Contra las sonrisas

Aditi Ruiz
Revista Catástrofe
4 min readSep 8, 2022

Sonríe para la foto. ¿Por qué tan seria? Ahí viene el avioncito. A ver, una sonrisita nomás. ¡Whiskey! Estas frases genéricas destinadas a producir una reacción — un movimiento labial — , y que escucho desde la infancia, acechan mis recuerdos. Nunca entendí esa obsesión por solicitarle a alguien que mueva su boca. Lo curioso es que ahora, como mujer adulta, sonrío bastante. Tanto así que ya tengo esas finas líneas curvas marcadas al lado de los labios permanentemente. Pero sonreír inesperadamente o cuando no es requerido, sobre todo siendo mujer, trae otro tipo de comentarios: Hay que ser más discreta. No enseñes tanto los dientes, además los tienes chuecos. Te vas a arrugar, sonríe menos. Ante tales frases siento que mis sonrisas no son bienvenidas. Una sonrisa espontánea atenta contra lo cotidiano, después de todo.

Collage cortesía de Fernanda Villava

Si una sonrisa aparece por sorpresa, existe la posibilidad de que esa expresión de alegría y gozo moleste a mi espectador. Por el contrario, cuando la sonrisa debiera manifestarse de acuerdo a la expectativa de alguien más, mis músculos faciales simplemente se rehúsan. Y es que esta negativa al movimiento sucede porque me parece el colmo que el interlocutor (y sí, la mayoría de las veces es un hombre) demande que sea una quien desdoble una sonrisa para calmar las aguas que él alborotó. Las sonrisas tienen esa capacidad de difuminar, pero acceder a sonreír bajo demanda me parece una forma de sumisión.

Otra forma de emplear las sonrisas por su cualidad paliativa es en los espacios digitales, aunque ahí más bien las manifiesta quien cometió una transgresión para suavizar las cosas. También se usan para pedir algo — como no queriendo — y para dar un guiño que recuerde a nuestra propia humanidad. “Ups”, dice la carita feliz. “Hazlo”, dice la carita feliz. “Holi”, dice la misma carita feliz. Algunas veces se usa el emoji, en una de sus muchas variantes sonrientes, y otras veces solo se ponen los dos puntos y el paréntesis abierto. Hay sistemas de mensajería, como el chat de Facebook, que convierten esos dos signos consecutivos en un emoji de manera automática.

La carita feliz es un ideograma — un símbolo gráfico que representa a una idea o concepto — que se popularizó en los años sesenta. No se sabe con exactitud cuándo se creó, pero hay evidencias de su uso en máscaras neolíticas de hace unos nueve mil años. Recuerdo que la primera vez que vi este símbolo fue en un minisuper de productos gringos llamado Kiwi, en Chihuahua, en los años noventa. Empacaban los productos en bolsas de plástico que tenían impresa una gran carita feliz acompañada de la frase “Have a nice day”. También tenían un gran mural de una carita feliz amarilla pintada en el estacionamiento.

Dicen que la sonrisa más famosa de la historia es la de la Mona Lisa. La pregunta de por qué sonríe parece intrigar a los millones de visitantes que van al museo del Louvre en París cada año, e incluso propicia reacciones desesperadas como balazos, graffiti, selfies, y la más reciente: un pastelazo. Pero hay una sonrisa que me intriga aún más, una igualmente sutil y picaresca: la de Benito Juárez. No habrá sido estudiada tan profundamente como la del retrato icónico pintado por Leonardo Da Vinci, pero la ligera sonrisa con la que se le representa en billetes, artículos conmemorativos y los puestos de mercados en la delegación Benito Juárez de la Ciudad de México alberga un gran misterio. Aunque suele describírsele como un personaje ecuánime, no descarto la posibilidad de su sonrisa no sea de felicidad sino una pequeña burla histórica.

Viendo álbumes de fotos familiares, de esos empolvados y con retratos amarillentos que se revelaron hace varias décadas, pienso: ¿cuándo se dictaminó que en las fotos aparecerían siempre personas sonrientes? Antes de que hubiera cámaras en los teléfonos celulares, y la posibilidad de tomar un hilo de fotos interminable con tan solo unos segundos de distancia, era de suma importancia para quien iba a tomar la foto que los retratados desplegáramos una sonrisa. Como si fuera imperativo mostrar una cara feliz ante la posteridad o proyectar una imagen de maniquíes perfectos. Y no le sonreíamos a la persona que sostenía la cámara, sino al futuro mismo. Sonreíamos para convertirnos en esa versión idealizada, para algún día decir que esos fueron los buenos tiempos. Entre la sonrisa fingida, el sesgo a recordar las cosas mejor de lo que eran, y la pátina de nostalgia que adquieren las fotografías impresas, la conclusión al mirar estos álbumes suele ser que éramos felices y no lo sabíamos.

Las sonrisas entraron en crisis recientemente, ya que muchos de nosotros anduvimos paseándonos por la vida con la mitad de la cara tapada. Sonreír con cubrebocas representó un nuevo reto: el de sonreír con los ojos, con los brazos, con el cuerpo entero. Y sí, se puede llegar a percibir cuando una persona está sonriendo aunque no se puedan ver sus labios. Esta capacidad de identificar una sonrisa corporalmente es algo sensacional. Entonces, ¿por qué querríamos forzarlas? Una sonrisa fabricada bajo demanda no involucra a todo el cuerpo. Por el contrario, los labios se mueven pero los hombros se contraen, los ojos miran hacia la esquina superior derecha, la nariz se tensa, la duración del gesto se reduce. ¿Por qué a alguien le resultaría preferible esta manifestación artificial en vez de la expresión auténtica? Propongo que dejemos de pedir sonrisas y simplemente estemos atentos a su llegada.

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