Rusia y Ucrania: puntos para entender el escenario actual

Las claves para entender la operación militar rusa en Kiev pudieran encontrarse en una serie de sucesos fraguados durante la última década, bajo la sombra de los vestigios de la Guerra Fría.

Redacción Alma Mater
Revista Alma Mater
11 min readMar 18, 2022

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Imagen tomada del sitio de noticias del Tecnológico de Monterrey.

Por Haroldo M. Luis Castro

Desde hace más de tres semanas, muchos asistimos como espectadores a un escenario catalizado tras un año de continuas y agravadas tensiones entre Rusia y Ucrania.

El mundo observa —quizás con excesiva inocencia — a las más recientes víctimas de un entramado político global atroz. Mientras el presidente ruso Vladimir Putin ha anunciado una operación armada especial para una desmilitarización y desnazificación del territorio ucraniano; desde Kiev intentan resistir la ofensiva y esperan por la “benevolencia” y el poderío armamentístico de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Hasta la fecha, las negociaciones para ponerle fin al ataque se mueven a un ritmo mucho más lento de lo esperado, el número de desplazados supera el millón, la cifra de muertos entre civiles y militares —aunque imprecisa— se cuenta en miles y las economías del mundo ya sufren las consecuencias de las sanciones en el sector energético y de bienes y servicios.

Por más que intentemos simplificarla, en esta historia no encontraremos buenos o malos. Pero, si aun así, insisten en hallar responsables, de manera irremediable habrá que apuntar a Occidente — con Estados Unidos (EE.UU) a la cabeza — por fomentar en Ucrania un gobierno rusófobo de extrema derecha y jugar sin pudor alguno con la estabilidad política de la región.

Asimismo, habrá que señalar desde Ucrania la escalada violenta contra la población de Donestk y Luganks, la persecución a los grupos opositores y el coqueteo, sin tapujos, con la OTAN; así como la posibilidad de contar con armas nucleares. Y, por supuesto, habrá que recriminar desde Rusia la incapacidad para estar a la altura de las circunstancias, la apuesta desmedida por el uso de la fuerza y los ademanes imperiales en pos de la salvaguarda de la soberanía.

Este conflicto se antoja el resultado de una serie de sucesos fraguados durante la última década, bajo la sombra de los vestigios de la Guerra Fría. Se trata de un relato complejo, con demasiados puntos ciegos e innumerables interpretaciones. Pese a ello, intentaremos identificar y analizar los acontecimientos que hicieron de un fenómeno sociopolítico esta bomba de relojería.

Antes de comenzar, conviene comprender los lazos de la estrecha, pero a la vez independiente e intensa relación bilateral que existe entre estos territorios. Ucrania es un país ubicado al este de Europa, con una división histórica trazada por el predominio de diferentes lenguas: el ucraniano, al noroeste; y el ruso, al sudeste.

Una segmentación que ocurre a partir de las relaciones económicas y sociales mantenidas con Rusia por siglos, pues Ucrania formó parte del Imperio Ruso y, después, de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Si bien en periodos específicos la región occidental estuvo bajo el control del Imperio Austro-Húngaro y de Polonia.

En los primeros años de la Unión Soviética, sobre todo con Vladimir I. Lenin en el gobierno, se abogó por la inclusión de las etnias no rusas dentro del estado soviético. Una estrategia multicultural que permitió el estudio y publicación de obras en lengua ucraniana. Sin embargo, con la llegada de Iósif Stalin al poder se inició una política de «rusificación» forzosa, con la cual se persiguió y condenó toda manifestación de nacionalismo.

Para el mandato de Mijaíl Gorbachov se facilitó la creación de espacios para que las distintas naciones de la URSS defendieran sus intereses particulares. Eso fortaleció las tendencias separatistas y se considera una de las causas principales de la caída del Campo Socialista. Desde entonces, hubo fricciones, algunas evidentes y otras solapadas por rápidas maniobras diplomáticas, pero que apuntaban a la formación de un caldo de cultivo peligroso.

