ENTREVISTA

Ruy Adrián López-Nussa o la vida a ritmo de Jazz

A sus padres agradece haber crecido con la disciplina necesaria para formarse como músico, sin perder la oportunidad de jugar y de interactuar. Sus habilidades en dos instrumentos le permiten desdoblarse de la batería y componer al piano.

Redacción Alma Mater
Revista Alma Mater

--

Foto: Eduardo Rodríguez.

Por Yoandry Avila Guerra

Recientemente, Ruy Adrián López-Nussa ha acaparado titulares mediáticos al convertirse en el ganador de la cuarta edición del concurso para compositores de Jazz «Tete Montoliu». A través de una transmisión en vivo, desde su hogar en La Habana, el joven músico siguió la ceremonia en la cual una banda española tocaba las obras finalistas, y se sorprendió mucho cuando conoció los resultados de las deliberaciones del jurado.

A Lyle, su pieza homenaje al músico estadounidense Lyle Mays, se llevaba el primer lugar del evento convocado por la Sociedad General de Artistas y Escritores de España.

El pianista y baterista considera que este constituye un paso definitorio en su carrera como compositor. Asimismo, un impulso para cimentar su confianza en la creación de piezas musicales. En sus palabras, significa la seguridad para trascender su cuarto y piano como zona de composición segura, y que el público conozca también esa otra faceta suya.

La obra ganadora nació en el año 2020, cuando Ruy Adrián conoció de la muerte del músico que le provoca gran admiración: «Estaba acostado en mi cama, y enseguida recordé un chorinho de Lyle dedicado a Alberto Gismondi, un grande de la música brasileña. Un chorinho es un género musical brasilero bello, que te lleva a flotar. Me vino a la mente esa canción y también una melodía que no me dejó dormir en toda la noche. Tuve que ir al piano, escribirla y desarrollarla. Así surgió A Lyle, desde la perspectiva de un cubano que trataba de hacer música brasileña».

Inicios de 2021 trajo para el instrumentista otro gran regalo, esta vez en la forma de su primer material: el CD/DVD Dos lenguajes, bajo el sello Bis Music. Era algo que se cocinaba — confiesa — desde hacía mucho tiempo en su cabeza; y que recibió el impulso final de amigos y familiares quienes le fueron «metiendo el bichito en el cuerpo» para que registrara sus obras en un fonograma compilatorio.

Finalmente, la producción del material recayó en Enrique Carballea y Mayra María García; mientras, a cargo de la producción musical estuvo su hermano, el reconocido intérprete Harold López-Nussa.

«Dos lenguajes es un compendio de todo lo que me gusta. Estudié piano y percusión, por eso el nombre. Es mi lenguaje del piano y mi lenguaje de la batería que se convierten en uno solo. También recoge un grupo de duetos, y entonces es, de igual manera, el lenguaje del invitado y el mío».

Y si no fueran suficientes confluencias en un mismo idioma creativo, el material también sirve de homenaje a la herencia familiar de los López-Nussa, a la que tributan sangre cubana y francesa.

William Roblejo, Aldo López-Gavilán, Daymé Arocena, Ruly Herrera, Mayquel González, Elmer Ferrer y su hermano y tío, Harold y Ernán López-Nussa, respectivamente, lo acompañan en esta aventura de cófrades del Jazz llevada a álbum.

Entre los temas que comparten en el fonograma se encuentran La yuca funk, a cuatro manos con William Roblejo, obra en la que ambos jóvenes reinterpretan al género disco, desde su manera de entender los sonidos que lo caracterizan; y Guajira, junto a Daymé Arocena, que para Ruy Adrián es una pieza minimalista donde se funden voz y batería — sin letra — , y él logra sacarle al instrumento puro ritmo, armónicos y melodías.

«Grabar Dos lenguajes fue muy agotador. Adoro la sonoridad en vivo. Quería salirme del estudio que es un poco más frío, más seco, hablando en todos los sentidos no solo de la acústica. Quería que se sintiera en vivo, por eso se grabó en el Teatro Martí, en un solo día, de 8:30 de la mañana a 12 de la noche. Sin público, pero corrido, para que no se perdiera esa energía de hacer las cosas en el momento».

¿Qué retos impone producir en Cuba un álbum de este tipo?

«Realizar cualquier producción en Cuba siempre tiene su complejidad. No solo en cuestiones técnicas, aunque hoy día hemos avanzado muchísimo en ese aspecto.

