría que soy bisexual, tengo una relación maravillosa con una mujer y he tenido relaciones maravillosas con hombres», así nos dice Dachelys, en una conversación que no va precisamente de su orientación sexual. Ella es la madre de Paulo. Paulo es hijo de Hope. Y esta es la historia de dos mujeres que han logrado ser las madres legales de un niño que vive en Cuba.

Yoandry Avila Guerra
Revista Alma Mater

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Ilustración: Cortesía de la entrevistada.

Por Rodolfo Romero Reyes

Tengo muchas razones para decirte que debes conocer la historia de Dachelys. Alma Mater ha decidido contarla, pero falta que tú la leas, y de paso la comentes con amigos, familiares, tus abuelos. No se trata de una estrella de cine, ni de una top model. Ella es una muchacha, como tú y como yo, estudió el preuniversitario en «Comandancia de La Plata», es psicóloga, tiene 34 años y es la mamá de Paulo.

Ahora mismo te estarás preguntando: ¿la madre de Paulo no era Hope Bastian? También. Paulo tiene dos. ¿Pero si el matrimonio igualitario en Cuba no se ha aprobado todavía? Nadie ha dicho lo contrario. Lo que ocurre es que este niño — que por estos días cumple dos años — tiene en su certificado de nacimiento dos madres: Hope y Dachelys; incluso, te cuento más: tiene cuatro abuelos maternos. ¿Cómo fue posible? Tienes que leer hasta el final.

Dachelys — con «s» aunque en su carnet de identidad hayan omitido esa última letra — nació en El Vedado y vive enamorada de su barrio. Lo conoce de memoria y si le mencionas una esquina, una intersección, te puede decir con rapidez qué es lo que hay allí. Lo ha recorrido a pie y en bicicleta. Lo adora. Y cuando ha estado lejos lo extraña muchísimo.

Su interés por la Psicología despertó desde pequeña. Su abuela paterna, con quien creció, era directora de los círculos infantiles en el municipio Plaza de la Revolución y tenía muchos libros de Psicología del desarrollo, sobre cuestiones cognitivas y afectivas de los niños de prescolar. «Tenía mi propio librero, y mi mamá casi todos los días me traía un libro nuevo, fue su costumbre hasta que murió. Cuando no me había traído nada nuevo, yo iba al librero de mi abuela y agarraba el primer libro que veía. No entendía mucho, pero me gustaban las ilustraciones con niños jugando. En la secundaria empecé a ver los programas Vale la pena. Todo esto hizo que no quisiera entrar en la Lenin porque era un pre de ciencias exactas y no quería nada que tuviera que ver con eso: tenía 14 años y quería estudiar Psicología, también me gustaban la química, el inglés, la biología…».

Así fue como esta muchacha — nacida en 1986 — llegó a Güira de Melena a cursar su preuniversitario en «Comandancia de La Plata».

«En mis ratos libres en el pre me tropecé con unas enciclopedias buenísimas y leí mucho sobre Psicología cognitiva, las relaciones humanas, cómo se daban. Reafirmé mi idea y me decidí a querer entender las psicologías de las familias; de hecho, sobre ese tema después hice mi tesis, creo que un poco buscando entender la mía».

Cuando discutes sobre diversidad y orientación sexual, sobre identidad de género, muchas veces aparece una pregunta recurrente. ¿Cómo y cuándo se empieza a sentir diferente a lo que la sociedad dicta como norma?

«Siempre me identifiqué como heterosexual. Una crece con la idea de que debes estar con hombres y nunca me cuestioné nada de eso. Cuando estaba en 5to. y 6to. grados, sí tenía mucha empatía con dos compañeros del aula contigua, ellos entraban en esa clasificación que usa mucha gente de “muchachos afeminados”, y sufrían mucho acoso y bullying. Ellos lo manejaban bastante bien, gracias a su sentido del humor, pero había momentos en que sufrían y eso a mí no me gustaba. En mi barrio había también un muchacho gay y todo el mundo se burlaba de él; eran cosas que no me resultaban cómodas. Sin embargo, nunca me cuestioné mi sexualidad. Tuve novios, relaciones estables y duraderas, placenteras en todos los sentidos. En la universidad no me pregunté si me podían gustar las mujeres o si no, simplemente no pensaba en eso. No me cuestionaba el poder hacerlo, pero tampoco el no poder».