El Euromaidán

El principio del camino para explicar la confrontación ruso-ucraniana pudiera encontrase en el Euromaidán, un proceso de manifestaciones — violentas en su mayoría — contra el gobierno de Viktor Yanukovych, considerado por los grandes medios de Occidente el evento más importante de la historia moderna de Ucrania por la influencia que tuvo en la conciencia colectiva. La también llamada «Revolución de la Dignidad» se desencadenó ante la decisión de frenar y rechazar el acuerdo sobre la asociación y libre comercio con la Unión Europea (UE).

Pero, para entender el impacto de esta postura, debemos ir un poco más atrás, a la presidencia de Víktor Yúschenko. Durante su estadía en el Palacio Mariyinski, la política exterior ucraniana se trazó el objetivo de mantener y ampliar los nexos con Europa y Estados Unidos.

Sin embargo, los países de la UE respondieron con cierta cautela ante los escándalos de corrupción y vacío de poder que sucedieron a la Revolución Naranja. Además, las derrotas del partido gobernante en las elecciones parlamentarias de 2006 mostraron cuán fallida estaba la agenda política de aquel ejecutivo.

De cualquier forma, a la UE siempre le interesó atraer a las naciones postsoviéticas sin que ello afectara, al menos en un primer momento, las relaciones con Rusia. Por eso, a petición de Polonia y Suecia, se creó la Asociación Oriental, una manera inteligente de estrechar lazos con Ucrania, Moldavia, Bielorrusia, Georgia, Armenia y Azerbaiyán sin garantizar membresía inmediata y permanente en el bloque europeo. No obstante, muchas de estas naciones aspiraban a formar parte de la entidad regional y Yúschenko hizo cuanto pudo para lograrlo.

Con la victoria de Yanukovich en los comicios presidenciales de febrero de 2010 cambió el panorama. El líder del Partido de las Regiones se negó a aceptar las condiciones que impuso el Fondo Monetario Internacional para pertenecer a la UE y, en cambio, priorizó la firma del acuerdo económico, comercial y energético con Moscú para facilitar su entrada a la Unión Económica Euorasiática. La marcada postura prorusa del mandatario ucraniano molestó, no solo a Francia, Gran Bretaña o Alemania, sino también a un sector importante de su población.

Se creó, entonces, una grave tensión que, exacerbada desde el exterior, el 21 de noviembre de 2013 explotó con la movilización frente al Maidán Nezalézhnosti (Plaza de la Independencia de Kiev) de quienes apoyaban el vínculo con la UE. Los constantes enfrentamientos entre partidarios y detractores y la violencia de las manifestaciones llevó a que el 22 de enero de 2014 La Rada Suprema (parlamento ucraniano) apartara del cargo a Yanukovych y declarara la vuelta a la Constitución de 2004, que convertía a Ucrania en una república parlamentaria.

Considerado por unos un ejemplo genuino de democracia y por otros un Golpe de Estado blando promovido por Occidente, el Euromaidán polarizó como nunca antes al pueblo. Según reflejó en 2018 la Master en Sociología por la Universitá de Barcelona, Hanna Kulyk, en su texto Euromaidán y la Crisis Política de Ucrania: Antecedentes y Perspectivas, una encuesta realizada entre el 9 y el 20 de noviembre de 2013 por el Instituto Internacional de Sociología de Kiev señaló que «el 54% de la población ucraniana estaba a favor de unirse a la UE y un 46% en contra. En la pregunta cerrada, donde las personas podían elegir solo una opción entre UE y Unión Aduanera con Rusia, Bielorrusia y Kazajistán, la opinión estaba dividida casi por igual: un 51% vs. Un 49%».

Asimismo, en dicho ensayo, Kulyk da cuenta de otro estudio elaborado en enero de 2014 por el Instituto de Tecnologías Sociales «Sociopolis» en el que «el 37.7% de los encuestados creía que Ucrania debía unirse a la UE y el 28.9% de los encuestados preferían la entrada a la Unión Aduanera»:

La crisis dio al traste con la instauración de un gobierno de facto encabezado por Oleksander Turchinov que nunca contó ni con la autoridad ni con la facultad necesaria para lograr la pacificación nacional. Por el contrario, endureció su postura contra Yanukovich y sus seguidores y marcó a Rusia como un enemigo potencial que incitaba a la secesión.

