SOCIEDAD

Maternidad durante la universidad: ¿de un desvelo a otro?

¿A qué desafíos y dificultades se enfrentan las muchachas que deciden ser madres mientras estudian una carrera universitaria? ¿Cuánto influye el apoyo familiar y del claustro en la culminación exitosa de sus estudios? Alma Mater se acerca al tema desde diversos testimonios.

Redacción Alma Mater
Revista Alma Mater

--

Diseño de portada: Frank Sera

Por Liudmila Peña Herrera

El sonido de la notificación del WhatsApp la despierta de su ensueño. Casi sin moverse del sofá, mira la pantalla del teléfono con desgana: «Este finde pa’ la playa con el grupete!!!!!» El anuncio de su mejor amiga de la facultad le llega cargado de emoticonos 😎🌊🏄‍♀️⛱️🍻 que prometen diversión.

No tengo ganas, responde y aprieta el botón para apagar la pantalla, pero deja los datos conectados. Enseguida le llega un mensaje de vuelta: «¿Estás loca? Es el cumple de Brayan, todo el mundo va a estar ahí».

Ana Karla no tiene ánimos para seguir con la conversación, siente que todo le da vueltas, la boca del estómago es una manada de caballos enloquecidos y ella no sabe bien qué va a decidir. Quiere, está segura de que ella sí lo quiere, ha soñado con eso siempre, pero no lo había planeado para ahora, en plena universidad. Tiene tantas preguntas sin respuestas: ¿Cuántas como ella estarán ahora mismo en medio de este conflicto? ¿Por qué no se detuvo (y no lo detuvo) a tiempo? ¿Por qué será tan difícil conseguir una simple caja de condones a un precio razonable a la hora que haga falta?

El test con las dos líneas ineludibles — que se ha repetido ya tres veces en diez días — la pone en un estado entre la duda, la tristeza y la emoción. Son sensaciones completamente opuestas que la sumen en el desconcierto.

Tiene miedo de volver a interrumpirse otro embarazo, pero también de todo lo que vendrá si continúa con él: el fin de las salidas por la noche, el adiós a la despreocupación y la posibilidad de que el muchacho que hoy le pide enamoradísimo que, por favor, no se interrumpa el embarazo, se desencante después de la responsabilidad y hasta de su cuerpo cambiado. ¿Y su sueño de ser socióloga? ¿Echa a la basura tanto estudio? ¿Y con qué dinero lo van a mantener? ¿No será mejor interrumpir el embarazo como aconseja su familia?

Ana Karla quisiera encontrar otras historias de muchachas que, como ella, descubrieron su embarazo durante la etapa universitaria y decidieron continuar con él. Ha encontrado muchos tips y consejos en Google, pero necesita algo mucho más cercano, anécdotas, experiencias, y hasta errores de mujeres cubanas, de carne y hueso, como ella.

Diana estudia Licenciatura en Lenguas Extranjeras en la Universidad de Holguín y tiene una bebé de diez meses. Quedó embarazada con 18 años. En ese momento, una hija no estaba entre sus planes.

«Cuando me di cuenta, ya era demasiado tarde. No voy a negar que lo primero que quise fue interrumpirlo, aunque tuviera que arriesgar mi vida en un salón — confiesa — . Yo sabía que un bebé iba a limitar mi vida y no estaba dispuesta a dejar de salir, a noches de desvelo, a entregar todo mi tiempo a un ser completamente dependiente, a que luego de parir mi cuerpo no fuera el mismo (que no lo es). Pensé que, si un día me divorciaba y luego quería rehacer mi vida, no iba a ser fácil por el hecho de tener una hija.

«El mayor de mis miedos era parir y que le pasara algo a la niña, a que se me muriera, como había sucedido cincuenta años atrás con una bebé de la familia. Yo lloraba tanto por miedo a que la historia se repitiera conmigo. Todo eso ligado en mi cabeza era difícil. Y me decía: “no puedo tenerlo, no quiero”».

Diana se vio expuesta a «miles de comentarios de amistades, vecinos y hasta profesores». Los escuchaba sin inmutarse, porque «no quería entrar en discordia», aunque muchas veces se preguntó si a aquellas personas les importaba en realidad lo que ella sentía y quería.

Cuenta la holguinera que, cuando nació su hija, sus miedos fueron desapareciendo. En la actualidad continúa con sus estudios, aunque asegura que no es nada fácil:

«Cuando estoy en la escuela, trato de aprovechar el tiempo al máximo, pues en la casa debo esperar a que mi bebé se duerma para estudiar. Es complicado porque a veces tengo muchos trabajos y solo unas horas para hacerlos, todo se me junta. Trato de cumplir con la escuela, no puedo vivir refugiándome en que tengo una bebé. Debo prepararme y no puedo hacerlo tan bien como quisiera porque el tiempo no me alcanza. Es difícil estudiar y ser madre. Lo voy logrando gracias a mi familia, que cuida de la niña. Sin mi mamá, mi papá y mi hermana, no hubiese podido salir a flote con todo a la par».