Dachelys Valdés, la psicóloga cubana, y Hope Bastian, la antropóloga estadounidense, se conocieron en un evento académico en Cienfuegos en el que ambas presentaron resultados de investigaciones. Entre paneles académicos en las mañanas y tardes, y el libre esparcimiento en las noches, transcurrieron aquellos cuatro días en un hotel. Dachelys fue quien se acercó a Hope. «Recuerdo que el día de su exposición dijo: “Nosotros los cubanos”, hizo una pausa, y agregó: “No soy cubana pero siento como si lo fuera”. En ese instante dejé de escuchar a la investigadora y empecé a escuchar a la persona. Luego conversamos. Me explicó cuánto tiempo llevaba acá, conectamos mucho, nos dimos cuenta que éramos vecinas. Nunca había conocido a alguien que, sin haber nacido aquí, amara a Cuba como lo hago yo. La relación comenzó cuando regresamos a La Habana y empezamos a vernos más».

Según narra Dachelys, en ese momento hizo un alto en su vida y se puso a pensar: «qué está pasando, cuáles son los cambios que estoy experimentando. Lo que siento por esta mujer no es admiración, no es respeto, no es una cuestión de amistad, es un sentimiento que se me parece, que es igual, a lo que he sentido por otros hombres, entonces vamos a llamarlo de esa misma manera: amor; estoy enamorada. Si tuviera que colocarme en algún lugar, te diría que soy bisexual, tengo una relación maravillosa con una mujer, y he tenido relaciones maravillosas con hombres».

En el trascurso de la relación ambas se sintieron con la madurez suficiente para educar a alguien, coincidían en valores y principios a la hora de formar una familia, tenían trabajos estables; Hope estaba escribiendo su doctorado, y Dachelys cursaba su maestría. ¿Podrían estas dos mujeres traer al mundo un bebé viviendo en Cuba?

Foto: Cortesía de la entrevistada.

No les preocupaba tanto la parte biológica, como la parte legal. Hope vive en Cuba, ama muchísimo a este país y aunque tiene el estatus de residente permanente, no es cubana. Si ella decidía irse del país: en qué situación quedaba ese niño o esa niña; cómo garantizar su protección, o la protección de ambas madres.

«Nosotras teníamos amigos varones dispuestísimos a ser los donantes de esperma, pero no queríamos construir una familia con una tercera persona involucrada de forma legal. Tampoco podíamos decirle a este amigo: “renuncia a tus derechos”, porque en Cuba él siempre tendría derechos por filiación; es decir, ese lazo biológico con nuestro amigo siempre iba a existir. No era esa la familia que queríamos diseñar».

Optaron entonces por la reproducción asistida para que el donante fuese anónimo. Recurrieron al consultorio del médico de la familia y allí le dijeron que, como única opción, un amigo debería hacerse pasar por la pareja de una de las dos, para diagnosticarle problemas de fertilidad y así poder entrar al programa nacional. Una triste realidad: en una sociedad en la que se han conquistado tantos derechos, una pareja de mujeres no tiene la posibilidad de recurrir a la reproducción asistida. Solo les quedó una vía: hacerlo fuera de Cuba.

«Fue una decisión muy triste. Nuestra vida es aquí, nuestra cultura es de aquí, nuestra red de apoyo está aquí. Vivimos a tres cuadras de uno de los hospitales maternos más respetados de la ciudad, y nos íbamos para un lugar en el que no se habla mi idioma, en una cultura distinta a la mía, dependiendo de otras personas (en este caso los padres de Hope), lejos de mi familia. En cambio, el sistema legal respaldaba que fuéramos dos madres, e íbamos a poder acceder al servicio de reproducción asistida como una pareja de dos mujeres».

Al no hacerlo en Cuba, debieron pagar todo el tratamiento, lo cual les supuso dos años de ahorros para poder materializar su sueño de tener un hijo. Por decisión consensuada fue Hope quien lo llevó en su vientre.

«Nos pusimos a pensar cuál de las dos tenía, digamos, su vida profesional más completa; de modo que la maternidad no le interrumpiría demasiado sus metas. Por otro lado, Hope es cuatro años mayor que yo. Fue una decisión práctica: decidir cuál de las dos estaba más lista. Nuestra idea es tener otro bebé, y me gustaría llevarlo yo».

Paulo nació en Florida, pero sus madres debían regresar a Cuba y deseaban inscribirlo aquí. Aunque la Constitución ofrece cierta sombrilla para eso, hasta ese momento desde el punto de vista legal en el país no se había reconocido que alguien pudiera tener dos madres. Para Dachelys aplicar a la ciudadanía de Paulo, por ser hijo de una cubana en el exterior a pesar de no haberlo gestado en su vientre, implicaba un paso tremendo.

