PAÍS MÍO

Vivir en las márgenes (I): Preguntas clásicas

Cada vez que alguien dice lejos, anda tomándose por centro, por el poseedor de la vara, por la medida…

Redacción Alma Mater
Revista Alma Mater

--

Foto: AP

Por Reinaldo Cedeño Pineda

No te rías, ¡oh, ser que vives en el centro!, que no imaginas las pequeñas tragedias que sufrimos nosotros, día por día. Nosotros, los de las márgenes, los de la periferia, los de allá. Los que vivimos donde Google Maps se desdibuja. Los de los poblados dormitorios, los de la última parada, los de la flecha.

A nosotros, periféricos, mirados con lástima por los del centro, que nos preguntan una y otra vez ¿y ahora… cómo te vas? Y uno sonríe con condescendencia, no le responde que como mismo ha ido y ha venido y ha vuelto a ir durante 50 años: en lo que hay, lo que aparezca, en lo que se inventa, porque ahí está nuestra casa.

«Qué lejos vives», me dicen con énfasis, como una falta, como velado reproche. No es por mal, matizan, es que es lejos, ¿verdad?, repiten buscando mi aprobación. Y yo que surco todos los días esos kilómetros, qué puedo hacer sino inclinar la cabeza como un muñeco de esos que se balancean. No puedo filosofar sobre el concepto. Cada vez que alguien dice lejos, anda tomándose por centro, por el poseedor de la vara, por la medida.

Fatalismo geográfico. Dominación lingüística, cultural, sicológica.

La Habana queda lejos de París, Santiago queda lejos de La Habana, Palma queda lejos de Santiago, el monte queda lejos del pueblo…

¿Cómo puedes vivir allá? ¿Por qué no te mudas?, me preguntan los centristas. «Cómprate un carro», me dicen los cercanos al parque, me lo recomiendan con sinceridad. Sinceridad rima con crueldad.

Son preguntas clásicas, frases recurrentes de la gente del centro.

Foto: Tomada de Cubahora

La frase más dura, la más cruel es: «Ahora… es que llegas». Es un flechazo al mismísimo pecho. Como si le preguntaran al muerto, por qué te moriste. Comprende: los pobres organizadores del centro han esperado por ti, han desesperado, han estado al borde del ataque de nervios.

Antes, explicaba: la larga, la infructuosa, la descojonante espera. El bus lleno, el contorsionismo, la frotación, el ahogo. «Caramba, te hubieras levantado más temprano», se aventuró un día el más belicoso. Mi respuesta no fue nada galante. Expurgué la carga.

Sin embargo, me aburrí de las preguntas absurdas y de las respuestas cargadas. Depuse el duelo. He aprendido a ahorrar. El silencio es poderoso y lo doy en dosis pequeñas, medianas, oceánicas; según requiera la intensidad de la ocasión.

Cierta vez debí tomar un curso obligatoriamente. Ninguna explicación fue entendida. Estaba en el extremo del extremo. A las 8.00 en punto, aclaró el profesor, un respetable dinosaurio. Lo intenté, les juro que lo intenté. Madrugué, esperé, cogí una moto in extremis, corrí. Y así y todo llegué diez minutos más tarde.

Cuando pedí permiso para incorporarme, recibí un portazo.

Me tuvieron que sujetar… pude ahorcarlo.

Que nosotros los de allá, los de lejos, los de la periferia. Nosotros los caminantes, los esperantes, somos pacientes, sí…pero la sangre nos corre por las venas, a borbotones.

--

--