La joven agradece a sus profes y a sus compañeros por el apoyo que le han brindado. «Solo una vez — recuerda — un profesor me dijo que nadie me había mandado a parir tan joven, porque no pude entregarle un seminario. Eso sí me dolió bastante, pero lo dejé pasar».

«Hoy mi vida es diferente, pero feliz — reconoce Diana — . A veces pienso que, si no hubiera seguido con el embarazo, me hubiese perdido este amor tan bello. Va siendo bien difícil, pero no es imposible».

La madre de Diana tenía dos años más que ella cuando descubrió el embarazo de su primer hijo. Estudiaba Ingeniería Forestal, a más de 900 kilómetros de su casa, en la Universidad Hermanos Saíz, de Pinar del Río. Era agosto de 1989.

«Me enteré que estaba embarazada en el concentrado militar del cuarto año de la carrera — escribe Ana María vía Messenger, mientras vigila con el rabillo del ojo a la bebé de Diana, que juega a su alrededor — . Nunca supe lo que era un mal embarazo. En la universidad fueron maravillosos: me daban alimentación doble, teníamos médico dentro de la beca, me trasladaron para un cuarto en la primera planta y los especialistas me atendían en un consultorio cercano».

Con la barriga «casi a la altura del cuello», comenzó su quinto año. La investigación para la tesis debió realizarla en la Ciénaga de Zapata.

«Casi a las treinta y ocho semanas, gracias a la gestión de un amigo piloto y con un papel del obstetra, logré subir a un avión Habana-Holguín. Parí a mi hijo en mi provincia y a los 45 días volví a terminar la tesis y graduarme — recuerda Ana María — . Regresé a mi casa cuando mi bebé tenía ya tres meses.

«Lo más triste era saber que mi pequeño estaba en casa con intolerancia a la leche, con vómitos y diarreas, mientras veía cómo se me botaba la mía de los pechos. Lloraba encerrada en el baño de la beca, cada vez que tenía que lavar la ropa embarrada de leche. Válgame esa madre coraje que Dios me dio, para que yo culminara la Universidad. Por eso hoy hago lo mismo con mi hija».

Han pasado más de tres décadas de aquellas vivencias, pero Ana María no puede olvidar la imprescindible ayuda de su tutora, la ingeniera Martha Bonilla. «Los profesores son muy importantes en esos casos. Para las estudiantes embarazadas es vital tener una red de apoyo, si no, es demasiado difícil».

«Mi idea inicial era interrumpir el embarazo — confiesa Alejandra — . Le comenté a una amiga y me dijo: “no pierdas tiempo”. Después decidí que no quería arriesgarme a un procedimiento invasivo que, si salía mal, me podía frustrar la maternidad en el futuro. Siempre quise ser madre: no iba a dejar que nada me echara a perder ese sueño. Así que fue por puro miedo a no poder más adelante que decidí tenerlo».

Era septiembre de 2006, acababa de iniciar el quinto año de Periodismo. Alejandra estudiaba en la Universidad de La Habana y estaba becada, pues procedía de la provincia de Matanzas.

«Le dije a mi mamá que sospechaba estar embarazada y que, si se confirmaba, lo quería tener. Le prometí que eso no iba a impedirme terminar la carrera — recuerda la muchacha, que hoy tiene dos hijos — . Unos días después, me hice el ultrasonido y lo confirmamos. Mi mamá siempre fue incondicional conmigo. El papá del niño y yo no estábamos en la mejor de las relaciones, seguimos juntos por el embarazo, pero poco después de nacer el bebé, aquello no daba más y nos separamos. Éramos mi mamá y yo solas: ella siempre me apoyó».

El primer trimestre fue extremadamente difícil, entre náuseas y vómitos, que no la dejaban salir de la cama. Tenía sangrado y amenaza de aborto. Alejandra perdió un mes de clases. Cuenta que, para que la dejaran regresar a la universidad, debió pedirles a los profesores que le firmaran una carta diciendo que estaban de acuerdo con su incorporación, a esas alturas del curso.

«En la beca tampoco me permitían estar por el embarazo. Llevé una carta de mi doctora del consultorio diciendo que yo estaba en condiciones de becarme y fue así como accedieron. Entonces me pusieron en el piso más bajo, que era el cuarto, para que no subiera tantas escaleras, si había un fallo eléctrico o rotura del ascensor. Y me facilitaban doble el plato fuerte, me dejaban la leche del desayuno aparte, sin añadirle café».

Así logró terminar la parte curricular del quinto año, que cerró en diciembre, según recuerda. Luego vendría un reto tan grande como el que había enfrentado hasta ese momento: la investigación para la tesis y su defensa.

