REPORTAJE

Seis noches y siete días en el Saratoga

Aquellas horas del viernes 6 de mayo en las inmediaciones de Paseo del Prado y esquina Dragones, marcan todavía el dolor en un país y su gente. Si bien la aspereza del momento no echó por tierra los anhelos, la realidad impuso un panorama triste y difícil, sobre todo, para quienes se jugaron la vida buscando hasta el mínimo sorbo de otras vidas inocentes.

Redacción Alma Mater
Revista Alma Mater
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6 min readMay 14, 2022

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Foto: Maykel Espinosa Rodríguez

Por Raciel Guanche Ledesma y Rosmery Pineda Mirabal

¿Cuánta crudeza puede haber detrás de las mezquinas piedras, del polvo, de los gritos, de la incesante imagen que aún perturba y desconsuela? Quizás no lo sepamos bien, al menos, no nosotros. La adversidad forma a sus héroes, los construye de manera tal que parezcan hechos para todo tipo de contratiempos, sin embargo, en la práctica, nadie está preparado para toparse con lo peor.

Aquellas horas del viernes 6 de mayo en las inmediaciones de Paseo del Prado y esquina Dragones, marcan todavía el dolor en un país y su gente. Si bien la aspereza del momento no echó por tierra los anhelos, la realidad impuso un panorama triste y difícil, sobre todo, para quienes se jugaron la vida buscando hasta el mínimo sorbo de otras vidas inocentes.

Y es que el Saratoga recubrió insensible entre los escombros y las ruinas de un sótano a tanto porvenir, a tantas personas que apenas alistaban una apertura que no fue. Allí, en el sótano, el grupo de hombres y mujeres del cuerpo de bomberos y la Cruz Roja fueron durante seis noches titanes en busca de la esperanza, nunca truncada a pesar de cada golpe por la jodida muerte.

Entre ellos destacó el bombero, Frank Lorenzo Acosta Ferrer, jefe de compañía del Comando 1 del municipio Habana Vieja y uno de los primeros en llegar al Hotel Saratoga luego de la explosión. Apenas par de minutos después que escucharon el estruendo, este joven y sus colegas, ya estaban evacuando los niños de la escuela primaria Concepción Arenal y salvaban las víctimas bajo los escombros que se encontraban en la periferia del edificio.

Foto: Maykel Espinosa Rodríguez

Según dice, ese primer día no lo olvidará. Hay historias, momentos, jornadas que difícilmente se puedan borrar. Y aunque en apariencia sea este uno más de sus trabajos de rescate, bien conoce Frank que no es así. El azar o el destino, quién sabe, lo ha marcado ahora con fortaleza para siempre.

El joven que ayer cumplió 26 años se estremeció junto a otro compañero aquel viernes inoportuno, cuando debieron entrar al edificio para sacar a un hombre de los escombros. «Fue entonces que quedamos incomunicados y escuchamos a varias personas suplicando por ayuda. Imagina no tener ese poder para sacarlos a todos a la misma vez cómo nos afectó y dolió», cuenta.

Los temores en este tipo de situaciones suelen estar latentes porque, además, el miedo es también parte intrínseco del ser humano. Frank no fue la excepción y al perder las comunicaciones en medio del desastre y con un paciente en camilla, a cuesta, minutos después del siniestro, «entró en pánico».

Foto: Maykel Espinosa Rodríguez

«Para qué engañarnos, en esos instantes sólo piensas en salir, sólo quieres salir. Si llego a pensar en mi familia creo que no hubiese sido capaz de reaccionar a la situación. En nuestro caso buscamos las vías y logramos llegar hasta las afueras del edificio con el paciente», comenta.

Cuando el deber llama

Y en medio de tanta desesperación y dolor, cuando lo más evidente que asalta a la vista son esos pedazos de hotel que jamás podrán encajar, Ismael y Lauren, dos jóvenes que la vida unió desde hace algunos años y pertenecientes a la Cruz Roja de La Habana también decidieron quedarse hasta rescatar la última víctima del siniestro, aun sabiendo que en casa dejaban su principal fuerza.

Foto: Maykel Espinosa Rodríguez

No alcanzó entre ellos el amor suficiente que se tienen para reponer la tristeza que se agravaba enfrente. Sin embargo, su responsabilidad estaba allí y ambos lo tuvieron claro desde un inicio. Laureen Balart Sierra secretaria municipal de La Cruz Roja de La Habana Vieja y jefa de escuadra, poco antes de la explosión había pasado por los bajos del Saratoga. «Era esta nuestra ruta habitual y el punto donde, en las mañanas, nos separábamos».

Fue esa misma esquina, el pasado viernes, un punto de encuentro para ellos; sí, un punto que marcó el comienzo del riesgo, del cansancio esperanzador, del tiempo nunca perdido. Porque importaba poco quien de los dos estuviera dentro, ambos lo asumían como si se tratase de su familia.

A cargo de otros muchachos se encontraba Ismael Eduardo Caro Lam, jefe provincial del Grupo especializado en Operaciones y Socorro, a quien le era muy complicado, cuando en medio de la labor urgía dividirse en varios equipos de búsqueda y donde pocas veces Laureen coincidió con él, pues a pesar de asumir esa responsabilidad intentaba siempre hacerla lo más equilibrada posible.

Foto: Maykel Espinosa Rodríguez

Sin embargo, tal vez solo algunos conozcan cuánto se le apretaba el pecho al verla desaparecer entre los escombros, no bastaba la confianza en ella, había algo más en juego. «Es una persona muy experimentada, que se ha ganado su lugar en la sociedad a puro esfuerzo». Lo pensó una y mil veces para alejar otras ideas, aunque Ismael siempre supo que la dicotomía más real estaba aquí: «Es ella la madre de mi hijo».

Durante días, ambos no conocieron otro límite más allá que aquel espacio rodeado por una línea amarilla, y a pesar de que Laureen no habló sobre su sentimiento hacia él cuando este afrontaba los peligros, aún con un Saratoga de fondo y el sonido inquietante de las maquinarias, tragó en seco y el silencio fue toda su respuesta. Y es que, ¿no es acaso el silencio, de vez en cuando, la respuesta más pura?

Foto: Maykel Espinosa Rodríguez

Nota de un final

Es precisamente la pureza esa palabra que bien puede definir la valía de estos jóvenes. Pedro Vento Reinet, segundo jefe de la unidad del municipio Playa, fue otro bombero que llegó al Saratoga el propio viernes. En seis días de trabajo apenas pudo estar con su familia tres horas de más de 150 que, sin él percatarse, pasó entre el desastre y el riesgo.

A veces, algunas personas intentaron detener la irreverencia un instante, les pedían que descansaran. Mas, la voluntad humana suele romper ciertos límites del cansancio y frente a los retos impostergables, Pedro y muchos de sus compañeros, no cedían. «Hay momentos y momentos, aquí había que dejarlo todo… incluso, hasta el descanso», dijo.

Foto: Maykel Espinosa Rodríguez

Y allí lo dejamos todo, junto a ellos, un pueblo. Pusimos la fe unida por escuchar latir la esperanza. Sin embargo, la cifra marcada desde ayer duele. Afuera está nuestra bandera a media asta y entre las luces existe un impenetrable silencio.

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