COMENTARIO

Los nuevos extremistas

De un tiempo para acá siento a cubanas y cubanos cada vez más polarizados en materia política. Se vislumbran, con claridad, tres bandos: los que estamos conscientemente a favor del gobierno revolucionario; los que están conscientemente en contra; y una gran masa flotante que — con ideas, principios y opiniones diversas — se acerca, se aleja o se mantiene en el centro de la polémica que generan los dos primeros.

Redacción Alma Mater
Revista Alma Mater

--

Diseño: Alejandro Sosa.

Por Rodolfo Romero Reyes

De un tiempo para acá siento a cubanas y cubanos cada vez más polarizados en materia política. Se vislumbran, con claridad, tres bandos: los que estamos conscientemente a favor del gobierno revolucionario; los que están conscientemente en contra; y una gran masa flotante que — con ideas, principios y opiniones diversas — se acerca, se aleja o se mantiene en el centro de la polémica que generan los dos primeros.

En cada uno de los bandos más enérgicos habitan personas extremistas. La vida ha demostrado que los extremos son malos; y los extremistas lo son aún peor. El bando revolucionario, a lo largo de su historia, no ha escapado de ellos. Después de enero de 1959, una parte de nuestro pueblo variopinto, diverso, antiterrorista, antimperialista y soberano protagonizó acciones extremistas que llevaron a excluir a personas, lo mismo por su orientación sexual que por sus gustos musicales. Cometimos todos, pueblo y dirigentes, errores graves; y aprendimos de ellos.

Aprendimos, por ejemplo, que podíamos ser marxista-leninistas y escuchar a los Beatles, bailar con Celia Cruz y leer los clásicos de Guillermo Cabrera Infante. Desde aquí — y no imagino cómo se hacía en tiempos de menos Internet — seguíamos las estadísticas de «El Duque» Hernández y de Rey Ordóñez porque, aunque se consideraban «traidores», una parte de nosotros los admirábamos como peloteros y como cubanos que estaban triunfando en las Grandes Ligas.

Aprendimos — y más nuestros padres — que la emigración es un proceso natural, que no todo el que se iba del país era «gusano» y que el deseo de mejorar en el ámbito económico no era un delito. Digo «más nuestros padres» porque los abuelos de mi generación solían ser un poco más dogmáticos, y porque muchos de mis coetáneas y coetáneos viven fuera, vienen y se vuelven a ir, y hasta hace poco recibían los «mandados» de la bodega. Incluso, antes de la primera partida se hacen fiestas de despedida; ya nadie les dice «escorias» ni les tiran huevos, y si eres militante de la Juventud o del Partido no tienes que esconderte para ir y darles un abrazo, o desearles suerte.

La primera evidencia de extremismo la viví hace unos años cuando una amiga visitó Miami y otra colega le advirtió que evitara usar las palabras «compañera» o «compañero»; o decir que irían a una «actividad», porque esas eran frases del comunismo y que allí no se hablaba así. El ejemplo es mundano, mas encierra matices.

Otro ejemplo más reciente, de otra amiga que escribe textos críticos sobre Cuba, y de hecho, no es simpatizante de nuestro actual presidente: El otro día se le ocurrió decir que las vacunas cubanas contra la COVID-19 no deberían ser tan malas, cuando ella y todos los de nuestra generación se habían puesto en su vida más de 17 vacunas cubanas y estábamos vivos; lo que le cayó encima fue terrible…

El resto de las evidencias las vivo día a día en redes sociales. Si nos acusaron de extremistas por decirle a los que se iban «gusanos» y «apátridas»; ¿por qué entonces nos llaman a los que nos quedamos y queremos vivir aquí «corderos», «oficialistas», «ciegos» y «ciberclarias»?

Si aquí le hacían un mitin de repudio a alguien, eso era un «extremismo comunista». Pero a Edmundo García recién le hicieron tremendo mitin de repudio a la entrada de un estadio de pelota en la Florida, cuando Cuba jugó. ¿Acaso eso no es también un extremismo?

Muchos de los que tenemos mi edad entendemos que si un pelotero cubano aspira a jugar en Grandes Ligas no es un traidor, sino alguien que quiere triunfar allá; en cambio, muchos de mi generación que están allá acusan al pelotero que no desertó de «comunista» y de «cómplice de la dictadura».

Conozco a uno, en particular, que me decía: «El problema de ustedes es que todo lo resuelven con Patria o Muerte». Ahora, que está allá, no deja de gritar «Patria y Vida» — frase que, por demás, la dijo Fidel primero — , y lo hace incluso con una entonación similar a las tribunas abiertas de aquí.

Esa misma persona argumenta que el gobierno tiene la culpa del pico pandémico en Matanzas. Le respondí: «Entonces, para ser coherente, ¿le darás el mérito por la manera en que contuvo la pandemia durante más de un año, y que ha impedido las cifras de muertes que hemos visto en otros países desarrollados y capitalistas?¿Le darás el crédito por los cinco candidatos vacunales?