«Tenía fecha de parto para mayo y las defensas eran entre junio y julio. Sabía que no iba a estar en condiciones de enfrentarme a eso con un recién nacido, así que desde enero me fui para mi casa a hacer mi embarazo con calma. Pensaba defender en diciembre, pero no fue posible. Ni ese año, ni al siguiente, sino en junio de 2009. Fue duro porque no tenía un salario, ni una licencia de maternidad. Tuve que trabajar para mantenernos al niño y a mí con la ayuda imprescindible de mi mamá. Sin ella no hubiera podido lograrlo. «Empecé a trabajar cuando el bebé tenía seis meses. A esa edad, tuve que dejarlo en una guardería particular que me cobraba casi todo mi salario del mes. Algunos me cuestionaron, incluso personas de la familia. Una amiga me consiguió el empleo y también me metió en su negocio de venta de ropa, porque el salario se me iba en pagar la guardería».

Cuando llegó el momento de escribir la tesis, los tiempos de Alejandra parecían superponerse. «Aquello fue un drama — dice y sonríe, con su hijo más pequeño entre los brazos — . Yo trabajaba en la Universidad de Matanzas de día; de noche, salía a vender con mi amiga; y, cuando el bebé se dormía, encendía la PC y me ponía a redactar. De once de la noche a una de la madrugada adelantaba la tesis y al otro día estaba de pie a las seis de la mañana para irme al trabajo. Fue desgastante».

Karen se autorreconoce como una mujer fuerte, y ese espíritu le ha ayudado a superar los retos que ha encontrado en su camino. El embarazo de su primera hija, por ejemplo, la sorprendió en 2009, protagonizando una novela en Radio Angulo y cursando el segundo año de la especialidad de Dirección de cine, radio y televisión, en la filial del Instituto Superior de Arte en Holguín (hoy filial de la Universidad de las Artes)

«Los máximos responsables de que los estudiantes no abandonen sus estudios son los profesores — opina la holguinera — . Ellos deben ayudar y proponer soluciones para que quienes quieren continuar no pierdan el año».

Su experiencia le dice que es posible, pues contó con el apoyo del profesor Humberto Gonzáles Carro, decano de la facultad en aquel entonces:

«Él me sugirió que no pidiera licencia, y no perdí el año. Me hacían llegar los trabajos, los hacía en la casa y los mandaba. Así logré evaluarme. Y en el tercer año, recién parida, hice mi documental y terminé con cinco puntos».

«Yo no tuve ayuda de mi mamá. Me cuidó mi esposo, y nos compartimos las tareas desde ese entonces. Desde que salí embarazada, me di cuenta de que había que tirar pa’lante. La vida se le hace difícil a quien se deja vencer. Cuando parí, estudiaba y trabajaba. Aunque mi hija era una bebé aún, quería demostrarle que mamá, aunque ‘reventá’ del cansancio, estaba ahí para ella. Si fue difícil, no me acuerdo. Volvería a pasar por la misma experiencia sin pensarlo dos veces».

Foto: Elio Mirand/ Archivo

«Tuve a mi primera hija a la misma edad que mi madre, algo así como la historia en la cual la serpiente se muerde la cola — dice Laura del otro lado del chat y envía un sticker haciendo un guiño — . Ambas hicimos el cuarto año de nuestras carreras embarazadas y el quinto, recién paridas. En aquella época, mi pareja y yo éramos estudiantes».

Laura tenía por delante una tesis de Periodismo que terminar, para poder graduarse de la Universidad de Holguín, y las opiniones en contra de su decisión de ser madre sin haber finalizado su carrera no se hicieron esperar.

«Decían lo de siempre: son muy jóvenes, aún hay tiempo, por qué no esperan más para ser padres… Entre los docentes, hubo quienes comentaron que era imposible graduarse con un bebé. Sin embargo, fui Título de Oro y tuve un índice de 5,03. En cambio, la familia y amigos fueron muy generosos y tuvimos mucho apoyo hasta de personas poco conocidas».

Claro que nada fue fácil para Laura y su compañero, pues además del reto de combinar crianza y estudio, ellos, junto a su familia, debían compartir las labores del hogar y encontrar soluciones prácticas para las necesidades básicas del día a día.

Cuenta Laura que «fue muy duro porque la niña era alérgica a la proteína de la leche. Los abuelos y abuelas fueron indispensables en el apoyo, sobre todo económico, pero la verdadera dimensión del reto la calculo ahora. No es imposible ser padres y estudiantes, pero sí muy difícil».

Ella, que fue madre por segunda ocasión luego de varios años de graduada, con la madurez y su experiencia de una década como periodista, considera que «falta mucho todavía, dentro de las instituciones de educación superior, para entender la maternidad como un proceso que no tiene por qué coartar la formación académica. A veces siento que las madres somos un poco castigadas, que se nos exige más. No se trata de usar la maternidad como pretexto para evadir responsabilidades, pero debería existir la conciliación entre estudiante y universidad, o la tolerancia para entender las necesidades de la madre, buscar equilibrios y reajustar planes de estudio. Ojalá llegue ese día».

  • Los nombres de las entrevistadas fueron cambiados a solicitud de ellas.

Te sugerimos…

--

--