PAÍS MÍO

Vivir en las márgenes (III): Sucesos

«No quieras romper la marca, lo tuyo es llegar. Detente en la curvita, en el murito. Respira hondo…»

Redacción Alma Mater
Revista Alma Mater

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Jeffrey and Colin. Foto: Florian Hetz/Instagram

Por Reinaldo Cedeño Pineda

A veces, por más que lo desees, por más que lo intentes, por más, quienes vivimos en las márgenes no podemos volver a casa. Tú también quieres que te regresen, podrás gritarlo; pero nadie lo hará. Quisieras arrancar un pétalo a la florecita de siete colores, arrancar un pelo a Jotavich, frotar la lámpara…

Esta es la vida real, monda y lironda.

Se dibujan ante ti las opciones de última hora. Poner a prueba tus extremidades, montarte en la de San Fernando, en el P(ies) 2, es una. El óleo hoy no tiene pincel, va con espátula. Habrás de desafiar las 19 paradas del bus, recapar tus tenis, tener el talco listo para las quemaduras por fricción… Y echar a andar, como la frase guevariana, como la humanidad.

Por supuesto, no puedes reparar en la distancia. No. En dosis repetidas, en un murmullo, cuando sientas que desfalleces, como el famoso método alfabetizador, repite: Yo sí puedo… yo sí… Reza por esos caminos oscuros, atraviesa el puente, contempla las casas proletarias y las mansiones de los nuevos ricos, coge el trillo.

Seca el sudor, sujétate el corazón.

No quieras romper la marca, lo tuyo es llegar. Detente en la curvita, en el murito. Respira hondo. Sugestiónate: te falta poco, no es tanto, chico. Adelántate: palpa el suave contacto de tu cama. Y prémiate al llegar con un sorbo de agua ―largo―, con algo más si puedes, si te quedan fuerzas.

Opción dos. Dormir fuera. Puedes tocar la puerta de esa persona, ¿recuerdas?, la que te dijo un día que su casa era la tuya, que si un día necesitabas no dudaras. Si fue por pura educación, si salía de un pecho solidario, lo sabrás enseguida. Allá te vas a una hora nada ortodoxa. Tienes que tocar fuerte, ensayar las disculpas de rigor.

―Ah, ¿eres tú?… pasa…

Te recibe con cara de sueño, pero al menos esboza una sonrisa.

Y vas al catre que han sacudido especialmente para ti, hasta una sabanita aparece. Te tiras. Y lo intentas, dormir un poco, descansar los huesos; pero que va. Esto necesita, como la opción una, su dosis de sugestión. De pronto, cuando ya el sueño te empieza a acariciar, a vencer tus remilgos y extrañezas, se te aparece alguien, así, como vino al mundo.

Es de noche, hay poca luz, ¿estarás soñando?

―Por favor, abrázame…

El tono es lastimero, susurrante. El drama shakespereano se te encima. ¿Abrazar o no abrazar? That is the question.

Quién te manda a vivir allá…

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