La construcción de la identidad femenina

Carolina Valero
Revista Arena
Published in
5 min readOct 26, 2017

Mi hija tenía dos años cuando una empleada de la guardería a la que asistía me dijo que ella era una machetona. Lo dijo luego de una larga lista de quejas, que si se juntaba con hombres en vez de con niñas, que si era muy traviesa para ser mujer, que si hablaba en tono alto, que si juntarse con niñas era aburrido para ella. Me quedé de pie frustrada y enfurecida, sin saber qué había de mal en ella que resultara molesto para las encargadas, me quedé ahí, solo escuchando. Por supuesto que me molesté y me arrepentí de mi falta de reacción.

Por un momento el concepto de lo que es ser niña me resulto misterioso y abstracto. Fue la primera vez que me cuestione el origen de todas las restricciones y estereotipos que nos enfrentamos desde el momento en que venimos al mundo. Durante mucho tiempo se pensó, y en buena medida se sigue pensando, que las diferencias biológicas entre las mujeres y los hombres eran determinantes a la hora de construir sus personalidades.

La mujer no nace, la mujer se hace”, dijo la filósofa y escritora feminista Simone de Beauvoir en su obra El segundo sexo. Ciertamente el género es una construcción social. El rol asignado a varones y mujeres comienza a establecerse aun antes de su nacimiento, y se mantiene durante los primeros años en el entorno familiar y la escuela, construyendo femineidades y masculinidades.

Desde que nacemos y nuestras familias saben de nuestro sexo, inmediatamente comienzan a estereotiparnos: si el recién llegado es niña se le vestirá con ropas rosadas y su dormitorio se pintará con colores similares y sus repisas tendrán muñecas y peluches; si el bebé es varón se le vestirá con color azul y sus juguetes serán desde ese momento autos de juguete, legos o soldaditos.

Campaña por una infancia sin estereotipos

También los medios de comunicación y la publicidad juegan su papel, reproduciendo y reforzando los estereotipos y la desigualdad de género. Se ve en películas, en programas de televisión o de radio, al hojear las páginas de una revista o navegar por Internet. Sin importar el medio, hay muchas posibilidades de encontrar estereotipos que perpetúan la discriminación o el rol de género.

Estamos insertos en una sociedad donde gran parte de su desarrollo se produce a través de los intercambios de información. La forma en la que se presenta la imagen femenina representa de alguna forma la estructura social que impera en la población, los diversos mensajes que difunden los medios de comunicación crean, recrean y difunden imágenes de mujeres retomando las tendencias sociales generales de la construcción del ser femenino.

Los medios de comunicación, en ocasiones, producen y reproducen imágenes estereotipadas acerca de cómo ser, vestir o comportarse en sociedad. “Una actividad incorrecta de los medios puede incrementar, agravar o dificultar la solución de dichos problemas, (…) si actúan mal, las consecuencias negativas de su actividad serán por ello mismo más graves. (Aznar, 2004, p. 3).

Los medios de comunicación tienen una gran responsabilidad en la imagen pública de las mujeres que se nos crea a través de las imágenes que utilizan. Este lenguaje puede ocultarlas, discriminarlas e incluso denigrarlas. Por el contrario, un tratamiento igualitario en el discurso mediático puede contribuir, no solo a visibilizarlas, sino a acelerar el avance hacia la igualdad en muchos otros ámbitos.

El Instituto Nacional de las Mujeres (2005) afirma:

Como todas las construcciones sociales de la realidad, las que elaboran los medios de comunicación son ideológicas y por ello tienen consecuencias sobre la propia realidad social; en muchas ocasiones las vidas de mujeres y hombres han sido construidas alrededor de modelos “falsos y artificiales”.

Pienso en lo que significa ser mujer en una generación que debe de disfruta de los beneficios de una nueva percepción sobre género y prejuicio, esa supuesta nueva visión sobre las mujeres y las implicaciones de su lugar cultural y social. Es verdad, con los años se ha logrado avances importantes con respecto a discriminación por género, sin embargo, los desaciertos actuales a los que aún nos enfrentamos millones de niñas y mujeres alrededor del mundo no deben ser trivializados ni ignorados.

También pienso en las niñas, aquellas que son estigmatizadas por la violencia y la pobreza. En las niñas y mujeres sometidas al abuso, al miedo o señalamientos, en las que son sexualizadas o convertidas en objetos. Pienso en las niñas que atraviesan la infancia en medio de la ignorancia, las carencias o el miedo. Las niñas que son obligadas a ser madres, a las que se les niega la educación, una familia o la infancia.

Se trata de un problema global, una idea que me desborda y que se comprende en un infinito estadístico difícil de cuantificar. Según menciona UNICEF, para 1.100 millones de niñas del mundo, la sociedad y la cultura es un enemigo al cual deben enfrentarse a diario. Un mundo sectorizado que les obliga a limitar sus deseos, impulsos y visiones convirtiendo la infancia y la juventud femenina en un largo trayecto lleno de obstáculos hacia el triunfo y la realización personal e intelectual.

De vez en cuando recuerdo con molestia aquel día en la guardería, a mi hija de dos años que por treparse a un juego fue criticada por una persona con ideas más viejas que ella misma. Me pregunto cuántas niñas tienen el mismo impulso de jugar de cierta manera y deben sobrellevar críticas y prejuicios. De cuantas mujeres alrededor del mundo avanzan aun en contra de las ideas que intentan limitarlas.

Dejar que ella sea, vista, grite, trepe y juegue como quiera es mi pequeño acto de rebeldía contra aquellas personas que por una cuestión arcaica piensan que una niña no debe de hacer o portarse de cierta forma. Parece ser que el género se convierte en un prejuicio, una frontera visible entre la forma de vivir y cómo el mundo presume debemos hacerlo.

Si algo estoy segura, es que cada una de las mujeres, tanto pequeñas como adultas, han chocado contra esa versión sobre lo femenino que no es cien por ciento real; mi hija a su corta edad ya tiene su historia.

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