Contra el Atlas

Revista Catástrofe
Revista Catástrofe
4 min readSep 2, 2023

El año pasado, cuando el Atlas ganó su segundo campeonato después de setenta años de no lograrlo, a pesar de no ser aficionado del equipo: sufrí, gocé y festejé como un atlista más. Luego recordé una entrevista que vi de Felipe Velázquez, ya fallecido, quien fuera ex trabajador de la fábrica textil de Atemajac y jugador del Atlas campeón en 1951, en donde narraba una anécdota de cuando conquistaron el campeonato:

“Salimos campeones y la directiva del Atlas nos dio 2,000 pesos, así constantes y sonantes, de prima porque salimos campeones y ocho días de vacaciones en Acapulco y pasamos, para ir de vacaciones a Acapulco, por Cuernavaca y acababa de ascender a primera división el Zacatepec, se dieron cuenta que íbamos de pasada y le dijeron al dirigente que iba a cargo del equipo: —Oye, diles que si quieren jugar un partido amistoso, aquí con nosotros. —Dice, pos a ver si, porque andan de vacaciones los muchachos. —Dígale a los muchachos que lo que salga de taquilla de aquí, se los damos, si juegan. — ¡Ah no!, sí jugamos. Y jugamos y nos dieron 2,300 pesos a cada quien, de los que jugamos partido completo, así es que imagínatela, este…, jóvenes y con cinco o seis mil pesos en la bolsa nomás para ver qué hacíamos con ellos. Así es que fue una etapa muy bonita”.

Al conocer esta historia me fue imposible no sentir simpatía por el Atlas y sus integrantes del 51, incluso hasta distinguí cierto aire de inocencia que me fue grato.

En 1917 se disputó el primer Clásico Tapatío que se tenga registro. En un partido que podía en disputa la Copa Manuel M. Diéguez, el Atlas goleó 18–0 al Guadalajara. Fuente: El Informador

El día que el Atlas ganó el bicampeonato me encontraba apoltronado, con el televisor frente a mí y me sentía nervioso. Quería que ganaran. Rápido con gol de Renato Ibarra el Pachuca se iba al frente. Mi angustia crecía. Después, los rojinegros, a través de un penal, empataron el juego. A partir de ahí, algo desconcertante ocurrió, una cosa contraria a la simpatía se apropió de mí, una emoción — hasta ese momento ignorada — comenzó a suceder. Deseaba con toda mi inquina que el Atlas perdiera, que el “Pocho Guzmán” — después de haber sido rechazado, por chaparro, de las fuerzas básicas rojinegras — les metiera una goliza. El coraje se apoderó de mí. Me comenzaron a molestar cosas: los pelos güeros del “Hueso Reyes” y su risita de superioridad; el cadavérico rostro, enmarcado por una barbita y bigotito incipiente, de Camilo Vargas; su hacer-tiempo y su juego sucio en un saque de banda; el rostro de niño de Furch y su constante triunfo en los cabezazos cada que competía con sus rivales; los dientes pelados y blancos de la burlona sonrisa de Quiñones.

La euforia y simpatía se habían apersonado en mí hace sólo algunos meses; ahora eso cambiaba por el desprecio y el deseo fervoroso de que el Atlas perdiera, que lo hicieran pedazos. Por eso, antes de finalizar el primer tiempo, grité desaforado el gol de Nico Ibáñez a centro del “Pocho Guzmán”. No sabía qué pasaba conmigo, ¿qué resorte, antes oculto, se activó dentro de mí y me impulsó? ¿En qué cuarto oscuro me descubrí a mí mismo? Tuve una revelación: como ocurre en ciertas bodas, celebraciones de aniversarios o fechas solemnes, no siempre es fácil sentir lo que uno espera e incluso desea.

Al segundo tiempo mi desprecio hacia el Atlas creció y me agarré a él; no solté la esperanza de que la desolación y oscuridad en la que estaba el estadio Jalisco (a unas cuadras de mi casa) fuera en realidad un signo que se transmutara en un hecho: la derrota del Atlas. Los gritos, vivas, pitidos, silbidos y “cuetes” que nacían en la inmediatez del estadio Jalisco y deambulaban por todas las calles aledañas y cercanas constataron lo que ya había visto: el Atlas, lamentablemente, era bicampeón.

En las redes sociales es posible encontrar toda clase de idiotas que sustituyeron los comentarios que hacían en la cantina o el comedor del trabajo por las pantallas de sus celulares. Los dientes pelados y blancos de la risita sangrona de Quiñones se ven reflejados en los comentarios sobrados de los aficionados atlistas en redes sociales: “Se nos cae el cielo en Guadalajara, son las lágrimas de los chivahermanos”, o estas otras: “A veces se Chivas y a veces se Atlas”, “Aclas, Aclas, pónganse en ancas”. Quizá sea comprensible después de tanta vejación sufrida durante setenta largos años. Probablemente se estén desquitando, no lo sé.

Me es inevitable no despreciar los gestos pedantes de algunos jugadores y los comentarios de ciertos aficionados. Descubrí un cambio sustancial — como diría Octavio Paz: “difícil de probar, fácil de sentir” — en la afición y equipo del invierno pasado comparados con los del bicampeonato: pasaron de ser los vejados a ser los vejadores. De la humilde posición del perdedor a la pedantería del ganador. De no creerse la victoria a pensar que siempre van a ganar. Pasaron a pronunciar sin ironía o con doble ironía aquella frase: “Soy Atlas, aunque gane”.

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Josué Nolasco
(Rancho El Aguacate, Matatlán, 1982)

Gestor Cultural y dizque ensayista y cronista.

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