Los viajes de Antonia, la de Mir

En Antonia está el país que anhelamos. En su contra-vida; en lo que se aferra a su dignidad y a su bienestar o lo que es lo mismo: a su sobrina. Si alguien tiene respuestas para ese rompecabezas que es la justicia, si un aprendizaje nos puede salvar, es el de ella

Redacción Alma Mater
Revista Alma Mater
6 min readJan 21, 2024

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Antonia. Foto: David Estrada Rodríguez.

Por Claudia Rafaela Ortiz Alba

Antonia viaja dos veces a la semana de Mir (Holguín) a Las Tunas, o más, «cada vez que tiene algo para llevar». Rueda seis horas sobre el carahatas (un coche motor), tres de ida y tres de vuelta, con el objetivo de alcanzarle, hasta la terminal, una jaba de comida a su sobrina: huevos de guanaja, leche, vianda y harina recién hecha.

Pocholo y el carahatas

Antes viajaba en Pocholo (se le quedó ese nombre por las aventuras de Pocholo y su pandilla), un tren local. El motor era mejor (una locomotora) con cuatro o cinco coches y baño. El Ministerio de la Agricultura (Minag) rentó la máquina de Pocholo durante la zafra pasada, cosa común todos los años, pero este no regresó. Unos meses después restablecieron el servicio con el carahatas, más pequeño, pero menos consumidor.

Con los 300 litros de combustible que Pocholo viajaba a Las Tunas, el carahatas se encarga de ir tres veces. Tiene parada solo en los pueblitos oficiales, pero el camino está lleno de viviendas desperdigadas y la tripulación, como la del lechero, para cada cinco minutos y recoge a quien le saque la mano en los rieles. Demoran más, pero llegan todos. A eso Antonia le dice «tener conciencia de eto».

Foto: David Estrada Rodríguez.

El primer día que salió de servicio, una señora del Manguito se arrodilló al pie del andén y, con los brazos abiertos, gritó: «¡Gracias Señor!», para después subirse. Así lo cuenta el maquinista, risueño, con una semejanza histriónica al meme viral de Kaonashi (personaje de El viaje de Chihiro) que clama: «Dió mío y to eta bendicione».

Calixto, Omaja, Sabanazo, Padierni, El Manguito, Mir, Rioja, Uliser, Cupey, Saupieri, Maceo, Cristino, Cacocum… a todos esos lugares conecta el carahatas. Es casi un carro por líneas férreas. Tiene un motor de camión al que le dieron baja en una empresa y que, por «indicación», cedieron. Aquello pone marcha atrás y frena de aquí a allí, en un tramito.

La jaba

Las guanajas de Antonia ponen un huevo cada dos días y «son más sabrosos (que los de gallina), porque la yema es más grande». Ella los «ajunta» sobre una mesa, en un file de cartón, hasta que sean varios, y luego, los pone en la jaba acompañante. Así hace con dos o tres litros de leche que compra a 50 pesos cada uno, y con toda la vianda que le arranca a esa tierra seca y polvorosa.

«Si cocino algo sabroso pongo una cacharrita deso en la jaba también, como ayer… que hice una harina con carne dentro, o si es con leche, que le dicen masa morra».

Foto: David Estrada Rodríguez.

Su sobrina

Para Antonia su sobrina es la vida. Única hija de su hermana gemela Dulce, que murió hace unos años de cáncer de pulmón. «Tomaba mucho caballo blanco», una bebida para «darle al cuerpo calor», y eso ella cree que la mató.

La gemela de Antonia se fue a cumplir misión internacionalista desde Mir a La Siberia, los Urales de Rusia. Enfermó allá, y murió aquí. Pero a su sobrina, Antonia la crió de siempre, primero porque su mamá trabajaba mucho, luego porque falleció. Con 16 años la muchachita se casó y se fue a vivir a Las Tunas. Desde entonces, viaja para verla.

Es «la necesidad que tiene esa muchacha», dice, refiriéndose a su sobrina, lo que explica que Antonia, a esa edad, viaje tantas horas en tren, varias veces a la semana; «los niños, que son cuatro, y una vecina diabética que cuida, a la que le amputaron una pierna y vive sola, ella la quiere como a su mamá. Yo reparto para 15 casas (la comida), así que todos tocamos a poquitico» y señala, con sus manos, una distancia en centímetros, pequeña.

Antonia vive sola, aunque a ambos lados de su casa tienen la suya su hija y los sobrinos de otra hermana menor: Ana, quien era instructora de danza en una escuelita rural, pero también falleció, hace dos años, por un dengue complicado.

Mir de Antonia

Foto: David Estrada Rodríguez.

Cuando ni Pocholo ni el carahatas trabajaron, a Antonia le tocó irse por carretera a Las Tunas, como podía. Mir está a 10 kilómetros del asfalto y hasta allí solo llegan los riquimbilis: motos adaptadas con una carreta detrás. Por el recorrido en terraplén, «que está bien malo», cobran 150 pesos, «un abuso» (el pasaje completo en el carahatas es de 39 CUP).

Llegar por carretera desde Mir a Las Tunas es cosa de suerte, y regresar… solo está en las manos de Dios. El gasto es impredecible, lo mismo piden 300 que 1000 pesos.

Antonia de Cuba

«Moverse», para Antonia, es importante. Tanto que, con 74 años de arrugas sobre su cuerpo jorobado y diminuto, ella carga su jaba repleta, atravesando kilómetros de marabusal, con el propósito de un abrazo y comida para su sobrina. Para entender por qué lo hace, hay que estar dentro de Antonia, y ya.

Foto: David Estrada Rodríguez.

Solo quienes viven en Mir, o en cualquiera de los pueblitos a la orilla de rieles, carreteras, caminos reales, terraplenes, trillos que conducen a Roma, pero que no están en Roma, saben lo que significa en sus vidas poder «moverse». Las fronteras emulsionan. Desplazarte es un ultrasonido, un trámite de vivienda, enseres menos costosos, algo de alimento, coger el 12 grado, 60 kilómetros más allá.

En Antonia está el país que anhelamos. En su contra-vida; en lo que se aferra a su dignidad y a su bienestar o lo que es lo mismo: a su sobrina. Si alguien tiene respuestas para ese rompecabezas que es la justicia, si un aprendizaje nos puede salvar, es el de ella. Ella y todo lo que representa. Ella y su existencia subalterna; los sentidos que le da a su vida desde ahí.

Y esa sabiduría, imprescindible para «reordenar» y «estabilizar» una Isla que se resiste, únicamente se aprende allí, con ella. No desde algún otro suntuoso lugar.

Antonia la de Mir y Antonia también de Cuba, aunque a veces parezca que el país existe… solo en los destinos que marcan las flechas de las autopistas.

Foto: David Estrada Rodríguez.

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