Si algún amigo mío de la Lenin critica en Estados Unidos a la «dictadura» no lo puedo acusar de recibir dinero de la CIA, porque esa sería una actitud extremista de mi parte: él o ella tiene derecho a pensar como desee y manifestarse según considere. En cambio, si yo defiendo al gobierno de Cuba, comentan que es porque pagan mi salario. O sea, ¿Allá dicen las cosas porque tienen libertad, y yo aquí las digo porque me dan una «jabita»?

Lo peor — y lo decíamos también de los extremistas de aquí — es que detrás de esas posturas suelen esconderse los oportunistas. Y aquí los tuvimos — y los tenemos — y eso está mal. Pero, ¿y del otro lado qué?

No hablemos del cantante que aquí le daba gracias al presidente y allá grita abajo la dictadura. Hablemos del que aquí dirigía la FEU, iba a las marchas y gritaba consignas fidelistas, y ahora allá se viste de reaccionario. Una de aquellas personas argumentaba que su cambio de conducta obedecía a que aquí estaba «adoctrinada». Con 23 años, universitaria, periodista… ¿Adoctrinada? No me lo puedo creer, que me perdone.

Hablemos de ese que en redes critica las prebendas que reciben determinadas personas, y cuando estaba en Cuba se iba cada verano a casas en la playa que le daban a un tío o a un primo, como parte de esas mismas prebendas.

Después de los hechos recientes ocurridos en Cuba, los debates se han tornado intensos en Internet. En el muro de tres colegas dejé mis comentarios: básicamente a los tres les criticaba, palabras más palabras menos, que se centraran solo en una o dos frases del discurso del presidente, y que no repararan en las acciones violentas y en los hechos vandálicos que anterior a las 4:00 p.m. ya estaban sucediendo en algunos lugares del país. Con ellos fue un diálogo respetuoso y sin mayores trascendencias.

No obstante, estos días en las redes han servido para evidenciar mucho odio; basado además en mentiras repetidas. «El gobierno es responsable de las decenas de asesinatos que ahora mismo ocurren en La Habana», decían algunos el domingo; y cuando les pedías que nombraran la lista de los muertos, hacían silencio.

Los medios oficiales informaron el lamentable fallecimiento de un ciudadano en los incidentes de la Güinera. Sin embargo, los medios que atacan de manera constante a Cuba no desmintieron la «toma de Camagüey», el «secuestro» del Secretario del Partido de esa provincia, la toma de Radio Progreso, el hombre «baleado» en Cárdenas o la «huida» de Raúl Castro hacia Venezuela.

Si alguien subía a Facebook evidencias que desmentían lo del supuesto niño asesinado o que el viceministro del Interior había dimitido, lo acusaban de comunista o cómplice de los «asesinatos». Si alguien condenaba el Bloqueo, argumentaban que no existía, que era mentira del gobierno cubano, y la prueba era el pollo con la bandera americana que llegaba a las carnicerías.

Por suerte, y también hay que decirlo, en mi experiencia de debate no todos fueron tan irracionales; y cuando comenzó a circular la petición de una intervención militar — que pidieron y firmaron unos cuantos — , sin bajar sus lanzas contra el gobierno, dijeron que nunca apoyarían una intervención porque eso terminaba en guerra y aquí en Cuba también estaban sus familias y amigos.

Algunos, además del intercambio público, me escribieron por privado casi siempre en plan de conciliación — yo también escribí — , para entendernos desde nuestras diferencias. Hubo quien ofendió en una primera línea, y luego se disculpó en la segunda por saberse víctima de la pasión.

Otros, con los que nunca en Cuba conversé de política, educados y con buenas normas, comentaron mis publicaciones. Unos, desde el desacuerdo, pero con buenos modales; otros, con mensajes agresivos y un lenguaje vulgar que lejos de ofender, los retrata. De estos últimos, destacan algunos que cuando vivían en «la dictadura» y la policía «reprimía» a las «Damas» de Blanco, por ejemplo, nunca se manifestaron ni siquiera de forma pacífica contra esa «represión», y ahora, que están allá, es que hacen llamados a que la gente tome las calles. Parece que allá les crecieron los corajes.

Entre los extremistas que viven aquí, están los que despotricaron de las vacunas cubanas y a la hora de la verdad se pusieron las tres dosis. Y los que tiraron piedras a un hospital pediátrico. Y los que amenazaron a La Yuli de Cuba, a Leticia, y a tantos otros colegas periodistas.

Se puede ser comunista, socialdemócrata, anarquista, anticomunista; pero en cualquier bando en el que uno decida pararse, debemos intentar ser coherentes y nunca odiar, amenazar o maltratar.

Lo dice uno que fue chamaco extremista en tiempos de pre, que aprendió a tolerar y a dialogar con personas que piensan diferente, y que ahora observa con preocupación a antiguos compañeros de aula que ni dialogan con el que piensa diferente, ni toleran al revolucionario.

Te sugerimos…

--

--