OPINIÓN

La voz de los universitarios cubanos

Alma Mater tiene como principal desafío continuar haciendo un periodismo con, desde y para los universitarios cubanos, pero periodismo, con todas sus letras

Redacción Alma Mater
Revista Alma Mater

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Diseño de portada: Frank Sera

Por Rodolfo Romero Reyes

Se acerca el centenario de la revista joven más antigua de Cuba: Alma Mater. Desde su etapa fundacional — en la que Mella aparecía como administrador y escribía sus editoriales — ha mantenido una estrecha relación con la Federación Estudiantil Universitaria, aunque ello no ha implicado que su ejercicio periodístico se circunscriba a la vida interna de la organización.

En la etapa prerrevolucionaria la revista tuvo distintos enfoques. Los contenidos que se publicaron en los primeros ocho números (1922–1923) distan mucho de los que aparecieron en sus páginas en la época siguiente (1928–1934) cuando algunos de sus directivos llegaron a tener una postura crítica hacia Mella y de alabanzas hacia Gerardo Machado. Afortunadamente, su renacer en la década de los cincuenta sí estuvo matizado por su carácter eminentemente revolucionario, y abiertamente antibatistiano.

A partir de 1959, la revista se mantuvo como una de las publicaciones de la Revolución Cubana. En 1971, cuando se constituye el Consejo Nacional de la FEU, se acuerda que sea su órgano oficial. No obstante, si bien la publicación ha mantenido un estrecho diálogo con la organización estudiantil, no se ha limitado a cuestiones de funcionamiento: su espectro periodístico ha ido, y debe seguir yendo, mucho más allá.

Editoriales con definidas posiciones políticas, cuestionamientos a directivos de universidades, temas relacionados con la cultura, el deporte, la educación cívica, la moda, el humor alternaron en las décadas de los ochenta y los noventa con realidades cercanas provenientes de la extinta URSS, de América Latina, y de organizaciones estudiantiles como la Unión Internacional de Estudiantes o la OCLAE. Alma Mater siempre tuvo la característica de parecerse, sobre todo, a su tiempo.

En los últimos 16 años he tenido la oportunidad de escribir para Alma Mater desde que la joven directora Tamara Roselló abrió sus puertas a un grupo de estudiantes que cursábamos segundo año de Periodismo. De sus diversos eslóganes, el más repetido en los últimos tiempos ha sido aquel que la denomina como «la voz de los universitarios cubanos». Más que reflejar los intereses de su equipo de redacción o del Secretariado Nacional de la FEU — colectivos que cambian con bastante frecuencia — la revista ha intentado mostrar las voces y los temas que atañen a los universitarios de todo el país.

Cualquiera que haya pisado un aula universitaria, ya sea como estudiante o como profesor, sabe que esas voces no son para nada homogéneas. Allí conviven los cultos y los superficiales, los repas y los frikis, los que están a favor y los que están en contra, los que se quieren ir y los que se quieren quedar. Alma Mater es su revista y por tanto intenta reflejar toda esa diversidad, en su total complejidad.

Por eso es que sus páginas han acogido lo mismo reseñas y entrevistas a los principales dirigentes estudiantiles — en la extinta sección El Parque de los Cabezones — , que reportajes polémicos como aquel que en abril de 2008 denunció las pésimas condiciones de una beca universitaria, y que trajo consigo regaños del Ministerio de Educación Superior y al mismo tiempo la reparación de aquellos locales insalubres. Por eso Alma Mater hablaba de los juegos deportivos y de los festivales de cultura, y al mismo tiempo, en mayo de 2016, publicaba la investigación «Universidades blancas», en la que ponía sobre la mesa el tema del racismo, y su reflejo en el acceso a la educación superior.

Y por supuesto que los procesos que protagoniza la FEU han sido temas centrales en sus páginas. No obstante, al haber convivido con 5 directores y 11 presidentes de la FEU desde 2005, puedo dar fe que las relaciones entre revista y organización han sido determinadas por la voluntad de quienes ocupaban estos roles.