«Significaba que Cuba dijera: “Bien, ella no lo dio a luz pero también es su madre según lo acreditan los documentos legales, es cubana y el niño tiene derecho a ser cubano”. Y así estaría reconociendo que familias como la nuestra son reales, existen y tienen derecho».

Foto: Cortesía de la entrevistada.

En el momento que trascurre esta entrevista, por demoras en los trámites, Paulo aún no ha recibido la nacionalidad cubana, pero ya tiene su certificado de nacimiento cubano, bajo una cláusula de maternidad compartida, en el que se afirma que es hijo de dos madres: Dachelys y Hope.

«No queríamos que cuando Paulo fuera a la escuela nos vieran como la mamá y su “compañera”, o la mamá y “la tía”. Las dos somos sus madres. En el médico, en la familia, en la escuela, en la comunidad. Así lo dice su certificado de nacimiento emitido por Cuba».

A pesar de la inmensa cantidad de trámites, Dachelys nunca dudó que podría concretarse. «La Constitución de 2019 tiene artículos dirigidos a que familias como la nuestra puedan inscribir a sus hijos; las que no están actualizadas son las normas del Registro Civil. Es cierto que hubo muchos retrasos. Cuando empecé a comunicarme con la embajada cubana en Washington me dijeron que al ser un caso “novedoso”, debíamos darles un tiempo. Paulo nació en mayo de 2019, hicimos la solicitud en julio y regresamos a Cuba en octubre. A la semana de estar aquí entregamos una carta en el Ministerio de Justicia, explicando nuestro caso y solicitando la ciudadanía cubana de Paulo. Luego entregué una segunda carta. Pasó el tiempo. Finalmente nos llamaron del MINREX, de la dirección que atiende a los cubanos residentes en el exterior, para decirnos que habían emitido un dictamen reconociendo la maternidad compartida. El Ministerio de Justicia nos indicó dirigirnos al Registro Civil de Actos y Hechos de Cubanos en el Exterior (REAHCE). Allí recogimos el certificado nacimiento».

Dachelys tuvo que ir en dos ocasiones porque, con independencia de la amabilidad y el buen trato recibido, el documento lo emitía un software de manera automática. No había forma de poner: madre y madre. Regresó dos o tres días después y ya estaba lista la versión correcta, en la que, incluso, figuran sus cuatro abuelos maternos.

En momentos en que el Consejo de Estado aprobó la comisión que elaborará el proyecto de Código de las familias, valdría preguntarse si las familias como las de Dachelys, Hope y Paulo tendrán los mismos derechos que mi familia o la tuya.

Diseño de imagen: Alejandro Sosa.

«Siempre fue nuestra idea que las personas conocieran nuestra historia, así sabrán que es posible cambiar mentalidades y mover cimientos de estereotipos. Lo ideal sería que el poder legislativo, de observar la realidad, dijera: “De aquí a unos años esta puede ser la dinámica, vamos a legislar para que cuando esta dinámica sea más común, y tengamos leyes que protejan a todos”. Pero cuando no ocurre así, las leyes se acomodan a los modelos que ya conocen, de familias o de lo que sea, y si tú — que eres una realidad diferente — no les tocas a la puerta y les dices: “Hola, estamos aquí, existimos, ¿cómo me vas a proteger?, ¿cómo me vas a ayudar?”. Si no lo haces, no ocurren los cambios».

El Código de las familias puede aprobarse — como bien argumenta mi entrevistada — y recoger en él muchos aspectos positivos en materia de derechos para todo el mundo, mas cambiar lo que mucha gente sienta o piense en torno a esos temas no será tan expedito.

«El tema de los derechos debe aprobarse y ya; no debe votarse. Hacer la consulta me parece fenomenal porque es la forma que tienen muchas personas de conocer las tan diversas realidades; pero hacer un referendo me parece un completo sinsentido. Aprobar una ley, es una cosa; sin embargo, educar, solidarizar, cambiar imaginarios y estereotipos lleva mucho más tiempo».

Paulo no crecerá en una familia con secretos. Sus madres siempre han sido muy abiertas, incluso desde antes, cuando caminaban de la mano por la calle y la gente lo sabía. La de ellas es una entre tantas variedades de familias cubanas. Hay más como ellas, solo que Paulo tiene un certificado de nacimiento en el que se lee, clara y legalmente, que en su caso madre no es una sola.