Crimea

Luego del Euromaidán, Turchinov, además de llamar a elecciones anticipadas, disolvió el Tribunal Constitucional y revocó la ley que amparaba el uso del ruso como lengua oficial en Crimea y otras regiones de Ucrania.

A partir de ahí, el gobierno respaldó o, cuanto menos, toleró una creciente línea nacionalista. La conformación de un nuevo ejército, conocido como Guardia Nacional, demostró la parcialidad de Kiev al permitir la incorporación de jóvenes con marcada tendencia neofascista y de miembros del Pravyi Sektor, un grupo de ultraderecha con milicia paramilitar propia.

La rusofobia en ascenso y el revisionismo histórico demonizó el periodo soviético y generó miedo e inseguridad en las minorías nacionales de lengua rusa y húngara. Un odio que quedó en evidencia en la masacre de Odesa, cuando un grupo de nacionalistas quemaron vivas a 48 personas e hirieron a otras 250.

Es en ese contexto que la República Autónoma de Crimea, con una amplia población rusófona nativa, abogó por su separación. En el siglo XVIII Crimea formó parte del Imperio otomano y así permaneció hasta que Catalina La Grande se hizo con el control de la península. En 1954 Nikita Khrushchev trasfirió el territorio a la República Socialista Soviética de Ucrania, un reparto que se mantuvo en 1991.

Con la resolución de la independencia de Crimea, aprobada por 78 de los 100 diputados del parlamento, el 16 de marzo de 2014 se efectuó el referéndum que consultó sobre el ingreso del territorio a la Federación de Rusia o el retorno a la Constitución de 1992. Con más del 95% de aprobación, venció la alternativa de la anexión. El 18 de marzo se firmaron los acuerdos quedando Crimea como una república bajo soberanía rusa y la ciudad de Sebastopol con consideración y estatus de ciudad federal.

Ni la Organización de Naciones Unidas (ONU) ni la UE reconocieron el proceso y, en sentido general, asumieron una narrativa que resumía todo a una venganza rusa ante la destitución de Yanukovych. Incluso, afirmaron que las unidades de autodefensas impulsada por el Gobierno autónomo contaban con soldados y agentes de inteligencia encubiertos al servicio de Putin.

Sin descartar ninguna versión de los hechos, resulta innegable que Rusia logró el control del Mar Negro y una vía rápida de acceso al Mediterráneo, además de una importante reserva de petróleo y gas.

Donbass

Lo ocurrido en Crimea liberó un efecto dominó en el Donbass, región ubicada en la zona oeste de Ucrania con una posición estratégica por su salida al Mar Negro y enorme importancia para la producción de acero y carbón. Si bien a raíz del boom minero del siglo XX también cuenta con una amplia población rusófona nativa, los grupos separatistas o afines al Kremlin jamás cobraron relevancia.

Pero con la política discriminatoria del gobierno de Kiev, los ciudadanos de etnia rusa vieron afectados sus derechos y en abril de 2014 autoproclamaron las unidades administrativas de Donestk y Lugansk repúblicas populares independientes. Como consecuencia, se desató una lucha armada entre los rebeldes y el ejército ucraniano que hasta el inicio de la operación militar rusa había cobrado unas 14 mil vidas.

En los ocho años que ha durado el enfrentamiento, la OTAN ha culpado a Rusia de financiar, armar y nutrir las filas de los insurgentes. Una acusación por probar que Putin ha rechazado. En tanto, el argumento patriótico-nacionalista para justificar la anexión de Crimea y mostrar solidaridad con las víctimas de la discriminación y la xenofobia en el Donbass le sirvió para aumentar el respaldo popular, afianzarse en el gobierno y fortalecer la imagen de su país en la región.

Acuerdos de Minsk

En mayo de 2014 el empresario Petro Poroshenko venció por amplio margen en las elecciones presidenciales de Ucrania con el discurso del fin del conflicto en el Donbass como una de sus principales armas. En septiembre de ese mismo año, Rusia y Ucrania firmaron en la ciudad de Minsk, capital de Bielorrusia, bajo el auspicio de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OCSE), un documento que marcaba la hoja de ruta para poner fin a los enfrentamientos en Donestk y Lugansk y normalizar su estatus. Aun así, el acuerdo fracasó mucho antes de lo esperado por violaciones de ambas partes.