«Un ejemplo sucedido con el disco, es el del tema junto a Elmer Ferrer. No quería dejar de ponerlo, pues desde que pensé en Dos lenguajes, iba. Al final no pudimos hacerlo pues Elmer está en Canadá y yo aquí en La Habana. No había economía para traerlo a grabar. Se podía hacer en la distancia, pero, desde el punto de vista técnico, llevaba mucha indumentaria complicada; además de conexión a internet. Por esa razón no pudo estar en el DVD. Entonces dejé el tema en el CD, como Bonus Track, y lo hice con banda. Le di otra vuelta. No quería prescindir de mi gran ídolo guitarrista».

La grabación de un disco musical en la Isla — refiere Ruy Adrián — no está exenta de complicaciones de estudio también presentes en el primerísimo mundo, como que el programa usado no responda, que el sonido no salga por alguna razón, o que los músicos tengan alguna eventualidad. Sin embargo, fronteras adentro hay peculiaridades a la hora de presionar la tecla de “record”: que se vaya la corriente cuando todo esté listo para iniciar o que se fastidie el cable de algún equipo y no aparezca un sustituyo ipso facto.

«Realizar el disco para mí fue súper emocionante. Dejé la producción musical en las manos de Harold porque nos conocemos de solo mirarnos, porque es mi mano derecha y mi izquierda. Tenía un equipo de primera con las mejores ganas de crear y de trabajar. Todo fluyó».

Ruy Adrián y Harold López-Nussa. Foto: Gabriel Guerra Bianchini.

¿Por qué el Jazz como línea musical expresiva en la carrera de Ruy Adrián?

«Es mi manera de expresarme, es libertad e improvisación. Adoro sentarme en la batería y crear en el momento, que salga todo natural. Claro, hay que estudiar, ensayar y aprenderse los temas. Pero esa es la base del Jazz: un tema, desarrollo e improvisación. De hecho, a los ensayos les tengo mis respetos. No me gusta excederme en ellos o en los estudios porque, desde mi manera de ver la música, lo vicio. El Jazz es la vía para mostrar todo lo que tengo adentro, soy así en la música; no obstante, como buen virgo, no soy igual en la vida cotidiana».

¿Podríamos decir que el Jazz tiene público en la Isla?

«Sí, y con grandes exigencias. Uno de los lugares donde más nervioso me pongo al tocar es aquí, en mi país, con mi público, porque sé que son conocedores. A lo mejor es la minoría, pero es como en el mundo entero…

«Hoy día la música sencilla es la que mueve las grandes masas. Cuando digo música sencilla no estoy menospreciando, sino porque es aquella que tiene lo que necesita alguien para bailar».

¿Cuál, a su consideración, es la cara del Jazz cubano actual?

«Es la de una generación joven que se impone, que viene con fuerza y con conocimientos. Los jóvenes, dentro de los cuales me incluyo — risas — , vienen arrasando como diría Van Van, y con un nivel impresionante».

***

Cuando interrogan al joven músico acerca de si venir al mundo en la familia López-Nussa condicionó su camino musical, responde que tal vez de haber nacido en otra familia no se hubiese convertido en músico; o tal vez sí, pues es categórico cuando afirma que, a su madre, Mayra Torres, debe su carrera y ella no es López-Nussa. Su madre, quien le impulsó con su perseverancia, apoyo y paciencia. «Infelizmente, no la tengo en cuerpo, pero sí en alma y corazón…».

Crecer en un ambiente artístico estuvo matizado por influencias. En el día a día del niño Ruy Adrián confluían los acordes y melodías al piano de aquel Bill Evans que escuchaba su abuela; así como la música de su tío Ernán con los grupos Afrocuba y Cuarto Espacio, y de su papá Ruy junto a músicos de la talla de Santiago Feliú, Pedro Luis Ferrer y Roberto Fonseca.

¿Cómo ser miembro de la familia López-Nussa ha marcado el camino propio de Ruy Adrián en la música? ¿Su obra ha enfrentado subvaloraciones por pertenecer a una familia reconocida en el ámbito musical?

«Es un compromiso tremendo llevar el apellido López-Nussa. Nací en una familia de artistas ya con un nombre; entonces lo llevo y lo defiendo, sin embargo, no pienso mucho en eso. Yo llego, toco y si les gusta a las personas, felicidades; si no les gusta bueno, nada, trato de seguir adelante y de hacerlo mejor la próxima vez. Agradezco llevar ese apellido, pero ser un López-Nussa no es mi carta de presentación».

Foto: Gabriel Guerra Bianchini.

Con una carrera todavía en construcción, ¿cómo lidiar con adjetivaciones como «meteórica carrera» o «prodigio de la música» al referirse a usted? ¿Cuánto esto media o impone ante cada nueva creación o al iniciar cada concierto?