Supe de directores que no estaban tan pendientes de la FEU, y de presidentes que ni siquiera se leían la revista o no la consideraban entre las publicaciones que debían presentarse en una sesión del Consejo Nacional; afortunadamente fueron los menos. En contraposición, conocí relaciones armoniosas que tuvieron resultados positivos: números especiales de la revista en días de congresos nacionales, o artículos publicados en Alma Mater que, por indicación de la FEU, se analizaban en cada brigada del país. Y esto se lograba sin subordinaciones burocráticas, ni intrusismos profesionales: bastaba que ambos, director y presidente, decidieran remar juntos en la misma dirección.

Por eso, la solución para que armonicen organización y publicación, nunca será que la casi centenaria revista se convierta, por acuerdo, en un boletín informativo de la FEU. Alma Mater tiene como principal desafío continuar haciendo un periodismo con, desde y para los universitarios cubanos, pero periodismo, con todas sus letras.

Para eso tiene que continuar publicando crónicas emotivas sobre los sucesos del 13 de Marzo, y también reportajes de investigación sobre el creciente flujo migratorio que tiene lugar en Cuba; entrevistas a dirigentes de la FEU y también artículos sobre los sucesos del 11 de julio de 2021; noticias sobre el X Congreso de la FEU, y también textos que se posicionen contra el acoso sexual, venga de donde venga. Porque todos esos temas se discuten en los pasillos, en las aulas. Hacer oídos sordos, omitirlos como si no existieran, no sería ético, ni periodístico, ni coherente con el actuar de memorables universitarios como lo fueron Mella, José Antonio, Fidel Castro.

A lo largo de estas décadas el equipo de redacción de la revista ha estado integrado en su mayoría por profesionales de la prensa y estudiantes de periodismo. Sus rutinas productivas y su proceso de impresión los llevan una editorial y una imprenta.

En los últimos tiempos la ausencia de papel, las dinámicas de la pandemia y el empuje de un joven equipo conformado a inicios de 2020, hicieron que la revista se volcara a un periodismo hipermedial que catapultó sus contenidos y amplió notablemente sus públicos. Esa presencia constante en las redes hizo más visible a sus detractores. Desde quienes en Miami la acusan de ser «vocera de la dictadura», hasta los «ultrarrevolucionarios» que desde esta orilla saltan ante una crítica o ante el periodismo polémico con sus frases de «juego al enemigo» y «diversionismo ideológico». No obstante, quien se tome el trabajo de revisar sus casi 600 números impresos publicados después de 1959 sabrá que Alma Mater ha sido, por ya más de seis décadas, una revista de la Revolución.

Hoy, a casi dos meses de cumplir 100 años, el joven equipo que se empezó a conformar en mayo de este año trabaja en el diseño de una campaña comunicativa cuyo eslogan, en mi opinión, es un acierto: «con el Alma de siempre»; creo que precisamente ese concepto, y no otro, puede sintetizar los desafíos que tiene la revista de Mella.

El periodismo de Alma Mater tiene que ser creíble, y para eso no puede ser complaciente. Una vez, una dirigente de la UJC, que atendía a la FEU y no estaba de acuerdo con la política editorial que seguía la revista, me dijo: «No tienen que hablar del bache de la esquina, ni de la economía nacional. Deben centrarse en los intereses de los estudiantes». Aquella compañera cometía un error. Escribo ahora lo que le respondí: «A los universitarios les afectan el bache y las medidas económicas, les afecta si se va la corriente, si no hay transporte público; esos también sus intereses».

Por eso ahora, cuando quedan unas semanas para llegar al centenario, mi único deseo es que la revista siga siendo eso que, por periodos, he vivido desde que formo parte de su colectivo: un periodismo diverso, crítico, honesto, polémico, revolucionario, que sí tiene mucho que ver con el alma de Mella.

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