Para febrero de 2015, rusos y ucranianos volvieron a la mesa de negociaciones con la supervisión de Francia y Alemania. Del diálogo, conocido como Acuerdos de Minsk II, nació un nuevo texto que firmaron representantes de Rusia y Ucrania, líderes separatistas y la OCSE.

Respaldado casi al instante por una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, entre las condiciones del pacto se encontraban el cese al fuego inmediato — punto que nunca se cumplió a cabalidad — , la retirada del armamento pesado de la primera línea, el restablecimiento de los vínculos económicos y sociales entre las partes y la realización de una reforma constitucional en Ucrania para otorgar cierta autonomía a las áreas en disputa.

Sin embargo, debido a los tecnicismos y lagunas de un documento realizado con premura o a los intereses políticos particulares, Minsk II fue interpretado de manera muy diferente. Mientras Porochenko vio la oportunidad de unir a Ucrania y acabar con la crisis, Putin creyó que lograría el reconocimiento de la soberanía de Lugansk y Donestk.

Acercamiento de Ucrania a Estados Unidos y la OTAN

Tras el Euromaidán los gobiernos que sobrevinieron en Ucrania contaron con el beneplácito de Estados Unidos. A fin de cuentas, se antojaba mucho más provechoso impulsar un país dirigido por fuerzas ultranacionalistas de extrema derecha que, por lo general, resultan poco fiables e inestables, a tener que bregar con un ejecutivo alineado a Moscú. Visto lo visto, el cuadro sociopolítico de Kiev le ha servido a Occidente para avanzar en su objetivo geoestratégico de aislar territorial y militarmente a Rusia

Y no solo se trata de la postura inerte de Washington ante la continua violación de los derechos humanos en el Donbass y la proliferación de una alarmante tendencia neofascista en un estado, con enormes pretensiones de pertenecer a la alianza atlántica. Ni siquiera de los continuos paquetes de sanciones económicas impuestas al Kremlin encaminadas a afectar sectores claves de su economía, en vez de solucionar las tensiones diplomáticas.

Hasta el menos entendido podía intuir que el avance vertiginoso e intencionado de la OTAN hacia el Este desencadenaría tarde o temprano una reacción irreversible. Lo que surgiera bajo la lógica de la Guerra Fría, se muestra hoy como el brazo armado de los intereses de EE.UU en Europa y exhibe el peligroso antecedente de haber violado, en más de una ocasión, sus principios estrictamente defensivos.

Durante la administración de Barack Obama (2009–2017) EE.UU y la OTAN aumentaron la presencia de soldados en Polonia, Lituania, Letonia y Estonia y también se incrementaron los despliegues navales en el Mar Mediterráneo y el Mar Negro. En febrero de 2019 Ucrania modificó su Constitución para afianzar el rumbo de la integración al bloque militar.

A partir de abril de 2021 comenzó a apreciarse un lenta pero constante escalada en la línea de contacto del Donbass y para noviembre los grandes medios hablaban de una inminente invasión rusa. En medio de las tensiones, Putin solicitó a la Alianza frenar su expansión y el acercamiento con Ucrania por afectar la seguridad nacional de Rusia y anular el concepto de Agresión Mutua Asegurada. A la respuesta negativa de la Casa Blanca se le sumó la declaración del secretario general de la OTAN; Jens Stolberg, en la que garantizó mayor presencia armada en las fronteras rusas.

Esta sucesión de acontecimientos marcó básicamente el enfrentamiento actual. Para muchos se trata de la trama establecida por Putin para justificar sus acciones y para otros forma parte de la estrategia empleada por Occidente para incitar el ataque.

Aun cuando examinar un conflicto en su etapa bélica trae consigo el riesgo de caer en las más variadas interpretaciones, si algo queda claro es que el resultado del conflicto actual cambiará para siempre el tablero geopolítico.

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