«He tenido una carrera bastante intensa, diría yo. Llevo doce años al lado de mi hermano, girando el mundo entero y tocando en los festivales de Jazz más importantes. Ha sido una carrera corta, porque son doce años, pero intensa.

«No le pongo mucha atención a esas cosas, soy un poco tímido. Es parte de mi personalidad. Por supuesto, a todo el mundo le gusta que hablen bien de uno, y tener referencias positivas; pero lo mío es sentarme a hacer música, que le llegue al público y le guste. En cada concierto me entrego. Doy todo lo que conozco y todo lo que me nace en ese momento».

Respecto a su doble formación como instrumentista, rememora que comenzó a estudiar piano a los cinco años, con la profesora Hortensia Guzmán. Luego, su padre le vio condiciones para la batería, y aplicó para cultivarse también en ese instrumento.

¿Qué retos impuso crecer aprendiendo piano y percusión?

«Pude llevar las dos a la par, sin problemas; me gustaba. Los recuerdos que tengo de niño no son negativos ni tristes ni nada por el estilo, al contrario.

¿A qué tuvo que renunciar el niño y adolescente Ruy Adrián mientas se formaba?

«En Cuba, las vacaciones son en julio y agosto, los dos meses. Sin embargo, el niño o niña que está estudiando música tiene que empezar a practicar en la segunda quincena de agosto, pues en septiembre debe llegar a la escuela con el desarrollo de las manos bien. Tienes ocho años, y aunque a esa edad se captura todo muy fácil, no puedes olvidar lo que vas aprendiendo. Si no estás haciendo escalas y ejercicios, entras a la escuela como si nunca hubieses tocado piano, violín, percusión, guitarra o trompeta…

«Entonces, en la segunda quincena ya nos teníamos que sentar al piano y a la batería, y los amigos llamando para jugar pelota, montar chivichana o hacer esto o aquello. Y mis padres decían: “Sí, él lo puede hacer luego, ahora son dos horas dedicadas al estudio”».

Foto: Gabriel Guerra Bianchini.

A sus progenitores agradece crecer con la disciplina necesaria para formarse como músico, sin perder la oportunidad de jugar y de interactuar. Mientras, explica que sus habilidades en ambos instrumentos le permiten desdoblarse de la batería y componer al piano: «Me siento en él, y desde ahí es desde donde salen todas las melodías. Esa facilidad la tengo gracias a que llevé la doble carrera y puedo ejecutarlo a la perfección».

¿Qué significa Harold en su vida?

«Todo. Crecí con él no solo en la vida personal sino también en la vida musical. En el camino de la formación me guiaron mis padres, pero mucho de lo que soy hoy se lo debo a Harold. Siento que soy parte de su música, y de su espíritu. Por ello no tuve dudas en que fuera el productor musical de mi primer material. Llevamos muchos años juntos encima del escenario, y en la música nos conocemos, aunque parezca increíble, más que en lo personal».

***

A Ruy Adrián le llega la inspiración en cualquier lugar: acostado en la cama viendo una película; en un avión; conversando, jugando con sus hijos; antes de entrar a escena en un concierto… Si le asalta una melodía, toma el teléfono, la graba, y luego la trata de desarrollar.

Entre los proyectos presentes que le ocupan en esta cuarentena provocada por la COVID-19 se encuentran la banda sonora de un documental, a cuatro manos con su hermano Harold; y “Los tres mosqueteros”, una iniciativa surgida en los meses de confinamiento que también comparte con Harold y a la que se une el músico William Roblejo.

Los músicos William Roblejo, y Ruy Adrián y Harold López-Nussa. Foto cortesía del entrevistado.

La aventura surgió en la primera conversación física que tuvieron, tras meses sin verse. En el encuentro — explica Ruy Adrián — buscaron alternativas para crear música, en un contexto epidemiológico desestabilizador para mentes y corazones, y que los mantiene alejados de los escenarios.

Precisamente, uno de los hobbies que ha ayudado al artista a sortear el confinamiento es la siembra. En su patio y en uno de los pasillos laterales de su casa, suman 15 los metros donde crecen plátanos, y vegetales como la lechuga, la acelga, la rúcula, la espinaca, el tomate y la zanahoria. Él disfruta depositar las semillas en los canteros y verlas prosperar. Cada mañana, tras el primer café del día, mientras riega el huerto verifica si nació alguna planta.

La cuarentena le ha enseñado a disfrutar la vida que prende en la tierra; como mismo prenden en la gente los sonidos y melodías que le saca a la batería y al piano, y que le insuflan, con el sonido del Jazz, espontaneidad y libertad a la existencia humana.

--

--