Ahora mismo te estarás preguntando: ¿estará preparada la sociedad cubana, y en particular la comunidad, la escuela, para convivir con un niño que tiene dos madres?

«De aquí a que Paulo empiece la escuela faltan tres años. Para ese momento espero que sean mucho más visibles las familias como la nuestra. Y los medios deben ayudar mucho a su visibilización, por eso te agradezco la entrevista. La falta de representatividad ayuda a construir mitos alrededor de las personas que no son heteronormativas, mitos que van en detrimento de poder consensuar leyes, reconocer los derechos, de poder educar. Cuando alguien me dice que la sociedad cubana no está preparada, lo veo como otra muestra de querer esconder prejuicios internos. La pregunta es: ¿qué habría que hacer para prepararla?».

Al menos, en la experiencia de Dachelys y Hope, no han sufrido ningún tipo de discriminación. «Hemos ido a muchos servicios de salud porque a los niños concebidos in vitro, por lo menos aquí en La Habana, le dan seguimiento durante todo un año, lo atiende la neonatóloga del “González Coro”. Además, a Hope la atendían por el área de salud, la ginecóloga del policlínico, le hacían los análisis complementarios, la atendía una especialista in vitro. Y siempre, para todos ellos, hemos sido dos madres, a las dos se nos trató de igual manera».

Dachelys ama la repostería y deja que a veces Paulo juegue un poco con la harina. Mientras una de sus madres está a su lado, la otra se sienta en la computadora para hacer productiva su jornada de teletrabajo. Por culpa de la pandemia, han recesado las salidas al parque, y ahora pasan más tiempo leyéndole, escuchando canciones en el tocadiscos — sí, en casa tienen un tocadiscos — , o jugando con la pelota por los pasillos de la casa. Lo mantienen alejado de las pantallas: nada de tabletas, ni celulares. En las noches cae rendido y es allí cuando Hope y Dachelys tienen un poco de tiempo para ellas; se sientan a ver una película, o a conversar.

«Soy afortunada, y sé que mi historia no es la de la media. Cuando descubrí mi bisexualidad tenía 30 años y una madurez que me permitía encontrar las palabras exactas para contar lo que sentía de la mejor manera. De mis cinco hermanos, solo el mayor se mostró un tanto distante. Con los amigos todo estuvo divino; de ellos no he recibo otra cosa que no sea amor y apoyo. La maternidad nuestra ha sido muy colectiva, no lo ha sido más por el tema de la COVID. Te confieso que no he sentido discriminación en mi vida por mi orientación sexual, en cambio, sí por el color de la piel, para que veas, y obviamente llevo más tiempo con este color de piel que siendo bisexual».

Dachelys se parece a mí. Se parece a ti. Le gusta armar rompecabezas, jugar dominó, ver películas y series, leer poesía, literatura infantil, novelas biográficas y también libros de ciencias sociales. Escucha mucha música, prefiere el rock and roll, la trova, la salsa cubana y es fan de las bandas sonoras.

Un detalle singular: toca el ukelele, se lo regaló la mamá de Hope. ¿Ejercicios físicos? Te cuento que no le gusta correr y su disciplina es pésima para ir a un gimnasio. Eso sí, adora montar bicicleta y jugar voleibol.

Lo más común es que Dachelys se quede dormida mientras ve una película. Cuando no, piensa muchas cosas antes de irse a la cama. «En el futuro de Cuba, en Paulo y en nosotras como familia, en cómo puedo contribuir y hacer algo socialmente útil. Si me acabo de leer alguna novela estoy pensando en ella y anoto en una libreta las frases que más me impactan o los aprendizajes que me deja».

Y entre tantos pensamientos, me comparte uno más con el que vamos finalizando nuestra larga conversación: «La persona a la que amo puede ser diferente a la que amas tú, pero el amor es el mismo: tú has sentido lo mismo que siento yo por otra persona y eso nos acerca. Cuando no eres el gordo, eres el de los espejuelos, el calvo, el maricón, el negro, la mujer, el guajiro… Hay muchas formas en las que las personas pueden conectar contigo aunque hayan sido discriminadas por razones distintas».

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Yoandry Avila Guerra
Revista Alma Mater

Periodista, fotógrafo. Redactor-reportero en Cubaperiodistas. Colaborador de la revista Alma Mater y del periódico Ofertas. Blogger en Yo ando por ahí