PAÍS MÍO

Vivir en las márgenes (II) El deseo

«Soy hijo del camino, he vivido sobre ruedas, pedaleando la vida en una contrarreloj individual…»

Redacción Alma Mater
Revista Alma Mater

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Foto: @heydymontesdeoca/Instagram

Por Reinaldo Cedeño Pineda

No te rías. Por favor, no. No te mofes de mi deseo pequeño, del anhelo de aquel muchacho que vivía (que vive) a unos kilómetros del centro. Tal vez te parezca nimio, intrascendente, absurdo; pero era mi deseo y te pido respeto para él.

Soy hijo del camino, he vivido sobre ruedas, pedaleando la vida en una contrarreloj individual.

Pues bien, de niño me peinaba de lado, con una raya que dividía el cabello. No sé si era la moda, si era la época. Me daba un aspecto tranquilo, atildado, de chico que no rompía un plato. ¡Qué lucha para que esa raya quedara derecha! Hacía y deshacía frente al espejo, mas todo en vano, y allá me iba con mi abuelo Cucho, peine en mano. Mágicamente, en un dos por tres, el surco se abría en perfecta simetría.

Mis primeros contactos sociales fueron amigos del barrio, compañeros de aula. Todo quedaba cerca, cerquita, a lo Silvio, a lo Rodríguez. Por el viejo sendero, por la línea del tren, por la orilla de la carretera, se llegaba a la escuela. ¿Quién se iba a ocupar del pelo, qué le iba a importar a uno semejante cosa entonces, cuando había tanto por curiosear, tanto por jugar?

Fue en el Preuniversitario, en décimo grado, que comenzó todo. La salida de la zona de confort te lanza. De la vecindad a la ciudad. En las márgenes, la distancia no se mide en cuadras, sino en kilómetros.

Llegar a la hora es una epopeya cotidiana.

Me hice de un peinecito para reacomodar la melena hirsuta, el cabello batido, la mezcla de sudor y polvo. Lo perdí, lo boté, lo recuperé, lo compré. Era un ritual al descender del ómnibus: intentar mejorarme, al tacto, frente a un espejo imaginario. Pasar los dientes del minúsculo aditamento por mi testa.

Yo no podía ser menos aunque viviera allá; había ciertas sonrisas que me esperaban.

Me cortaba el cabello bien bajito. Así era más fácil. Resolví renovar mi estilo, eché el pelo hacia atrás, corté aquí, grabé allá. Ahora o nunca. Un día decidí darle riendas sueltas, concederle su derecho a crecer, a exponerse. Los rizos, la pelambre, la coleta. A lo hippie, a lo rockero, a lo pirata. Cuidadosamente descuidado.

Universidades, tertulias, besos. Comienzo laboral, reuniones, años. Los ta.

Empieza la onda retro, bajas el corte para bajar el tiempo. Llega el estilo, el gel. Y todo cambia, todo… menos la distancia. Sigues yendo y viniendo como puedes, llegando tarde a homenajes y responsos, con la lengua afuera, con el sol ardiendo, contra el viento…

En días recientes, ese deseo pequeño de chico de las márgenes, de rodador perpetuo, el de llegar peinado a los lugares… ha sufrido un ataque, una devastación, una estocada.

―Cómo me veo, le pregunté a la chica, mientras acomodaba las hebras con mis dedos.

―Como siempre, Cedeño… despeinado

No te rías.

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